Tomé la cara de Eva entre mis manos y la sentí temblar. Al rozarse nuestros labios, la oí suspirar y supe que siempre recordaría aquel instante, su rendición, su deseo, su vulnerabilidad.La casa estaba en silencio y deseé poder ofrecerle música. El olor de las rosas que ella había puesto en el jarrón esta misma mañana palidecía junto a la fragancia a jardín que parecía que salía de ella. La lámpara difundía una luz intensa. No habría preferido los secretos de la oscuridad, pero sí la misteriosa luz de las velas.
¿Cómo podía explicarle que lo que estábamos a punto de darnos el uno al otro, no era algo insignificante ni ordinario? ¿Cómo podía hacerle comprender que llevaba toda la vida esperando aquel momento? No sabía si daría con las palabras justas, ni si esas palabras tocarían el corazón de Eva. Así pues, tendría que demostrárselo.
Sin dejar de besarla, la levanté en brazos. Ella dejó escapar un leve gemido de sorpresa, pero se abrazó a mi cuello.
-Hugo...
-Como caballero blanco, no valgo mucho -la miré sonriendo inquisitivamente-. Pero, por esta noche, fingirémos lo contrario.
Parecía un héroe, fuerte e increíblemente dulce. Las pocas dudas que aún tenía Eva se desvanecieron por completo.
-No necesito un caballero blanco.
-Esta noche, yo quiero serlo para ti -la besé una vez más antes de llevarla al dormitorio.
Una parte de mí la deseaba hasta tal punto, que el hecho de tumbarla sobre la cama y cubrirla con mi cuerpo me causaba dolor. Había veces en que el amor se desataba veloz, incluso violento. Yo lo sabía y sabía que Eva lo entendería. Pero la dejé de pie en el suelo, junto a la cama y la tomé de la mano, apartándome un poco.
-La luz- susurré sin fuerzas.
-Pero...- se quejó ella ruborizándose en la oscuridad.
-Quiero verte, Eva- aseguré sin saber si eso conseguiría no hacerme perder los papeles por completo.
Era absurdo sentir vergüenza. Ella sabía que sería un error permitir que aquel instante pasara en la oscuridad. Estiró un brazo hacia la lámpara de la mesita de noche y la encendió.
La luz nos inundó de pronto, sorprendiéndonos a ambos de pie, tomados de la mano, mirándonos a los ojos. Sentí que el pánico volvía a asaltarla llamando a golpes a su corazón y a su cabeza. Entonces la toqué y el ruido cesó.
Le quité los pendientes y, al dejarlos sobre la mesita de noche, el metal tintineó suavemente sobre la madera. Eva se sofocó como si, de un solo gesto, yo la hubiera desnudado por completo. Fui a desabrocharle el cinturón, pero me detuve al ver que las manos de Eva se dirigían, trémulas, hacia el mío.
-No te haré daño- le prometí al notarla un tanto tensa.
-Lo sé- susurró sin apenas voz.
Ella apartó las manos. Le desabroché el cinturón y lo dejé caer al suelo. Al besarla de nuevo, me rodeó la cintura con los brazos y se dejó llevar por el deseo.
Aquello era lo que quería. No podía mentirse a sí misma, ni buscar excusas. Por una noche, quería que pensara en ella solamente como mujer. Tenía que hacerla sentir deseada, darle placer, causarle asombro. Cuando nuestras bocas se separaron, se encontraron nuestros ojos. Y ella sonrió.
-Estaba esperando eso -poseído por un placer tan intenso que apenas podía describir, acerqué un dedo a sus labios.
-¿El qué?
-Que sonrieras cuando te beso -acercó la mano a mi cara-. Intentémoslo otra vez.
Esta vez, el beso se hizo más profundo y pareció rozar territorios ignotos. Ella alzó las manos hasta mis hombros y, deslizándolas por ellos, rodeó mi cuello. Yo sentí el contacto de sus dedos, tímido al principio, más confiado después.
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Deseo a las estrellas
FanfictionEva Barreiro es lo que puede considerarse, una chica normal. Con 23 años recién cumplidos se acababa de independizar, mudándose a uno de los pisos en el centro de Madrid que poseía Adri, su mejor amigo. Llevaba enamorada de él desde que casualmente...