Mañana en el súper. I

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Abrí apenas un ojo y miré furiosa el reloj que estaba emitiendo un pitido agudo de lo más molesto. Cuando por fin comprendí que era la alarma —al fin y al cabo nunca la había oído sonar a las ocho de la mañana— alargué el brazo y le propiné un manotazo. Me acurruqué de nuevo en el recuperado silencio, preguntándome por qué demonios habría sonado la alarma a aquella hora tan intempestiva. Porqué yo misma la había puesto para que sonase a aquella hora, he ahí el porqué.

-No -gemí en medio de la oscuridad-. Me niego a levantarme. ¡Sólo llevo cinco horas durmiendo!

Pero me levanté. Antes de irme a la cama había tenido la previsión de dejar preparada la cafetera y fijar el temporizador para la 8:30. Me atrajo el olor a café y me dirigí a la cocina dando tumbos. Al encender la luz tuve que entrecerrar los ojos para protegerme de la fuerte claridad.

-La gente que va a comprar a los supermercados es de otro planeta -murmuré al tiempo que cogía una taza-. Los seres humanos auténticos no hacen esto como costumbre. -Con una taza de café dentro del cuerpo, conseguí llegar hasta la ducha. Mientras el agua me caía sobre la cabeza recordé que no tenía la intención de lavarme el pelo. Como no había tenido en cuenta el tiempo necesario para lavármelo y secármelo cuando calculé la hora de levantarme, ahora iba oficialmente con retraso si quería llegar temprano al día de la amistad en casa de Sam- No puedo con esto.

Un minuto más tarde me convencí a mí misma de intentarlo. Rápidamente me apliqué el champú y me enjaboné con la esponja y tres minutos después salí de la ducha.

Con otra taza de humeante café a mano, me sequé el pelo con el secador y a continuación me puse un poco de espuma para domar los mechones rebeldes. Cuando una se levantaba tan temprano, era necesario usar maquillaje para ocultar la imagen automática de horror e incredulidad; me lo apliqué rápido pero en cantidad generosa buscando ofrecer un aspecto glamuroso, como de recién salida de una fiesta. Lo que conseguí se acercaba más al aspecto de estar con resaca, pero no pensaba malgastar más tiempo en una causa perdida.

No te vistas de blanco ni de negro los lunes, es mala suerte, me había dicho Sam la noche anterior después de que se hubiese comprado un tostón de libro sobre "La suerte". Me puse unos pitillos y una camisa azul, suponiendo que no habría mucha gente a esas horas en el supermercado.

A continuación me enfundé una sudadera gris dos tallas más grande que la mía, que le había robado a mi padre, me ajusté un cinturón negro y completé el atuendo con unas zapatillas de color negro.

Consulté el reloj. Las nueve de la mañana. ¡Maldición, qué buena era! Antes me mordería la lengua que reconocerlo.

Muy bien. ¿Qué más? Comida y agua para Vega, que no sé encontraba a la vista. Perra lista.

Una vez resuelta aquella pequeña tarea, salí de casa cuando pasaban cinco minutos de las nueve. La puerta de en frente seguía cerrada. No estaba el dueño, ni tampoco había oído entrar ningún otro ruido durante la noche. Hugo no había ido a casa.

Probablemente tendría otra novia, pensé apretando los dientes. Me sentí como una idiota. Naturalmente que tendría otra novia. Los hombres como Hugo siempre tenían una o dos mujeres pendientes de él, o tres. Conmigo no había podido ir a ninguna parte gracias a que era una chica lista, de manera que simplemente se fue volando a posarse sobre la flor siguiente.

-Tipejo... -mascullé al tiempo que llegaba a la calle y abría mi coche. Debería haberme acordado de mis experiencias anteriores en guerras sentimentales y no haberme emocionado tanto.

Era evidente que mis hormonas se habían impuesto al sentido común y que me había emborrachado de vino de ovarios, la sustancia más potente y más destructora de cordura de todo el universo. Dicho en pocas palabras, había echado un vistazo al cuerpo y a los labios de Hugo y me había puesto como una moto.

Deseo a las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora