Eileen no había vuelto a comunicarse con su familia en los meses que siguieron del curso escolar. Regulus Black no la había vuelto a interceptar para transmitirle ningún mensaje de parte de sus hermanos y sus padres tampoco le habían escrito. De todas maneras, ni Elle ni Belmont solían enviar misivas a la chica cuando estaba en el colegio. Sin embargo, a ella la angustiaba la proximidad de las vacaciones. Estaba decidida a no regresar a la Mansión Lestrange, pero no tenía un plan definido de escape.
Sus amigos habían ofrecido alojarla en sus casas para que no tuviera que regresar con su familia, pero no estaba convencida del todo. James había sido el primero en decirle que hablaría con sus padres, que así como no tuvieron inconvenientes en recibir a Sirius tampoco se opondrían a que Eileen parara en su hogar. Sin embargo, los Potter no podían instalar en su casa un centro de refugiados provenientes de familias desastrosas. Ya era demasiado lo que habían hecho por Sirius y ella no podía abusar de su generosidad.
Lily, por su parte, le había asegurado que sus padres habían quedado encantados con ella luego de la visita de Navidad e insistió en que la chica se quedara con los Evans. Su intención era prácticamente obligar a Eileen a ir a su casa, pero desistió cuando su amiga le hizo ver lo que podía suceder si Rodolphus o Rabastan decidían ir a buscarla a Cokeworth. Por el mismo motivo, descartó también la invitación de Mary. No quería arriesgar a ninguna de las familias de sus amigas.
La idea surgió de repente como si una luz se encendiera en su mente. Estaba en la Sala Común estudiando para los exámenes cuando se le ocurrió y dejó todo sobre la mesa para atravesar el corredor a toda prisa. Fue hacia el despacho de la profesora McGonagall y llamó a la puerta. La mujer abrió enseguida y observó con el ceño fruncido a la muchacha que estaba frente a ella, agitada de correr.
–¿Está todo bien, Lestrange? –inquirió un tanto alarmada.
–Sí, profesora. Disculpe la molestia, quería hacerle una consulta. Así como hay una lista para quedarse en el colegio en vacaciones de invierno, ¿sería posible hacerlo en el verano?
Minerva McGonagall se tomó un segundo para observar a Eileen Lestrange. La adolescente la miraba expectante con sus ojos negros iluminados de esperanza. Sabía quiénes eran los familiares de Eileen y también estaba convencida de que si no habían presentado cargos por el envenenamiento de la chica era que estaban implicados. También habían llegado a sus oídos rumores de que la muchacha era torturada con el maleficio cruciatus cuando estaba en su casa en vacaciones.
–Pasa, Eileen –le dijo con voz suave. Con un gesto, le indicó a la confundida muchacha que se sentara y le alcanzó una lata de galletas–. Sírvete, por favor.
–No, gracias...
–Sírvete una galleta, Eileen –insistió y ella obedeció sin dejar de mirarla con curiosidad. La profesora parecía escanearla desde sus anteojos de montura cuadrada–. El castillo está prácticamente vacío en el verano. Solamente permanecen los elfos domésticos, pero el personal docente se retira. Por lo tanto, me temo que quedarte aquí no es una opción –le dijo y notó la desilusión en el rostro de la chica–. De todos modos, necesito que me digas por qué no quieres ir a tu casa –ella tenía sospechas, pero necesitaba que la adolescente se las confirmara. Si no, sería imposible confiarle algo tan serio.
Eileen observó fijamente la madera del escritorio de la profesora McGonagall. No se atrevía a decir en voz alta lo que pensaba. Al fin y al cabo, tampoco tendría una solución. La mujer ya le había dicho que no existía la posibilidad de quedarse en Hogwarts. Se obligó a levantar la vista y algo en la expresión de la docente le inspiró la confianza para decirle la verdad.
–Mi familia... no quiero volver a verlos... ellos... ellos son todos... son asesinos... Mis hermanos son mortífagos, mi padre también. No quiero volver a verlos en mi vida –dijo finalmente–. De todos modos, entiendo que el castillo esté cerrado –añadió en un tono suave.
–¿Tienes otras opciones a dónde ir? –le preguntó la profesora y ella se encogió de hombros. Le explicó que sus amigos le habían ofrecido alojarla, pero que temía que sus hermanos fueran a buscarla a las casas de ellos y que por eso aún no había aceptado ninguna de sus propuestas.
–Supongo que iré a casa... Al menos el primer mes. En agosto cumplo diecisiete años y entonces podría ir a cualquier lado –murmuró ella resignada.
–De todas maneras, te haré saber si existe otra posibilidad –le dijo McGonagall.
Eileen se retiró agradecida, pero desilusionada. No creía que fuera a haber más opciones que las que tenía delante. No iba a arriesgar a las familias de sus amigos. Antes que eso, se ponía en riesgo ella misma. Iría nuevamente a la Mansión Lestrange y rogaría que sus hermanos estuvieran entretenidos en otra cosa y no quisieran agarrársela con ella. Tanto las chicas como James y Sirius se habían opuesto a esa alternativa, pero tampoco podían impedírselo. La última decisión era de ella.
El último lunes del curso escolar, Eileen y Lily estaban trabajando juntas en la elaboración de un filtro de paz en clases de Pociones cuando alguien llamó a la puerta del aula. Escucharon la voz de la profesora McGonagall al tiempo que se asomaba su rostro por la puerta.
–Disculpe, profesor Slughorn... ¿podré llevarme a la señorita Lestrange un momento? El profesor Dumbledore ha solicitado hablar con ella –preguntó la mujer mientras Eileen sentía que le latía el corazón a mil por hora ¿Qué había hecho para que Dumbledore quisiera hablar con ella? Jamás el director de Hogwarts se había dirigido a ella directamente.
–Sí, por supuesto –murmuró Slughorn–. Ve, Eileen –le indicó a la chica, que se levantó de su silla desconcertada y siguió a la profesora a través de los corredores de la escuela hasta que se detuvo frente a una gárgola de piedra.
–Disco de vinilo –dijo entonces McGonagall y la chica la miró más asombrada aún, preguntándose qué demonios sería eso que había murmurado. Evidentemente, se trataba de alguna contraseña, porque entonces la estatua les dio paso hacia una escalera que ascendía en círculos. La mujer abrió la puerta y le indicó a Eileen que pasara–. Profesor, aquí está la señorita Lestrange –anunció.
Eileen avanzó a pasos lentos, observando azorada el despacho del director. Albus Dumbledore estaba sentado frente a su escritorio y miraba a las recién llegadas con una sonrisa amable.
–Bienvenida, Eileen. Siéntate, por favor –le dijo sin dejar de sonreír. La chica sintió que se ruborizaba y tomó asiento–. Gracias, Minerva –murmuró mirando a la profesora. McGonagall sonrió y se retiró cerrando tras ella la puerta del despacho–. Me comentó la profesora McGonagall que no tienes intenciones de regresar al hogar de tu familia este verano. Dijo que le pediste permanecer en el castillo y ella te ha explicado que no queda nadie en Hogwarts durante las vacaciones.
Eileen asintió con la cabeza sintiéndose cohibida. Jamás había pensado que el profesor Dumbledore fuera a ocuparse personalmente de una nimiedad como el conflicto de un estudiante con su familia.
–Existe un lugar donde puedes ir. He hablado con quienes viven allí y no tienen inconveniente en alojarte durante los meses de vacaciones. Además, es un sitio protegido, donde puedes estar segura de que tus familiares no podrían encontrarte aunque pusieran todo su empeño en buscarte –explicó el profesor mientras ella lo miraba incrédula–. ¿Has oído hablar de la Orden del Fénix, Eileen?
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La alianza impensada para cambiar el pasado
FanfictionPetunia Dursley se entera de la muerte de su hermana y quiere revertir ese hecho. Para eso, acude a la última persona que hubiera pensado: Severus Snape. ¿En qué consistirá el plan de ellos dos para cambiar el pasado y evitar la muerte de Lily?