Capítulo L: Cokeworth

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Regulus la sacudió suavemente para despertarla. Había regresado cansada de sus clases. El último año de la carrera de Pocionista le demandaba mucho más trabajo que los anteriores y ella llegaba a casa agotada, deseando descansar un poco antes de la hora de la cena. Lo miró adormilada y se restregó los ojos.

–Nos reunimos en casa de Rodolphus y Bellatrix para una misión en media hora –le recordó él. Ella suspiró y le agradeció mientras se levantaba de la cama–. ¿Quieres comer algo antes? –le preguntó, pero ella negó con la cabeza.

Regulus salió del cuarto y Eileen fue hacia el baño a lavarse la cara y espabilarse un poco.

–¿Tienes idea a dónde vamos? –inquirió una vez que bajó a la sala, ya más despierta.

–No mencionaron el nombre del lugar, pero Bella dijo que era cerca de donde vive Snape.

Eileen se encogió de hombros. No tenía la menor idea dónde vivía Severus así que el dato no le servía en absoluto. Antes de desaparecer a lo de su hermano, le envió un patronus a Sirius para avisarle de lo que sucedería. De todas maneras, estaba bastante convencida de que los datos que le había dado serían tan insuficientes. No sabía si alguien de la Orden podría estar al tanto del lugar en el que vivía Severus, pero lo dudaba mucho.

Cuando aparecieron en el poblado, se encontraban en una ciudad industrial. A lo lejos, el humo de las chimeneas de las fábricas le recordaban a Eileen a algún lugar en el que hubiera estado alguna vez. Rodearon dos cuadras completas y cuando estaba por entrar a una de las casas, la muchacha reconoció la fachada de la vivienda que estaba justo enfrente a esa. De repente, sintió que se le helaba la sangre al darse cuenta de dónde estaban. Había pasado dos semanas enteras en aquel lugar. Se cruzó la calle corriendo y prendió fuego las puertas y ventanas. De esa manera, los mortífagos ya descartarían esa vivienda y seguirían de largo. Luego, con un hechizo, le quitó temperatura a las llamas de la puerta y mirando que nadie la viera, entró como una tromba al domicilio.

–Tranquilos, voy a sacarlos de aquí –les dijo apresuradamente a los señores Evans, que miraban espantados la escena. Se quitó la máscara para no aterrarlos y tomó en sus manos un almohadón y lo convirtió en un traslador.

–Mi hija está arriba –exclamó con el rostro pálido y apenas un hilo de voz la mujer.

–Ahora subiré a ayudarla –le prometió ella sonriendo, pero hablando apresuradamente. No tenían tiempo que perder–. Ustedes solo toquen ese almohadón, los llevará directamente a la casa de Lily y James.

–¡Tú eres Eileen! La amiga de Lily –murmuró el señor Evans al reconocerla.

–No suelte el almohadón. Ya subo a auxiliar a Petunia –le ordenó ella y corrió escaleras arriba. Petunia Evans y su marido, Vernon Dursley, estaban aterrados al final del pasillo que conducía a los dormitorios. Buscó rápidamente con la mirada algo con lo que hacer un traslador. -¡Accio zapato! -Exclamó y tomó el objeto en su mano -¡Portus! -murmuró apuntándole con la varita. Vernon y Petunia temblaban de miedo y gemían abrazados de terror. -Tranquilos, no voy a lastimarlos.

–¡Eres un monstruo! ¡Aléjate de nosotros! –chilló la mujer. La casa se estaba llenando de humo y respirar ese aire comenzaba a provocarle dolor de cabeza a Eileen, tenían que salir de ahí cuanto antes.

–Solo toca ese zapato e irás a lo de tu hermana –le dijo intentando tranquilizarla.

–Ella también es un monstruo.

–Si se quedan aquí, se morirán –explicó desesperada, estaba empezando a marearse por la falta de aire–. ¡Toca el zapato! –le dijo casi a los gritos. Aquello fue un error, porque se estaba asfixiando. Tosió descontroladamente.

–No lo haré. No haré nada que me digas. Prefiero morirme –dijo la mujer con decisión entre toses.

¡Imperio! –murmuró Eileen desesperada y sin paciencia para convencerla. Obedientemente, los dos tocaron el traslador. Luego, ella se colocó su máscara y desapareció hacia la calle, para poder respirar. Había aspirado demasiado humo y estaba mareada.

Sin embargo, la cuadra se había convertido en un campo de batalla. Esquivó rápidamente maleficios que iban y venían de uno a otro lado y corrió a toda prisa hacia el final de la calle. Estaba llegando hacia allí cuando un auror la interceptó. No quería lastimarlo, pero tenía que luchar con todas sus energías para evitar que el hombre la detuviera. El hombre era un excelente duelista y esquivaba con suma agilidad los maleficios que ella le lanzaba para dejarlo fuera de combate. Además, le exigía toda su atención para poder evitar ser alcanzada por los maleficios. Uno de los rayos de luz rojos dio de lleno en el pecho de Eileen, lanzándola con fuerza hacia la acera mientras su máscara volaba por los aires. Cayó de espaldas contra las baldosas y sintió su cabeza golpear fuertemente contra el piso. Un horrible mareo se apoderó de ella y le costaba enfocar la vista. Aún así, sostuvo firmemente su varita.

–¡Incarcerous! –murmuró el hombre y ella se vio de repente atrapada por gruesas cuerdas que le impedían moverse. Estaba muerta de frío y un molesto pitido agudo le taladraba la cabeza. A pesar de que no lograba distinguir lo que sucedía a su alrededor, hizo un esfuerzo para no cerrar los ojos.

Sintió un tirón en un costado y luego la succión de la aparición conjunta. Alguien le quitó las cuerdas y la ayudó a ponerse de pie. Pero Eileen no estaba en condiciones de sostenerse por sí misma. Quien fuera que la había llevado hasta allí, la sujetó cuando estuvo a punto de caer al suelo.

–¿Eileen? ¿Estás bien? –le preguntó la voz de Bellatrix–. Estás demasiado pálida –añadió preocupada mientras le estudiaba el rostro con atención–. ¿Te dio algún maleficio? –inquirió frunciendo el ceño.

Ella intentó responderle, pero no conseguía ni respirar con normalidad. Tenía la vista nublada por puntos negros y su cuerpo no le respondía. Necesitaba aire.

–¡Llama a Cissy! –le ordenó su cuñada a alguien.

El rostro de Eileen perdió el escaso color que tenía y Bella la levantó en brazos cuando ella se desplomó hacia el suelo con los ojos cerrados.

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora