Capítulo XXV: Las pruebas

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–¿A dónde vas con esa escoba? –inquirió James Potter desconcertado, mirando cómo Sirius se disponía a subirse a la escoba y salir por la ventana del dormitorio de los varones de sexto año de Gryffindor.

–Quiero ver algo en la habitación de las chicas. Buscar alguna pista de lo que le ha pasado a Eileen –murmuró su amigo con naturalidad. 

Era la mañana del lunes. El parte de San Mungo del día anterior que Madame Pomfrey les había transmitido decía que la chica había sido envenenada y que estaba en grave estado. Pero él quería encontrar a los responsables. Estaba absolutamente convencido de que las pertenencias de Eileen eran un lugar donde hallarlos. Los Lestrange no habían presentado cargos por el ataque a su hija, de manera que nadie estaba investigando lo sucedido. Él estaba totalmente seguro de que Rodolphus y Rabastan estaban detrás de lo que había pasado. Así que había decidido saltarse la primera clase e investigar en el cuarto de las mujeres cuando todas estuvieran en el aula. Ya había intentado subir en una oportunidad y comprobó que la escalera impedía el paso de los chicos. En aquella ocasión, para ayudar a Eileen que estaba borracha a acostarse en su cama, la había llevado en escoba desde la ventana de su propio dormitorio. Así que esta vez, fue de la misma manera.

La cama de Eileen era la única que tenía las cortinas cerradas. Las otras cuatro estaban prolijamente tendidas. Sirius abrió las cortinas y encontró las sábanas y mantas revueltas, enredadas con la túnica que la chica había dejado allí al cambiarse a toda prisa para ir a jugar el partido de quidditch. Revisó debajo de la almohada, no encontró nada. Solo el pijama. Abrió el baúl de la chica y comenzó a revolver entre sus libros.

–¡Black! ¿Qué haces aquí? –exclamó alarmada la voz de Lily Evans, que acababa de entrar a la habitación. Sirius se incorporó sobresaltado.

–Buscando pistas. Quiero saber qué pasó con Eileen. Quien la envenenó. Estoy seguro de que sus hermanos tienen algo que ver –explicó él y luego observó sorprendido que la chica se encogió de hombros y no dijo nada. No lo amenazó con delatarlo si no se iba, no le gritó, simplemente se dejó caer en una de las camas–. ¿Y tú? ¿No vas a clases?

–No tengo ánimos para estar en clases –murmuró con la voz anegada y enterró el rostro en la almohada.

Sirius frunció el ceño y siguió revolviendo el baúl de Eileen. Llegó hasta el final y no encontró nada que le llamara la atención. Ni una sola nota, carta, anotación, nada. Derrotado, se dejó caer en la cama de Eileen y observó a la pelirroja.

–Se va a poner bien. Va a salir de esta –le aseguró con una voz que intentaba convencerse más a sí mismo que a su compañera.

–Ya lo sé –respondió Lily al borde del llanto.

–Entonces arriba ese ánimo –le dijo Sirius con una voz que tampoco expresaba ninguna alegría.

–No es eso... Es que todo esto es mi culpa. James tiene razón, yo soy la culpable de que Eileen esté así –murmuró ella llorando sobre la almohada y Sirius la miró desconcertado. 

En ningún momento, su amigo había acusado a la chica de haberle hecho daño a Eileen ni de tener la culpa de nada. De hecho, había tratado de tranquilizarla en la enfermería, cuando les dijeron que estaba grave y había sido trasladada a San Mungo.

–¿En qué momento James te acusó de ser culpable de lo que le ha ocurrido a Eileen, Lily? –preguntó confundido.

–El viernes a la noche –respondió ella y entonces él recordó la discusión en la Sala Común. Conocía a James lo suficiente como para saber que no se refería a lo que ella estaba interpretando. Él le había reprochado no confiar en Eileen, pero jamás la consideraría culpable de que alguien intentara asesinarla.

–No es eso lo que te ha dicho...

–¿Y qué caso tiene? Eileen estaba sola, amargada y ninguna de nosotras la acompañó. Si hubiéramos estado con ella, tal vez nos dábamos cuenta de que alguien estaba intentando atacarla. O de haber confiado en ella, a lo mejor nos contaba lo que le estaba ocurriendo.

–Dudo que fuera a contar algo, Lily. Si quería hacerlo, me lo hubiera contado a mí –respondió él incorporándose para ir a consolar a la muchacha. Se sentó en la cama apoyando una mano sobre la túnica de Eileen, entonces sintió algo duro en el bolsillo. Metió la mano y extrajo un frasco y un pergamino. El frasco estaba vacío. Abrió el pergamino que estaba plegado. Leyó la carta con horror.

Eileen:

Esta es tu prueba de lealtad. Tienes la opción de redimirte colocándole esta poción en su bebida a la sangre sucia o a tu novio. Nadie te acusará a ti de su muerte. Una vez que lo hayas hecho, estarás perdonada por tus ofensas.

Rodolphus.

–¡Voy a matar a ese desgraciado! –bramó enfurecido y Lily dio un respingo. La chica observó lo que él había encontrado y se levantó para leer la carta. Su rostro se tornó pálido al comprender el mensaje. Miró con espanto el frasco vacío.

–¿Ella lo tomó para protegernos? –inquirió casi sin voz. Si hasta un momento antes se sentía responsable de lo sucedido, ahora su culpa no tenía medida. Sirius parecía haberse quedado sin habla–. ¿No podía simplemente ignorarlo y no hacerle caso? ¡O avisarle a alguien lo que estaba ocurriendo!

–Sus hermanos se pasaron el verano torturándola con una maldición imperdonable porque ella no quiso decirles a dónde me había ido yo cuando huí de casa –explicó Sirius–. Sus padres están demasiado bien acomodados en el Ministerio de la Magia como para que alguien tome cartas en el asunto. Ignorarlos sería recibir un castigo aún peor el próximo verano. Supongo que ha querido escapar de todo eso. Pero esa no es la forma. Tengo que ayudarla a escapar en serio. Ven, acompáñame y ayúdame a desentrañar este lío.

Lily observó pasmada cómo Sirius salía de la habitación y fue tras él. Apenas el chico puso un pie en la escalera, esta se convirtió en un tobogán y los dos se cayeron y rodaron hasta la Sala Común. Se levantaron sobándose donde se habían golpeado y Lily siguió a Sirius hasta las mazmorras de pociones. El chico se detuvo y miró a la pelirroja.

–Slughorn te tiene más estima a ti. Pídele hablar con mi hermano, así sale ese sinvergüenza.

Lily asintió y llamó a la puerta. Se disculpó con el profesor y le dijo que necesitaba hablar con Regulus Black. El chico salió con aspecto confundido, cerró la puerta detrás de sí y miró a Lily con desprecio. Antes de que pudiera notar que su hermano se encontraba también ahí, Sirius lo había desarmado. Luego, el mayor de los Black le apuntó con la varita y le obligó a contarle todo sobre la prueba de lealtad a Eileen.

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora