Todo cambió. II

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Por un momento, solo por un rápido momento... había recordado aquel momento que tan importante había sido para nosotros y había visto su cara en la de aquel chico... solo por un momento que ya había acabado.

La rabia me consumió y no era culpa del chico, si no mía. Ahora era cuando me daba cuenta de que jamás nadie más que él me había pedido azúcar y el hecho de que otro lo hiciese me hacía sentir como si lo estuviese remplazando, cosa que me era imposible.

El joven seguía plantado con un tarro y una sonrisa en los labios, pero lo que mi cara plasmaba no era ni felicidad, ni ganas de hacerle el más mínimo caso.

Llevé mi mano al pomo de la puerta y lo miré directamente a los ojos preparada para comportarme como la peor vecina que hubiese existido jamás... con Hugo no me había salido del todo bien, pero este no sé iba a salvar... él no era Hugo.

- ¡No! No tengo- y con toda mi fuerza, le cerré la puerta en la cara sintiéndome momentáneamente orgullosa por lo que había hecho, cinco segundos más tarde estaba dándome cuenta de que no conocía a aquel hombre de nada y que lo había tratado como si se tratase de mi antiguo vecino...

- ¿Se puede saber que has hecho?- dijo Nerea apareciendo tras de mí, con una única toalla que envolvía su cuerpo- ¿Es que no has visto cómo estaba?- sus ojos parecían los de una loca, y por un momento me acordé del miedo que se sentía cuando alguien te miraba de esa manera.

- Sí, sí que lo sé... no soy ciega- contesté cruzándome de brazos, comportándome como la niña pequeña que había dejado de ser hace mucho tiempo... con estás tres locas estaba volviendo a mi orígenes- y eso no quita que vaya a dejar que me gorroneen el azúcar... ¡Otra vez!- di dos pasos firmes, pero pronto sentí que Romi se plantaba ante mí.

- No se debe tratar a las personas de esa manera, hay que ser amable con los demás- dijo ella con toda la pasividad que podía transmitir.

- Lo que quiere decir Romi- apareció Lucía de la nada, como tantas veces- es que la próxima vez que toque alguien lo vas a recibir con los brazos abiertos y sin rechistar...

- Y mucho más si es un chico como ese- se quejó Nerea que parecía haberse quedado interesada en aquel chico.

- No pienso darle azúcar por más que insistáis- dije de forma seria intentando poder hacer que me dejaran en paz con aquel par de palabras insignificantes.

- ¡Oish!- exclamó Romi, que era la más se había enterado de mi historia tras pasarse toda la noche insistiendo en que se la contara con todo detalle- Mira que eres romántica...

- Pues será eso Romi, pero es algo mío y punto- estallé- Es que... no quiero nada que me recuerde a él y sin embargo me paso todo el día pensándolo... así es imposible- suspiré.

- Tengo una idea... cuando vuelva a tocar ese chico... ofrécele otra cosa en vez de azúcar- propuso Nerea-... y luego me lo presentas- reí levemente y cogí el paño que había dejado sobre la silla.

- Y yo tengo otra... cuando toque, si es que toca- le sonreí- ábrele y quítate la toalla... no sé olvidará de ti en la vida- Nerea me sacó la lengua y yo reí, sintiéndome de nuevo tan bien como minutos antes... esta era la que quería ser, la chica feliz que había sido siempre y que estaba recuperando.

...

Era capaz de percibir el mal humor de mi compañero desde el segundo piso, al parecer no le había ido nada bien en lo que fuese que estuviese haciendo. Observé como bajaba las escaleras como si fuese un caballo, casi llevándome por delante al encontrarme sentado en uno de los escalones.

Se paró en seco al verme allí y lo escuché suspirar al mismo tiempo que se sentaba a mi lado, como si quisiese tener una conversación de hombre a hombre, igual a las que teníamos Flavio y yo hace unos meses. La verdad es que llevaba mucho tiempo sin cogerle las llamas y sin saber nada de él, tal vez ya ha conquistado a Sam y yo sin enterarme.

- ¿Qué te ha pasado?- pregunté sin mirarlo, simplemente me concentraba en observar al frente, a nada y a todo a la vez. Unai bufó con enfado, y eso me hizo reconocer que se trataba por una mujer... yo solía soltar el mismo en mis tiempos.

- No es nada, simplemente que este es el peor edificio al que me podría haber mudado... he pasado por un par de casas pidiendo azúcar y ninguna me ha querido dar...- reí al recordar el momento en el que me había hecho la jugarreta de la sal-... una incluso me ha cerrado la puerta en las narices después de chillarme como una loca.

- Si te sirve de consuelo, en mi antiguo edificio tenía una vecina con la que me llevaba a matar, un día le fui a pedir azúcar y cuando pensé que empezábamos a caernos mejor, me di cuenta de que lo que había puesto en el tarro era sal... imagínate cómo me sentó que me la jugase tan bien- Unai rió, contagiándome por segundos.

- Creo que la tuya me gana por un par de puntos- sonreí- ¿Y al final que pasó con esa chica? Seguro que se la devolviste- parecía interesarle algún modo de vengarse de la persona que le había hecho eso.

- No... bueno, puede, pero no de la manera que esperas- lo miré directamente a los ojos- La enamoré... me enamoré... esa fue mi peor venganza- él sonrió, como si le pareciese una cursilada.

- Bueno, no creo que esa chica sea mi tipo como para vengarme de ella enamorándola... aunque tal vez pruebe con darle sal en vez de azúcar cuando necesite un favor- reí, sabiendo quien era la persona que había tratado tan mal a mi nuevo compañero... me reconfortaba el hecho de que se hubiese negado a ofrecerle azúcar, sal o lo que fuese.

- Tengo una idea mejor- palmeé mis pantalones y me puse en pie, sonriendo- ¿Por qué no me das ese tarro y me dejas ir a hablar con ella? Estoy seguro de que conseguiré lo que quiero...- Unai me miró como si estuviese loco.

- Esa chica no te va a dar ni la hora, debe tener la regla o la menopausia, porqué se gasta un humor de perros- yo reí, la conocía demasiado bien como para saber que esa sería la primera impresión de cualquier hombre al conocerla.

- Estoy seguro de que a mí me la dará- me miró dubitativo, pero al final me entregó el tarro vacío, como si diese por hecho que todo me iba a salir por la culata.

- Buena suerte- me deseo como si me fuese a encontrar con el mismísimo diablo a las puertas del infierno... y la verdad es que no sabía cuál de las dos opciones prefería.

- La necesitaré- susurré al mismo tiempo que comenzaba a subir el primer escalón hacía lo que se suponía que era mi destino... la mujer de mi sueños, la chica que me quería y por la que debía luchar... ahora y siempre.

...

¡Ding- dong!

El timbre sonó y mi mirada quedó conectada con tres chismosas que se encontraban en el sofá sacando defectos a una modelo de revista. Estas me decían con la mirada justo lo que no quería que me dijesen, que era que fuese a abrir la puerta.

Solté la fregona y me llevé una mano a la frente, cansada de todo. Les sonreí falsamente a las tres y levanté las manos en son de paz, dándome por vencida solo por esta vez por el simple hecho de que sabía que debía disculparme con ese chico, si era él, obviamente.

Caminé con prisa hacía la puerta, quería acabar con esta tontería cuanto antes.

- Mira, siento haberte tratado así antes, pero no me pillaste en un buen momento- dije apresuradamente sin tan siquiera mirarlo a la cara.

- Eso está muy bien, pero... ¿Tienes azúcar?- no me podía creer lo que estaba escuchando... es que era imposible que fuese él el que hubiese hablado. Levanté la mirada para encontrarme con esos ojos verdes que tan loca me volvían y esa sonrisa matadora, que ponía cada vez que quería sacarme de quicio.

- Hugo...

Deseo a las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora