Capítulo XVI: Familia

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Se sentía que estaba inmersa en un mar de agua helada. Temblaba sin parar y cuando abrió los ojos fue consciente del fuerte mareo que sentía. Pestañeó un par de veces y distinguió las voces a su alrededor. Alguien le acercó una poción y la ayudó a incorporarse levemente para beberla. El mundo fue adquiriendo nitidez y Eileen miró a su alrededor, aún temblando de frío. Estaba en un lugar que no conocía, en una cama de sábanas blancas y rodeada por dos personas que vestían unas túnicas verdes agua. Unos metros más allá, mirándola con preocupación, se encontraba Elle Lestrange.

–¡Mamá! –murmuró sorprendida de verla. Su voz sonó más a un lamento bajo que a una exclamación.

–¡Mi niña! –los sanadores se apartaron y la mujer corrió a abrazar a su hija. Notó su temblor y le acarició la espalda, buscando reconfortarla–. Tranquila, mi amor, tranquila –le susurró la mujer–. ¿Cómo te sientes?

–Quiero ir a Hogwarts –respondió ella apenas los recuerdos de lo ocurrido llegaron a su mente. No deseaba pasar un segundo más allí, a merced de su familia. Sus hermanos podrían encontrarla en cualquier momento, quería irse de ese lugar.

–Relájate, ya está todo en orden, cielo –le dijo la mujer como adivinando sus temores.

–Quiero ir a Hogwarts de todos modos –repitió la chica asustada–. ¿Cuándo podré volver al castillo? –les preguntó a los sanadores. Elle suspiró y se separó de la chica.

–Tenemos que evaluar que estés en condiciones de recibir el alta, linda –le aseguró una de las medimagas–. No podemos darte una fecha por ahora.

Los sanadores procedieron a comprobar cómo estaba. El mareo persistía, se sentía muy débil y no tenía fuerzas para nada. De todas formas, los medimagos no se mostraron preocupados por eso. Lo que los había inquietado durante los días que la chica había estado inconsciente había sido que el corazón de la muchacha trabajaba con muchísimo esfuerzo. Sin embargo, el ritmo se estaba normalizando y la actividad cardíaca era la esperada, lo que podía hacerlos respirar de alivio.

A la mañana siguiente, Eileen se despertó temprano. Estaba amaneciendo y el tono anaranjado entraba por la ventana de la habitación de San Mungo. La chica pestañeó y miró a su alrededor. Se sorprendió de ver a sus dos hermanos allí junto a ella. Parecía que acababan de llegar. Rodolphus, de hecho, se estaba quitando su capa y dejándola sobre el respaldo de la silla que estaba junto a la cama. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la muchacha y Rabastan se apresuró a tranquilizarla.

–No pasa nada, Eileen. Solo hemos venido a conversar un momento –le aclaró rápidamente. Su hermana lo miró con desconfianza–. Queremos saber qué sucedió ¿Quién te ha hecho beber la poción?

La chica no respondió. Miró con profundo desprecio a sus dos hermanos. No tenía ganas de hablar con ninguno de ellos.

–No era nuestra intención que fueras tú quien bebiera eso, Eileen –explicó en un susurro Rodolphus–. Nunca estuvo eso en el plan.

–¿Y qué harán cuando les diga quién fue? ¿Acaso tomarán venganza? –les preguntó.

–Por supuesto –aseguró Rodolphus sin dudar un momento. Los ojos de Eileen se clavaron en los de su hermano y la chica le dedicó una expresión de profundo desprecio.

–Bueno, en ese caso, supongo que tendrán que vengarse de mí. Yo decidí tomarla. No pensaba hacerles el menor daño ni a mis amigas ni a Sirius. Ni tampoco tenía ganas de volver a verlos a ustedes. Tenía decidido morirme antes de volver a estar en esta situación de nuevo. Pero algo salió mal en mi plan también.


***


Pasó una semana completa hasta que los medimagos de San Mungo le dieron el alta a Eileen. La muchacha regresó al castillo un sábado por la mañana y encontró que estaba desierto. Todos estaban en el campo de quidditch, donde Ravenclaw y Hufflepuff disputaban el segundo partido de la temporada. No lo dudó un segundo y fue hacia el estadio y cuando estaba abriéndose paso entre las gradas de Gryffindor, distinguió a James y a Sirius en un extremo de las tribunas. Se dirigió hacia allí, pero no pudo llegar. En el camino, fue atrapada en un abrazo que prácticamente la dejó sin aire y frente a ella solo veía un mechón de cabello pelirrojo. Lily la estrujó en un abrazo y no la soltó hasta que Mary reclamó su turno para poder estrechar entre sus brazos a la morena.

–¿Nos perdonas? –le preguntó la pelirroja con tono de súplica mientras el estadio estallaba en un griterío porque el bateador de Ravenclaw había golpeado intencionalmente al guardián de Hufflepuff.

–No hay nada que perdonar, Lily. Soy yo la que tiene que disculparse por...

–Ni se te ocurra pedir perdón –le dijo Mary soltándola y mirándola seriamente.

–Nos hemos comportado horrible –aceptó Emmeline que llegaba hacia ellas y saludaba a Eileen.

Uno de los chicos de tercero que estaba detrás de ellas protestó porque no lo dejaban ver el partido y las cinco chicas abandonaron el estadio de quidditch.

El sol brillaba en lo alto en ese mediodía templado de invierno y ellas se dirigieron hacia el borde del lago. Charlando y riendo, Eileen comprendió cuánto había extrañado a sus amigas. No iba a dejar que nada más se interpusiera en su relación. Ya no eran amigas, eran familia. No pensaba volver a ocultarles nada más en la vida. Pasó una hora hasta que el partido finalizó y vieron salir del estadio entre festejos a los estudiantes de Ravenclaw. Unos minutos después, James, Sirius, Peter y Remus aparecieron junto a ellas protestando porque no les hubieran avisado que Eileen estaba de regreso.

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora