Capítulo XVIII: Mentiras

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Eileen respiró el aire abarrotado de gente y vapor de la locomotora... sintió que respiraba felicidad. El último mes de vacaciones se le había hecho interminable, así que nunca se había sentido más aliviada en su vida por regresar al colegio. Luego de aquella cena en la mansión de los Lestrange, no volvió a ver a Narcisa, Lucius ni a Regulus. Sin embargo, tanto sus hermanos –Rabastan en mayor medida, ya que vivía en la misma casa–, como su cuñada, parecían haber encontrado en la resistencia de la chica a decir en dónde estaba su novio un entretenimiento para torturarla. De manera que la muchacha comenzó a recibir dosis de maleficio cruciatus casi que día de por medio. Aún así, se negaba a decir una sola palabra sobre Sirius. Incluso, temiendo saber nada más acerca del chico por miedo a que sus hermanos le sacaran alguna palabra, quemó sus últimas tres cartas sin leerlas siquiera y no le escribió una sola línea.

Poco tiempo después, sus padres notaron que Eileen no estaba del todo bien. Cuando inquirieron qué le sucedía, ella no dijo una palabra. Finalmente, como Elle decidió que había que llevarla a San Mungo para que la revisaran, Rabastan explicó lo que pasaba. A Elle no le convencía el método que sus hijos mayores empleaban, pero consideraba una estupidez ofensiva por parte de su hija no querer decir lo que sabía. Intentó persuadir a la chica de que le contara en dónde estaba Sirius, pero ella insistía en que no lo sabía. La mujer no necesitaba utilizar la legeremancia para darse cuenta de que su hija le estaba mintiendo, la conocía demasiado. Belmont, en cambio, opinaba que lo que Rodolphus y Rabastan estaban haciendo era lo que correspondía y creía que Elle no debía interceder en el conflicto entre sus hijos.

Aquella mañana, Eileen había partido a King's Cross con verdadero entusiasmo. Siempre añoraba regresar a la escuela, pero por primera vez en la vida, su hogar se había convertido en un suplicio.

–¡Eileen! –Lily la atrapó en un abrazo y ella hizo un esfuerzo para no gemir de dolor. La noche anterior había sido realmente espantosa.

–¿Cómo estás? –la saludó con verdadera alegría. Se sentía contenta de veras de volver a verla.

–Bien, feliz de que me he librado de mi hermana y mi estúpido cuñado ¡Han pasado en casa todas las vacaciones! –protestó mientras las dos cargaban sus baúles en uno de los vagones –¿Y tú estás bien? Estás más delgada y pálida–. Observó con el ceño fruncido. Eileen hizo un gesto de dolor al levantar su equipaje y la pelirroja la ayudó observándola con el ceño fruncido.

–Estoy bien, he estado enferma la última semana –mintió. Lily seguía mirándola con preocupación–. Pero ya me he curado, ya verás cómo en unos días me encuentro perfectamente–. Le aseguró con una sonrisa, estaba convencida de eso último.

Lily se disculpó porque tenía que ir al vagón de los prefectos y le prometió a su amiga que regresaría pronto. Eileen se quedó un segundo sola en el compartimiento y luego, mientras la locomotora se ponía en marcha, se levantó para ir a buscar a Sirius. Necesitaba verlo a él antes que a sus amigas. Tenía que verlo en persona para convencerse de que estaba bien de verdad. Además debía disculparse. Esperaba que no se hubiera enojado demasiado ante el hecho de que la chica no respondiera sus cartas. 

Sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta del compartimiento, el chico apareció acompañado de James y Peter. Eileen dedujo que Lupin también había ido al vagón de los prefectos. Al igual que su amiga, él la estrechó en un abrazo. Pero esta vez, la chica no pudo evitar dejar escapar un leve quejido. Él lo notó y la soltó de inmediato, para también mirarla con atención.

–¿Qué te ha pasado? –le preguntó con ansiedad.

–¡Hola, chicos! –saludó ella a James y a Peter–. Estás obstruyendo la puerta, déjalos pasar –le recriminó a Sirius sonriendo. Él se corrió del medio y se sentó junto a la chica, dejándole lugar a sus amigos. Una vez que se sentaron los cuatro, repitió la pregunta–. No es nada, he estado enferma la semana pasada.

Sirius observó a la chica. Había perdido demasiado peso, estaba pálida, tenía unas ojeras muy marcadas y parecía que le dolía cada mínimo contacto. No le creyó ni una palabra, pero tampoco quería presionarla delante de sus compañeros.

–¿Qué tal el verano? –preguntó ella–. Tú tenías una larga historia que contar, ¿es verdad que le lanzaste un maleficio a tu madre? –inquirió dirigiéndose a Sirius.

–No acerté, lamentablemente –murmuró el chico y contó lo que había ocurrido la noche que escapó de su casa y cómo terminó en lo de los Potter, que le ofrecieron quedarse allí todo el tiempo que necesitara.

–Oye, Peter, ¿vamos a buscar el carrito de las golosinas? –propuso James de repente y fue más que evidente que quería dejarlos solos a Eileen y Sirius. Apenas se fueron sus amigos, el chico volvió a dirigirse a ella.

–¿Qué te ha pasado este verano? –el semblante de Sirius no mostraba ni un atisbo de risa o broma, sino que estaba verdaderamente serio. Sus ojos grises escudriñaban a Eileen, reparando en cada detalle.

–Nada... ya está... no importa, en serio –contestó ella. Se acercó al muchacho y lo besó, buscando distraer su atención.

–Eileen...

–Es que... he discutido con mis hermanos... –admitió finalmente ella mientras él adoptaba una expresión aún más seria.

–¿Y qué te hicieron? Tienes una pinta terrible.

La muchacha suspiró, se encogió de hombros y terminó por contarle todo lo que había ocurrido en aquellas vacaciones. Sirius la escuchaba con el rostro lívido de bronca.

–Me hubieses dicho, te hubiera ayudado –susurró cuando la chica concluyó su relato.

–No quería meterte en problemas...

–¡¿Meterme a mí en problemas?! Yo te he metido en un buen lío, te estaban torturando por mi culpa, podrías haberme dicho lo que ocurría y te hubiera ayudado. Y por cierto, no le has dicho nada a Evans, ¿o sí?

–No puedo decirle... –respondió ella cabizbaja–. Su familia es de cuento de hadas, sus padres la adoran, su hermana cuando se enoja la insulta y no más que eso. No podría comprender el nido de víboras en el que vivo. Además, me da vergüenza de solo imaginarme decirle todo esto a Lily. Me preguntó qué pasó y le dije que estuve enferma.

–No te salió muy creíble, ¿sabes?

–No le digas nada, por favor.

–Yo no le diré una palabra. Pero tienes que prometerme que no te guardarás algo tan grande para ti sola. Te juro que entiendo el nido de víboras en el que vives. Siempre estaré cuando necesites ayuda, solo tienes que hacerme parte.

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora