Capítulo VII: Hogsmeade

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A fines de septiembre, Eileen se levantó y vio a sus compañeros apiñados alrededor del tablero de anuncios. El primer fin de semana de octubre, habría una salida a Hogsmeade. Sonrió entusiasmada, le gustaba ir con sus amigas a recorrer el pueblo. Así que el sábado se despertó temprano y junto con Lily, Emmeline, Mary y Hestia, bajaron al Gran Comedor a desayunar mientras charlaban animadamente acerca de lo que harían una vez que estuvieran en Hogsmeade.

Era una mañana gris y fresca. Mientras empezaron a caminar por las calles empedradas, Eileen lamentó no haber llevado más abrigo. Sin embargo, si se mantenía en movimiento, tampoco se sufría demasiado el frío. Fueron primero a Zonko, en donde no compraban nada pero siempre se entretenían observando los ingeniosos productos. Después, pasaron por Honeydukes. Allí sí que compraron. De hecho, abarrotaron sus bolsillos de dulces y chocolates.

–Hola, Lily –ya era la tarde y las cinco amigas estaban caminando cuando se sorprendieron de escuchar una voz detrás de ellas. Se trataba de Severus Snape. Eileen y las demás giraron a verlo, mientras la pelirroja le devolvía el saludo y comenzaban a conversar. Mary resopló audiblemente, no soportaba a Snape e incluso parecía molestarle que su amiga tuviera una buena relación con el Slytherin.

–Nosotras estaremos más allá –anunció Mary, y las demás la siguieron calle arriba. Estaban llegando casi a la Casa de los Gritos cuando un grupo numeroso llamó la atención de Eileen. Eran estudiantes de Slytherin: Regulus Black, Rosier, Macnair, Avery y Mulciber. Sin embargo, lo que la sorprendió fue distinguir entre ellos a sus hermanos y a su cuñada. Pensó en inventar una excusa para cambiar de dirección cuando Emmeline los distinguió.

–¿Ese no es tu hermano Rabastan? –inquirió con curiosidad la chica. Eileen no tenía posibilidades de hacerse la distraída.

–¡Es cierto! No lo había visto –comentó fingiendo sorpresa. Al mismo tiempo, Rodolphus parecía acabar de darse cuenta de que ella estaba allí y la saludó con un gesto de su mano–. Disculpen, ya vengo.

Eileen fue hacia el grupo y saludó a todos los que estaban allí. De lo que fuera que hablaban y se reían hasta hacía unos minutos, ya no comentaban nada sino que todos estaban en silencio.

–¿Cómo estás, pequeña? –le preguntó Rabastan sonriendo.

–Bien, dando una vuelta –respondió ella alegre de verlo.

–Estás desabrigada y está poniéndose frío. Deberías regresar al castillo –sugirió Rodolphus amablemente.

–Igualmente, no tengo frío –lo tranquilizó ella con una sonrisa.

–De todos modos, sería mejor volver ahora antes de que tomes frío. Vuelve al castillo, Eileen –intervino Rabastan y ella miró extrañada a sus dos hermanos. Tenían algo entre mente y no querían comentárselo. Odiaba que la trataran como a una niña tonta.

–Está bien. Nos vemos –aceptó finalmente y abandonó el grupo. Sus amigas continuaban esperándola a unos metros– ¿No tienen frío? –preguntó mientras caminaban hacia el centro del poblado nuevamente– ¿Y si regresamos?

–Yo quería comprar un pergamino en la Oficina de Correos. Vamos allí y luego al castillo –propuso Mary–. De paso, vemos si encontramos a Lily en el camino.

Atravesaron todo el pueblo hasta el local al que su compañera quería ir. Lo cruzaron a Snape, que iba en la dirección contraria. Eileen le preguntó por Lily, pero él dijo que se habían separado hacía dos cuadras. Seguramente la verían más adelante. Sin embargo, cuando salieron de la Oficina de Correos no localizaron ni rastro de la pelirroja.

–Vamos al castillo, seguramente nos encontramos en la Sala Común –sugirió Emmeline.

En algo, había que darle la razón a Rabastan. La temperatura estaba bajando rápidamente y cuando llegaron al castillo, Eileen ya tenía frío. Fueron hacia la Sala Común, en donde había algunos pocos estudiantes que regresaron de Hogsmeade antes que ellas. Sin embargo, no faltaba mucho hasta que volvieran los demás.

Eileen se extrañó al notar que era la hora de la cena y sus compañeros no habían vuelto. Lo comentó con sus amigas y dedujeron que habrían ido directamente al Gran Comedor. Se dirigieron hacia allí y cuando estaban entrando al salón, se sorprendieron de ver un gran grupo de estudiantes que entraba corriendo al castillo. Lo primero que le llamó la atención a Eileen fue que todos tenían empuñada su varita mágica.

–¡Estaban aquí! ¡Gracias al cielo! –murmuró Lily alterada llegando hacia ellas a toda prisa. Tenía el rostro pálido, con una marca que parecía un cardenal bajo el ojo derecho y la túnica rasgada en el hombro y cubierta de polvo.

–¡¿Qué ocurrió?! –preguntó Eileen mirando a su amiga alterada– ¿Estás bien? ¿Necesitas ir a la enfermería?

–Estoy bien, estaba preocupada porque no las encontraba. Nos acorralaron un montón de mortífagos en el centro de Hogsmeade. Eran al menos veinte y comenzaron a acribillar a maleficios a todo el mundo desde los techos de los edificios –explicó asustada–. Pero estoy bien. Hay chicos que lo pasaron mucho peor, hubo algunos a los que torturaron con la maldición cruciatus –agregó con un hilo de voz.

Eileen sintió que palidecía al escuchar aquellas palabras. Sabía que sus hermanos eran seguidores del Señor de las Tinieblas, pero jamás esperó que fueran capaces de torturar a un grupo de estudiantes de colegio simplemente por diversión. Le habían pedido que saliera de allí para poder atacar a sus compañeros porque sí. Estaba asqueada. Se sentía horrible, terriblemente culpable. Debería haber dicho algo, alertado a alguien. Aunque no esperaba que sucediera algo así ¡Habían dejado a Lily en el pueblo y regresaron al castillo! Ni se preocupó en encontrar a su mejor amiga antes de volver. Acababa de actuar de una manera totalmente estúpida y egoísta. James, Sirius, Peter y Remus se les unieron y Eileen se alegró de ver que los cuatro estaban bien. El Gran Salón era un tremendo alboroto y también estaban regresando algunos profesores que habían acudido a Hogsmeade a socorrer a los estudiantes.

Algunos alumnos habían terminado en la enfermería e incluso un par debió ser trasladado a San Mungo. Una hora más tarde, el profesor Dumbledore les indicó a todos que se sentaran a cenar. La situación había sido controlada finalmente. La cena apareció en la mesa de Gryffindor, pero Eileen se sentía incapaz de probar bocado. Se sirvió muy poco y pasó gran parte de la noche con la vista fija en un pedazo de carne que estaba hincado en su tenedor. Se alegró cuando sus compañeros decidieron ir a la torre de su casa. Se sentó en uno de los sillones junto al fuego mientras Mary y Lily subían al dormitorio. Emmeline y Hestia conversaron allí un rato, pero después también se fueron a dormir. 

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora