Los hombres salían y entraban de la que se había convertido en mi antigua casa. Todavía no me podía creer que estuviese aquí después de este tiempo, me era imposible no sentirme un extraño mirando todos y cada uno de los rincones que me rodeaban. Era como si nunca hubiese pertenecido a este lugar a pesar de que me había dado los mejores momentos de toda mi vida.
Mi madre me había aconsejado algo antes de salir de la casa, y ese algo era que no fuese, que no volviese aquí, porqué lo más probable es que la volviese a ver, quisiese o no quisiese. Yo sin embargo, quería venir... quería verla, aunque solo fuese por última vez. Quería escuchar su voz y decirle todo lo que me había callado hasta el momento. Quería dejarla en el pasado.
Uno de los trabajadores se quedó mirando un cuadro que había colgado en una de las paredes, parecía bastante ensimismado en él. En seguida me di cuenta que era el retrato que había hecho de ella la noche que no conseguí concentrarme en el trabajo, la noche en la que la encontré al otro lado del balcón.
Sentí miles de pinchazos atravesar mi estómago al ver cómo reía con otro hombre y comentaban algo que no debía ser para nada dulce, es más, tenía que estar sonando tan grosero que haría daño a los oídos.
Caminé hacía ellos con mal genio, no soportaba que otros hombres la mirasen aunque fuese en un retrato. El simple hecho de que eso sucediera me hacía arder en celos, aunque ella no me perteneciese en este momento, me negaba a tener que aceptar que podría ser de otro tarde o temprano, algo dentro de mí la había marcado como si fuese de mi propiedad, y cuando eso sucedía era casi imposible de que cambiase.
- ¿Se puede saber porqué no estáis haciendo vuestro trabajo?- me coloqué tras de ellos y me crucé de brazos, poniendo la habitual mala cara que solía tener últimamente, a decir verdad hacía mucho tiempo que no sonreía.
- Lo siento señor- respondió el trabajador caminando a algún lugar de la casa, como si por ello no fuese a echarle la bronca. Suspiré con fuerza y miré al suelo, dejándolo pasar.
- Es muy bueno- dijo el otro chico, que todavía seguía allí- Tiene suerte de tener una mujer como esa... es muy bonita- yo lo miré sin colocar ninguna expresión en mi cara, y él se alejó como si no hubiese dejado un vacío en mi corazón.
Introduje mis manos en mis bolsillos y miré atentamente el cuadro. Recuerdo haber intentado plasmar en su mirada cada uno de los brillos y formas que tanto las caracterizaban, queriendo darles esa profundidad que encontraba yo cada vez que la miraba a los ojos... pero aunque pareciese que estaban dibujados a la perfección, su mirada tenía más cosas que ocultar que las que reflejaba el retrato.
Me encogí de hombros y giré sobre mi propio cuerpo, observando al chico que me había dicho las últimas palabras.
- Ese cuadro- le dije señalándolo con la cabeza. Tomé aire y lo miré con la inexpresividad que había decidido adoptar a partir de ahora- Tíralo... no vale para nada- el chaval me miró con cara de sorpresa, pero no dijo nada. Simplemente se limitó a asentir con la cabeza.
Intentando sentirme mejor conmigo mismo, caminé de nuevo hacia el lugar donde había pasado la mayor parte de la mañana. La entrada de la casa. No podía apartarme de aquel lugar porqué tenía la esperanza de que un momento a otro la puerta de la casa vecina se abriese y de ella apareciese la que ocupaba mis sueños y pensamientos.
Pero esa esperanza se estaba desvaneciendo a medida que avanzaban los segundos, o los minutos. Y la verdad es que comenzaba a molestar a los trabajadores que se encargaban de bajar las cosas al camión de mudanzas.
Observé como el chico cogía el cuadro que le había mandado a tirar y que se lo llevaba con él como si fuese una reliquia... tal y como yo lo había sentido tiempo atrás. Ese chaval sería el típico hombre que creía que la mujer perfecta existía y que cuando la encontrase sería para siempre... y se equivocaba. Sí, lo hacía. Puede que exista una mujer perfecta para cada uno de nosotros, pero... eso no quita que se convierta en algo que dure eternamente.
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Deseo a las estrellas
FanficEva Barreiro es lo que puede considerarse, una chica normal. Con 23 años recién cumplidos se acababa de independizar, mudándose a uno de los pisos en el centro de Madrid que poseía Adri, su mejor amigo. Llevaba enamorada de él desde que casualmente...