47

539 45 1
                                    

-Narra Lisa-

Pasaron varios días más y yo aún no me decidía a aceptar las visitas. Realmente me estaba gustando la soledad o, al menos, eso estaba tratando creer. Hasta ese momento había evitado las peleas, pero sabía que esas mujeres esperaban el momento preciso para acabar conmigo.

Estaba sentada en el patio dejando que el sol calentara mi cuerpo; era agradable sentirlo sobre mi piel. De pronto una mujer, como de mi edad, se acercó y se sentó a mi lado.

—Eres Lisa Manoban, ¿verdad?

—Sí.

—Soy Lucia —me ofreció la mano y yo se la estreché, tratando de ser amable y no meterme en más problemas—. Te vi peleando el otro día —la escuché, pero no dije nada. Tampoco estaba buscando amigos—. No te defendias. Estabas descargando tu rabia. Te vengo observando desde que llegaste. Eres temperamental, pero no violenta.

—¿Eres psicóloga? —dije con ironía.

—No, pero solía trabajar como investigadora privada, así que sé observar a la gente.

—Supongo que por descubrir a la magia es que estás aquí.

Estaba siendo pesada, pero yo no quería hablar, solo sentir el sol, ver a las reclusas jugar, a otras caminar, hablar. Ver como el mundo pasaba frente a mis ojos y no ver nada al mismo tiempo.

—Cuando llegaste pensé en ofrecerte protección. Creí que serías una niña malcriada y que no durarías mucho. Una oportunidad sin duda para ganarme algo de dinero.

—Ya ves que no necesito de tu ayuda.

—Te vi pelear, sé que no la necesitas, pero ellas son tres y te la tienen jurada, así que necesitas a alguien que cuide tu espalda y yo, la verdad no cobro mucho. Soy una buena inversión para ti.

—Tal vez cuando salgamos de aquí pueda contratarte o te recomiende con algunos de mis amigos, pero ahora estoy bien.

—Ya llevo cinco años aquí y cuando salga, dudo mucho que alguien me contrate. Aunque tú no eres cualquier persona. Tienes que saber que soy buena en lo que hago y ahora me necesitas si quieres seguir con vida.

—¿No te parece que estas insistiendo demasiado? Ya te dije que no.

—Mira, me caes bien, no pareces culpable de lo que sea que te acusen y estás demasiado... afligida. Además, te estás buscando enemigas. Eso en la cárcel no es bueno. Creo que sería bueno que tuvieras una amiga, ¿no crees?

El tono de voz que utilizó la mujer para sus últimas palabras me dijo algo.

—Si estás buscando sexo, no estoy interesada.

—Pensé que solo los hombre podían ser patanes, pero ya veo que no. No me gustan las mujeres —me aclaró— y por culpa de un hombre es que estoy aquí, así que por ahora, prefiero estar sola.

—¿Qué pasó, lo mataste? —pregunté para hacerme más pesada esperando que se largara finalmente.

—Si, pero fue en defensa propia. El muy bastardo me golpeó hasta que se cansó y solo por defenderme estoy aquí, perdiendo mi vida hablando con una idiota como tú.

Se levantó de donde estaba sentada dispuesta a marcharse. Estaba pagando mi rabia con ella y la verdad era que hasta ese momento solo había sido amable, a su manera, claro, pero en la cárcel eso era difícil de ver.

—¡Espera! —le pedí. Me levanté también para estar a su altura—. No quise comportarme de esa forma. Todos tenemos razones para estar aquí y probablemente nos quede tiempo para compartir, así que no quiero que comencemos con el pie izquierdo.

El Amor No Tiene Escape[Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora