Pelea de asamblea. III

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Después de pasarnos la mayor parte del día dando vueltas por Madrid de tienda en tienda por culpa de las chicas, visitando restaurantes hasta encontrar el apropiado, de ir al cine para tragarnos una película de amor que al final nos había hecho llorar a nosotros... habíamos terminado yendo a una discoteca para intentar quitarnos lo pasteloso de encima antes de que fuese demasiado tarde.

Ahora estábamos aquí, sentados en uno de los sillones del pub dándonos besos interminables que sabían a poco.

Era como si de golpe todo hubiese cambiado. Como si hubiese soñado que nunca podría tenerla y al despertar descubriese que ella siempre había estado a mi lado, diciéndome que me quería, entregándome sus besos, sus caricias, sus miradas, sus sonrisas...

Coloqué uno de sus mechones de pelo tras su mejilla y le sonreí con dulzura mientras pegaba mi frente a la suya y tensaba la mandíbula.

- ¿Sabes que eres preciosa?- le susurré sintiéndome en total intimidad con ese momento, no pude evitar desviar la mirada para observar cómo nuestros amigos seguían en la pista dándolo todo, tenía que estar pendiente de que no interrumpieran el momento.

- Sí... me lo han dicho muchas veces- yo la miré con desaprobación y ella lanzó una carcajada que fue música para mis oídos-... pero nunca me lo había creído hasta que me lo dijiste tú- sentenció besándome rápidamente la comisura de los labios y sonriéndome sin apartar su frente de la mía.

- Pues eso esta muy mal... porque me atrevería a decir que eres la más hermosa de todo este local- le respondí señalando todo con un giro de 180º de mi muñeca.

- Eso eres tú que me miras con buenos ojos... ¡Exagerado!- le pasé el pulgar por sus labios y a ella se le oscurecieron los ojos. Luego cubrí su boca con la mía rápidamente, con una pasión arrolladora.

Notando como ella no estaba preparada para aquel acto de violencia por parte de mis labios, mis manos se convirtieron en plumas al rozarla, nada que ver con lo que pasaba un poco más arriba. ¡Pero Dios santo, cuánto la deseaba! Ella rodeó mi cuello con sus largos y suaves brazos, respondiendo a mis demandas.

- Te quiero- susurré rompiendo la pasión por un momento para decirle lo que sentía desde hacía mucho tiempo, probablemente la palabra que más le repetiría durante el resto de mi vida. Porqué si había algo que tenía claro era que quería pasar con ella... toda una vida.

- Yo también te quiero- respondió con la voz apenas imperceptible, pero que a mí me hizo estremecer de arriba abajo.

Antes de que ella pudiera emitir algo más que un gemido, volví a apoderarme de su boca. Recordé lo que pensé antes de besarla por primera vez, tenía miedo de lo que pudiera encontrar en ella, si hielo, entrega, rabia o temor. Ahora era todo lo contrario porqué lo único que me respondía era aquella fogosidad sin freno que nos sorprendió tanto a los dos. Su boca era cálida y complaciente. Ella me daba más de lo que le había pedido y de lo que estaba preparado para asumir.

- Me da vueltas la cabeza- dije contra sus labios sin parar de besarla. Hundí mis manos en su pelo y luché contra mí mismo para poder apartarla con suavidad.

- ¿Qué pasa?- dijo abriendo los ojos con sorpresa. Yo suspiré para coger el aire que había perdido.

- Me encanta besarte... pero creo que también necesito respirar- ella rió y se echó hacía atrás recostándose en el sillón como si se encontrase en el sofá de su casa. Eso era algo que me hacía gracia de ella, que parecía no importarle el lugar donde se encontraba, siempre era tal y como ella quería ser, a cada momento.

- Creo que opino lo mismo- dijo elevando un poco la voz al notar como la música subía un poco de volumen. Yo me puse en pie ante su atenta mirada y me incliné hacía ella para hablarle.

Deseo a las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora