Capítulo XXXVII: Abrumada

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Pese al alivio de saber que Sirius estaría bien, dormir parecía una tarea imposible. Sabiendo que no lo conseguiría de inmediato, decidió darse un baño e intentar relajarse. Preparó la bañera y luego se metió en el agua tibia. Respiró hondo y cerró los ojos con la cabeza apoyada en el borde de la bañera. A pesar de que la casa estaba en completo silencio, estaba aturdida. Los gritos de la pareja a la que ella y Bellatrix habían torturado llenaban su mente. Los ojos suplicantes de la mujer parecían estar mirándola en ese preciso momento. Clavó la vista en el techo blanco impoluto del baño. Daría lo que fuera por volver el tiempo atrás.

De pronto, se sentía abrumada por la realidad y deseaba con todas sus fuerzas volver diez años atrás. Regresar al tiempo en el que era una niña y nada importaba, todo era felicidad y no se enteraba de nada de lo que sucedía en el mundo. O, aunque fuera, al año anterior. Cuando todavía estaba en el colegio y tenía entrenamientos de quidditch... cuando tres veces por semana tenía la posibilidad de subirse a su escoba voladora y olvidarse de todo, para concentrarse solamente en encontrar la snitch. Aquellos habían sido buenos tiempos, pero había acabado. Ahora, la niña había quedado atrás y solo estaba ella, atrapada en su mundo de mentiras, asfixiada por la realidad y abrumada por la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros.

Salió de la bañera y se secó lentamente. Se colocó el camisón y regresó a su dormitorio. El reloj que estaba sobre su cómoda indicaba que eran más de la una de la madrugada. Se sentó frente a la ventana y observó el jardín a la luz de la luna. Había luna llena y su reflejo teñía de plateado todos los árboles del parque de la Mansión Lestrange. Se preguntó en dónde viviría al año siguiente.

Sabía que Walburga y Orión estaban acondicionando para después de la boda una casa que había pertenecido a los padres de él. Como Sirius había abandonado a la familia, decidieron que el hogar de sus abuelos paternos quedaría exclusivamente para Regulus. Por ese motivo, lo estaban preparando y decorando para que, a partir del casamiento, su hijo y su nuera pudieran habitarlo. Nunca se había interesado por esa casa, pero de repente se preguntó si tendría un jardín como su hogar o si sería más parecido a Grimmauld Place.

Decidió acostarse y dejar de divagar. Se metió en la cama, dejando la ventana abierta y observando las estrellas en la noche despejada. De pronto se sintió culpable. Le había preguntado a James por Sirius, pero no por el resto de los miembros de la Orden ¿Y si había alguien más herido? ¿Si a alguno le había pasado algo más grave? Solo había inquirido por Sirius y no por nadie más. Pero también podría haberle sucedido algo a cualquiera de sus otros amigos. Suponía que, en ese caso, James se lo habría contado. A no ser que en realidad no quisiera preocuparla. Estaba tentada de volver a contactarlo para preguntarle, pero eran más de las dos de la mañana. Tendría que esperar hasta el día siguiente.

A la mañana siguiente, tendría que ir con su madre a ver vestidos de novia. No tenía nada de ganas, pero no podía negarse. Dejaría que Elle eligiera lo que a ella más le gustara. Al fin y al cabo, le daba lo mismo usar cualquier cosa. Tenía que levantarse temprano y no conseguía dormirse. Se levantó y salió del dormitorio.

Bajó las escaleras rumbo a la alacena que su madre tenía abarrotada de pociones junto a la cocina. Al atravesar el comedor, la sorprendió la voz de su hermano.

–¿Qué haces? –preguntó Rabastan desde la oscuridad. Al hablar, arrastraba las palabras de un modo extraño. Eileen apuntó con su varita al candelabro y encendió las velas. El cabello negro del muchacho caía irregularmente sobre su rostro, estaba sentado en una silla, con la mitad del cuerpo apoyado sobre la mesa. En una mano, sostenía un vaso de whisky de fuego cuya botella ya casi vacía estaba a su lado. En la otra mano, llevaba su varita mágica.

–Nada, voy a buscar un vaso de agua –respondió.

–¿Acaso eres un elfo doméstico? ¡Pídeselo al elfo! –recriminó Rabastan apuntando a Eileen con su varita.

–¡Expelliarmus! –lo desarmó ella de inmediato. Arrojó la varita de su hermano a sus espaldas y lo miró enfurecida–. La próxima vez que me apuntes con esa porquería, la parto en pedazos y te lanzo un buen maleficio. No me importa lo borracho que estés. Así que espabílate ¡Aguamenti!

El chorro de agua impactó directamente en la cara de Rabastan, que se hizo hacia atrás asustado por el repentino ataque de su hermana y cayó al suelo de espaldas. La chica siguió su camino hacia la cocina.

–Lo lamento, Eileen –se disculpó Rabastan cuando ella volvió a pasar con un frasquito en la mano. La muchacha lo ignoró por completo y subió las escaleras nuevamente hacia su habitación. Una vez allí, se bebió todo el contenido de la poción para dormir sin soñar.


***


–¡Eileen! Es la tercera vez que te llamo... ¡Levántate de una buena vez por todas! –chilló Elle Lestrange desde el otro lado de la puerta del dormitorio.

–Ahora voy –murmuró su hija con voz ronca. No se había enterado de la primera ni de la segunda vez en que su madre le había dicho que se levantara. Abrió los ojos muerta de cansancio. Un sol resplandeciente la deslumbró a través de la ventana ¿Quién había dejado las cortinas abiertas? Sobre la ventana, había una lechuza. Eran los resultados de sus Extasis. La chica sonrió al ver que había obtenido ocho Extraordinarios. Solamente se había sacado Supera las Expectativas en Astronomía e Historia de la Magia.

Con el pergamino aún en la mano, bajó a desayunar. Sus padres estaban encantados y orgullosos. Pero, lo mejor de todo, fue la reacción de sus hermanos al enterarse.

–¿Has pensado en estudiar algo después de Hogwarts? –le preguntó Rabastan. La pregunta la pilló completamente desprevenida. No esperaba que alguien de su familia pretendiera que ella siguiera alguna carrera.

–No lo he pensado así como estudiar algo... –dijo como sin darle importancia–. Aunque siempre me gustaron mucho las pociones.

–Eso está muy bien –señaló él.

–¿Te parece? –inquirió con incredulidad.

–Sí, absolutamente. De hecho, me parece genial. Podrías ayudar a Narcisa, preparando pociones y cosas que necesite. Aunque no necesariamente eso implique que te pierdas la diversión. Si quieres, dejas pociones hechas por las dudas y listo. O la ayudas luego.

Eileen comprendió entonces a qué se refería su hermano. Narcisa había estudiado Sanación, aunque jamás ejerció esa carrera. Sin embargo, tener esos conocimientos hacía que fuera ella la encargada de atender a los mortífagos que sufrían algún ataque o accidente cuando iban a realizar las misiones. Lo que Rabastan le proponía era ser colaboradora de ella preparando pociones medicinales. Al fin y al cabo, la carrera de Pocionista se estudiaba en San Mungo, donde también estudiaban los futuros sanadores. De hecho, tenían algunas clases en común.

–No lo había pensado de ese modo –admitió ella finalmente.

Cuando Eileen regresó de ver vestidos con su madre, Rabastan prácticamente la arrastró hasta la casa de Rodolphus y Bellatrix para contarles su plan. A ellos les pareció una excelente idea y una semana más tarde ella estaba presentando su solicitud.

Comenzar la carrera de Pocionista fue para ella tener la posibilidad de tomar una bocanada de aire fresco. Salía todos los días a estudiar, cursaba algunas materias en conjunto con Lily, aunque no podían conversar ni demostrar que se llevaban bien para no levantar la más mínima sospecha. Pero, además, su familia ya no estaba al tanto de sus horarios, lo que le daba mayor libertad. Eileen entraba y salía de casa sin que nadie le preguntara a dónde iba y eso le permitía escabullirse con Sirius con más frecuencia que antes.

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora