¿Azúcar? I

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La imagen de mi cara se reflejaba en el gran espejo que acababa de colocar en el cuarto de baño. Era ideal: grande y moderno. Justo lo que llevaba un par de días buscando. Puse cara seria al notar como se balanceaba un poco hacia la derecha. ¿Por qué era tan difícil colocar un par de tornillos correctamente? Volví a coger el destornillador observándolo desafiante y luego apreté el que parecía ser el problema.

- ¡Ahora sí!- palmeé el destornillador en la otra mano, observando el reflejo de mi victoriosa sonrisa en el espejo ahora derecho. Tampoco había sido tan difícil, solo me había llevado un par de horas hacer de manitas colocando las lámparas, los espejos y la cocina. Vamos, que estaba orgulloso de mi mismo.

Expulsé aire bruscamente al escuchar el móvil sonar. Llevaba una semana sin pasarse a visitarme, desde que vino a recoger su móvil. Y eso que lo había llamado miles de veces, pero nada. Pensándolo bien, nunca me había hecho eso. Así que algo muy importante debería de haber estado haciendo desde que desapareció por completo. Saqué el móvil del pantalón, caqui, corto y lleno de bolsillos, que me había puesto especialmente para hacer de manitas.

- ¿Qué tal gordo?- descolgué el teléfono y lo puse en manos libres para poder ir limpiando todo lo que había ensuciado mientras escuchaba al pesado de mi amigo darme una explicación por haber desaparecido hace casi una semana.

- Para empezar, o me llamas Flavio o Príncipe Flavio. Como quieras. Y para continuar... ¿Por qué eres tan histérico? Tengo 44 llamadas perdidas tuyas. Yo sé que soy terriblemente irresistible y gracioso. También se que causo dependencia y locura. Pero acéptalo... no estamos hechos el uno para el otro- miré mi cara en el espejo observando como se descomponía cada vez más al escuchar cada palabra o mejor dicho, sandez, que soltaba por la boca. ¿Este se creía que era una de sus conquistas o qué?

- ¡Mira al chaval! – Dije con burla, jamás me había dicho algo parecido en todos los años que llevaba conociéndolo- ¡Qué Príncipe Flavio, ni que ocho cuartos! ¿Dónde has estado metido?- recogí el paño que colgaba del borde de la bañera. Lo había dejado allí estratégicamente para luego limpiar el cristal. Estaba casi seguro de que las huellas de mis dedos quedarían marcadas después de colocarlo.

- Amigo mío, tenías razón. No he aguantado ni dos días en volver a llevarme a una chica a la cama... ¡Pero qué le puedo hacer!... Son ellas las que me invitan con esas miradas de no haber roto un plato y de diablitas con ganas de salir a la luz- noté cómo reía después de terminar su gran discurso sobre como las mujeres lo conquistaban.

- ¿Cómo se llama la última víctima?- pregunté alcanzando el líquido ese que limpiaba mejor los cristales. La verdad es que no entendía qué tenía de especial, cuando echando un poco de agua al cristal quedaba exactamente igual que gastándote un dineral en ese mini-bote con agua y jabón.

- Se llama Mar- dijo Flavio con voz de niño tonto. ¡No! Espera un momento... ¿Se había pillado por esa chica?- Es increíble y no sé, pero es diferente- Si, definitivamente se había pillado por esa chica. La última vez que lo oí hablar así fue cuando el 6º de primaria se coló por Lorena y vivió enamorado de ella en silencio hasta que se terminó el colegio. Ella fue su primer gran amor, y por lo que veía... esta tal Mar se había convertido en el segundo.

- ¿Te has pillado por esa chica?- pregunté emocionado- Digo... dejaste la castidad que te habías impuesto por ella... eso es que te gusta más de lo normal- me apoyé en el lavamanos totalmente involucrado en la conversación. Si había algo que no espera escuchar hoy, es que mi amigo, el mujeriego, dijera que una mujer era increíble.

- Es que... no sé. Estoy confundido... yo... para lo sentimientos y esas cosas, como que no. No sé, tío.- se escuchó un largo y abrupto suspiro- Ni siquiera crucé más de dos palabras con ella, iba conduciendo y casi me atropella, entonces frenó y se bajó para ver si estaba bien. Conseguí sacarle el nombre antes de que se marchara, aunque no parecía muy convencida... parecía... no sé... pensar en algún nombre para decir.- se quedó callado y yo anonado porque que Flavio dijera eso sobre una chica que seguramente le había mentido con el nombre, no era normal- Bueno... y tu ¿qué tal con la vecina?

- Fatal... es insoportable, gritona, mal hablada, exagerada, ruidosa e increíblemente... increíblemente... inteligente- susurré al recordar cómo había conseguido escaquearse de la vecina sin que ésta se diera cuenta- Aunque eso no quita lo anterior- tenía que reconocer que hacía un par de días no sabía nada de ella y eso me estaba inquietando... porque eso podía significar que planeaba algo.

- Y te encanta- dijo como si me estuviera leyendo el pensamiento- Es justo el tipo de mujer que has estado buscando toda tu vida. Y sobre todo lo es porque no se parece nada a lo que te llegaste a imaginar en tu vida- odiaba que me conociera tan bien en estos tipos de temas- ¿Por qué no te lanzas a hablar con ella en serio?

- ¿Y cómo lo hago tío listo? En cuanto me acerco saca el rifle para que no dé un paso. Es como si fuera una enfermedad infecciosa que se pudiera pegar- dije frustrado- Y mira que he pensado cualquier tontería para llamar a esa puerta, pero no se me ocurre exactamente... nada- guardé el paño en la bolsita plástica que venía preparada para ello.

- ¿Has pensado en pedirle azúcar? – Dijo como si fuera lo más normal del mundo y, para mi mala suerte, eso era lo más normal cuando la chica que te gustaba era tu vecina inaguantable.

- Tienes razón... ¡Gracias tío!- colgué viéndome invadido por una emoción desbordante. Ahora... solo necesitaba un tarrito para pedir el azúcar. Solo necesitaba un tarrito para que ella me abriera las puertas de su casa.

...

- Es que ni siquiera se ha molestado en darme una excusa para que vaya a echarle la bronca o yo que sé, cualquier tontería con la que pueda verlo. No hace ruido ni nada parecido... es como si no tuviera vecino. Hasta el viejo que vivía antes era más escandaloso... y no es que quiera que me viniera a molestar para verlo, nada por el estilo, vamos. Solo que me preocupa que le haya pasado algo y no me haya enterado... y no porque me preocupe por él... si no por mi vena cotilla que ya sabes como es cuando algo me importa ... y no es que él me importe- el chillido de Sam al otro lado del teléfono, como si estuviera cansada de escucharme hablar.

- Te llamé para contarte algo importante que me había pasado, no para que tu me contaras que te mueres de ganas de ver al vecino que dices odiar pero por el cual en realidad estas completamente loca- lo dijo todo tan rápido que tuve que pararme a pensar varios segundos lo que había dicho.

- ¡A mi no me gusta!- me quejé pillando lo que había dicho- ¿Y qué es eso tan importante que me tenías que contar y que no me has contado?- lo mejor sería que dejara al vecino de lado por el momento. Ocupaba demasiado tiempo hablado de él cuando lo único que había echo hasta el momento era amargarme la existencia.

- Es que...- noté como la voz de Sam se apaga un poquito, como si estuviese recordando lo ocurrido-... conocí a alguien. ¡Bueno! No exactamente conocer lo que se dice conocer, vamos, que ni siquiera sé su nombre. Solo que casi lo atropello y que tiene los ojos más hermosos que he visto en mi vida, y un acento que consiguió hacerme estremecer con tan solo una palabra, y unos labios que parecía pedir a gritos que los besara, y unos brazos que me chillaban que los tocara, y un pelo que quería que hundiera mis dedo en él, y....- esta vez la que pegó un chillido fui yo.

- Después te quejas de mí- susurré- ¿Cuál es el pero? Porque tú siempre tienes un pero para todo- agarré aún con más fuerza el cojín mientras veía como Vega pasaba bostezando por delante de mí para sentarse en el sillón a, probablemente, dormir.

- El pero... es que no le dije mi nombre... me invente uno...- sonreí, típico en Sam- Y por eso ahora mismo no tengo ni idea de qué hacer si lo vuelvo a ver o ni siquiera sé si lo voy a volver a ver, por no pedirle el teléfono o algo y... que me he pillado.

- Me lo imaginaba... pero no te hagas muchas ilusiones... que esos son los típicos hombre a los que vez un par de veces y después no se atreven a venir a tocar tu timbre o algo por el estilo- dije recordando al vecino de al lado- Y...

¡DING, DONG!

... te dejo que llaman al timbre- susurré antes de cortar y ponerme de pie de un salto para comprobar quién sería el que tocaba a estas horas de la tarde demasiado poco apropiadas para hacer una visita. Abrí la puerta y me quedé parada al verlo al otro lado con su sonrisa increíble.

- ¿Me das un poco de azúcar?

Deseo a las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora