Capítulo XL: Plan de escape

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La noche era oscura y sin luna. A pesar de que la primavera había provocado su efecto en los días, que comenzaban a ser más cálidos, al caer el sol el frío acechaba con furia. La calle estaba desértica. Solamente una silueta alta, delgada y cubierta con una capa negra atravesaba la soledad y el silencio. El rostro de Eileen estaba empapado en lágrimas. De su boca salían pequeñas nubes de vapor provocadas por el frío que hacía afuera. Había salido con su capa, pero igualmente estaba desabrigada. Sin embargo, la temperatura no le importaba en absoluto.

Sin poder controlar los sollozos, salió de su casa y caminó sin saber a dónde algunas cuadras. Sabía que quería irse lo más lejos de allí, pero no tenía un rumbo claro. Atravesó varias cuadras sin siquiera preguntarse o cuestionarse a dónde iba. Llegó caminando hasta el centro de la ciudad y observó a su alrededor con aspecto confundido. Un par de personas aguardaba en una parada de colectivos. Por un momento, se sintió tentada de subir al primer autobús que llegara, dejar que la llevara a cualquier parte y escapar de todo. No tardó en recordar que no tenía dinero muggle. Dudaba que fueran a recibirle galeones, sickles y knuts.

Se sentó en la parada de autobús y extrajo el espejo de su bolsillo. Ya no tenía sentido llevarlo encima. Las dos personas con las que solía comunicarse estaban muertas. Se preguntó si James se lo habría dejado a Lily antes de irse. Lo descartó. Ella lo hubiera comentado. Y aunque lo hubiera dejado... Ella no tenía el valor de hablarle a su amiga para contarle lo que había sucedido. Permaneció un buen rato mirando su reflejo sin prestar atención. El colectivo llegó y las personas que estaban a su lado subieron, dejándola sola en la parada.

Al cabo de unos minutos, decidió con quién tenía que hablar primero. Suspiró y se puso de pie. Atravesó la plaza principal y se internó en un callejón oscuro, en donde desapareció luego de un minuto. Apareció a pocos metros de la casa y tocó el timbre sin importarle la hora. No se veía luz adentro, así que era probable que los despertara. Pero no tenía muchas más alternativas. La claraboya de la puerta principal se iluminó y el rostro con el ceño fruncido apareció del otro lado del vidrio.

–¡¿Eileen?! –se extrañó el hombre al abrir la puerta –¿Qué sucede? –inquirió mirando hacia todos lados con precaución.

–Estoy sola, no me ha seguido nadie –murmuró ella con voz ahogada. Él estudió atentamente el rostro pálido, los ojos enrojecidos, la cara cubierta de lágrimas. Se preguntó, alarmado, qué le habría pasado a la muchacha.

–Pasa, entra –le dijo él rodeándola con un brazo. La muchacha no dejaba de llorar–. ¿Qué pasó? Tranquila, estás a salvo aquí...

–Están muertos, Edgar –susurró entre sollozos. El llanto se apoderó de ella, como si pronunciar aquellas palabras de repente la convirtieran en culpable de lo que había sucedido. Y, de cierta forma, ella tenía un grado de responsabilidad. Había fracasado estrepitosamente como espía. No supo en ningún momento que los iban a emboscar, que los perseguirían, que estarían muertos... Ni siquiera se enteró de su muerte hasta unos días más tarde.

Edgar condujo a Eileen hacia el sofá de la salita. La acompañó a sentarse y la abrazó, intentando tranquilizarla. Jenna bajó las escaleras. Observó con preocupación a la chica y fue hacia la cocina a preparar un té.

–¿Quiénes están muertos? –le preguntó luego de unos minutos Edgar en un susurro.

–Sirius y James. Estaban en una misión. No volvieron. Me acabo de enterar que están muertos. Los mataron Alecto y Amicus Carrow. -Explicó ella y bebió un sorbo del té que Jenna le había alcanzado.

–Lo lamento muchísimo –murmuró él luego de un silencio. Sabía lo que significaba Sirius para Eileen y también estaba al tanto de que James era uno de sus mejores amigos.

–No voy a seguir mirando cómo matan a todos, Edgar. Ya no puedo más. No tiene el más mínimo sentido.

–¿Qué quieres hacer? –le preguntó él. Aunque en realidad, tenía una sospecha acerca de por dónde iría la respuesta de la muchacha.

–Hablaré con Dumbledore. No volveré a casa, me iré a vivir a algún lado sola. Donde no puedan amenazar a ningún amigo. Pero no pienso volver a quedarme mirando mientras los demás son torturados o asesinados.

Eileen bebió el té y una vez que estuvo más tranquila, Edgar llamó a Dumbledore a través de la red flu. El director de Hogwarts apareció de inmediato. Lamentó la muerte de Sirius y James. También comprendió los motivos que Eileen tenía para no seguir haciendo de espía.

–Supongo que recuerdas Ottery St. Catchpole –murmuró el anciano al cabo de un rato. Eileen asintió con la cabeza. Era el primer pueblo en el que había formado parte de un ataque de los mortífagos–. En la cuadra atacada aquella noche, viven cincuenta personas. No murió ninguna porque tanto la Orden del Fénix como el Departamento de Aurores acudieron a tiempo para frustrar los planes de Voldemort. El matrimonio de magos que sufrió el ataque tiene un bebé de casi un año. Sin embargo, el pequeño dormía en el cuarto de la planta alta y no fue encontrado porque uno de los aurores entró a la casa a tiempo e hizo que los mortífagos huyeran. Has perdido a una amiga en Crawley. Sin embargo, ella hubiera tenido tiempo de escapar gracias a tu aviso. No lo hizo, pero envió con un traslador a nueve vecinos suyos a un lugar seguro antes de que la alcanzaran los mortífagos. En dos casos, ya podemos contar una enorme cantidad de vidas salvadas... Puedo seguir, si deseas.

Eileen suspiró.

–Lo que pasa es que... –intentó explicar.

–Pasa que estás profundamente dolida por la muerte de Sirius y James. Lo entiendo. Pero también debes ser consciente de las vidas que has podido salvar. Son vidas inocentes que de otra forma se hubieran perdido.

Eileen asintió con la cabeza. Una hora más tarde, volvió a entrar sigilosamente en la Mansión Lestrange rogando que nadie hubiera notado su ausencia. Todos estaban en sus dormitorios. Subió a su habitación y bebió un frasco entero de poción para dormir sin soñar.

La alianza impensada para cambiar el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora