CAPÍTULO 47: Sr. & Sra. Wayne

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Luego de una ducha, Marco y Alissa sintieron el peso de tan largo recorrido y acabaron durmiendo casi de inmediato. Poirot, que no se despegó de Marco en ningún momento, parecía de lo más acostumbrado a las idas y vueltas entre hoteles y viajes en avión, pero estaba igual de agotado y durmió muchísimo antes que ellos. La cama king era casi como sentirse flotar, no podía creer que hubiera cama más cómoda que la de Bruce y sin embargo ahí estaba disfrutando otra vez de un lujo impensable para la vieja Alissa, aquella que pensaba en lo que se iría su sueldo antes de cobrarlo inclusive.
La ganancia que había tenido con el primer contrato, había sido destinado casi en su totalidad a la universidad de Alice, dejándole solamente un resto suficiente como para abastecer por completo la casa, comprar algo de ropa e ir a la peluquería como hace ya meses que no iba. Luego del agitado lunes en el que dejó a Alice en el campus, trabajó por la tarde y luego se reunió con Bruce, renunció a su empleo el martes por la mañana tomando a todo el mundo por sorpresa y luego del café, marchó hacia la peluquería en donde cortó las puntas de su rojo cabello y se hizo una nutrición profunda. Durante las horas dentro del salón, Alissa no dejó de preguntarse si es que estaba haciendo las cosas bien o mejor dicho, convenientemente a su situación pues obviamente aquello no podía estar bien cuando estaba cada vez más jodida respecto a sus sentimientos por Bruce. ¿Pero tratándose de su economía? Pues no era nada tonto viajar con él, con el dinero que ganara en esos días de nuevo contrato, pues podía sustentarse cuidadosamente hasta encontrar un nuevo empleo y esperaba que fuera lo antes posible para que al alejarse de Bruce, su cuerpo y mente estuvieran ocupados o estresados por otra cosa que no fuera extrañarlo.
La mañana siguiente a su llegada a Bariloche, Alissa despertó a las seis y veinte de la mañana  debido a la luz solar que ingresaba por las amplias ventanas de la suite. Fue extraño ver un sol tan brillante a tan temprana hora pero no le causaba mal estar alguno, incluso llegó a pensar que sería mil veces más productiva si el sol fuera igual de brillante en Londres todos los días. Al sentarse en la cama, puede ver que Bruce ya estaba casi listo para marcharse y agradeció el haber despertado antes de que la dejara sola. Todavía algo adormilada, salió de la cama y descalza, fue hasta donde Bruce se abotonaba las mangas de la impecable camisa blanca para acomodarse frente a él apoyándose en el brazo de uno de los sillones. Las mantas y almohadas ya no estaban en el sofá cama donde él había dormido y sus maletas no estaban en el rincón donde la habían dejado, lo que le hizo preguntarse si es que acaso las había dejado en el vestidor. Sonrió a sus adentros al reconocer el lado obsesivo y controlador de Bruce por tener todo bajo control, todo ordenado y a su forma.

-Madrugaste... -le dijo ella pasándose las manos por la cara, buscando quitarse el resto de flojera que cabía en su cuerpo- Creo que debería de ser tú quien duerma en la cama, necesitas descansar bien si es que manejarás horarios así. El sofá cama es más que cómodo para mi.

-No hace falta, en serio -le dijo él buscando su saco. Luego de ponérselo, tomó una mochila negra de pocos bolsillos que se la llevó al hombro y regresó hasta donde estaba Ali para tomar de la mesa de luz junto a ella, su teléfono celular.- Llevaron a Poirot a pasear y ejercitarse un poco, pero no estarás sola, me tomé el atrevimiento de buscar quien te acompañe a comprar algo de ropa y en la mesa de luz te dejé lo necesario. No trajiste un vestido por lo que vi, y esta noche saldremos.

-¿Revisaste mi equipaje?

-No, ordené tu equipaje que es distinto. Está todo en el cambiador -le dijo para luego detenerse y besarla en la mejilla con especial cuidado, haciendo que Ali se estremeciera- No me tomaré mucho tiempo, podremos almorzar juntos. A las nueve pasan a buscarte, estate lista.

Después tan solo se marchó dejándola allí parada, inquieta ante la ternura que le producía. Nuevamente la voz de Cat en su cabeza le recordaba lo difíciles que serían aquellos días que faltaban pero no quiso hacerse tiempo para atormentarse en sus pensamientos y se puso en marcha de inmediato. Llamó a su mejor amiga y luego a Alice, pero ésta estaba camino a ingresar a clases y pudo hablar muy poco con ella; respondió a los mensajes de Finn que la tranquilizaban sabiendo de que todo estaba en orden y Gordo estaba disfrutando hasta incluso más que ella aquellas vacaciones con el adolescente en la casa.
Siendo las ocho de la mañana, ya vestida con unos jeans y una blusa liviana de hilo, golpearon a su puerta para dejarle el desayuno que Bruce le había dejado ya encargado. Fue una fortuna para ella el saber que no debía de salir a una de las salas de té o restaurant para comenzar el día con un buen desayuno puesto que aunque la mayoría de los empleados hablaban ingles, se sentía incómoda ante la idea de no entender o perderse dentro de tan enorme lugar. Encendió la televisión y se entretuvo un momento con los canales argentinos, era extraño lo diferentes que pueden llegar a ser ese tipo de cosas en cada país pero al no entender nada de lo que se decía, tan sólo la dejó como ruido de ambiente y salió al balcón donde había una mesa y dos cómodas sillas con una vista maravillosa de uno de los lagos que rodeaban el hotel. El sol era exquisito, corría una leve brisa que hacía de esa mañana algo aún más perfecto y bajo la sombra adecuada del balcón, saboreó lo que tenía para desayuno. Puntualmente a las nueve recibió a una mujer de unos treinta años, alta y de cabello corto color chocolate que se presentó como Tamara, le explicó que ella la llevaría a recorrer algunas tiendas de ropa como había mandado "su esposo, el señor Wayne" y que de paso, podría conocer algo del centro de la ciudad.
Tamara conducía un Fiat Mobi en color rojo y en el trayecto que recorrieron, le comentaba que si bien sus centros comerciales no eran precisamente grandes, exuberantes como en otros lados del mundo, encontraría sin duda alguna ropa muy bonita y adecuada para ella. Alissa estuvo todo el camino deleitándose con tan hermosos paisajes y aprovechaba cada que podía a preguntarle a Tamara qué era tal lugar o tal otro, impaciente por hacer el recorrido con Matías, el guía oficial de aquel viaje. La primer galería que visitaron, como bien le había dicho Tamara, no era precisamente grande como quizás podría imaginarse pero tenía aquella escancia de cabaña invernal encantadora y todo estaba impecable, muy organizado y llamativo. Alissa no tenía idea de qué comprar, Bruce le había dejado en la mesa de luz junto a la cama una tarjeta prepaga que no tenía idea de cuánto tenía disponible pero según lo que Tamara le dijo, no debía de preocuparse por ello. La joven tenía muy en claro su trabajo y se vestía muy bien, asique Alissa confió en las opiniones de ella y simplemente se dejó llevar de un lado a otro, por más que el estar probándose ropa cada diez minutos le incomodaba y cansaba demasiado, no era entretenido cuando se sentía como una especie de presión por cumplir unas expectativas y las expectativas eran en este caso ser igual de elegante y bonita que su compañero de viaje. El no entender los precios en las etiquetas también la ponían nerviosa, no sabía cuánto equivalía el peso en libras y al ver los números no sabía si era caro o barato, eso la dejaba intranquila por más que Tamara le aseguraba que no debía de fijarse en eso.
Las bolsas de compras se fueron acumulando al ir pasando las horas, y para la una de la tarde, Alissa tenía un completo guardarropas nuevo de pies a cabeza. Zapatos, sandalias e incluso zapatillas nuevas, mucha ropa de verano que se preguntaba cuándo llegaría a usar toda como pantalones cortos, vestidos y camisolas divinas, además Tamara le había convencido de comprar también accesorios como gorros de sol y anteojos que le serian muy necesarios al igual que los trajes de baño. Antes de las dos de la tarde, ya estaba de regreso al hotel con todas las bolsas de compras por ordenar y justo cuando pensaba en cambiarse y ponerse algo nuevo, recibió una llamada de Bruce que quería saber si acaso había almorzado algo pues a él se le había hecho la reunión más larga de lo que había imaginado y acababa de desocuparse. Acordaron encontrarse en el espacio gastronómico del hotel cercano a la piscina al aire libre y luego de cambiarse y maquillarse un poco, Alissa salió de la habitación para ir hasta donde él la esperaría. Pudo llegar sin problema gracias a la mujer de recepción que supo explicarle con claridad dónde debía de ir y una vez en el espacio gastronómico, pudo encontrar la mesa de Bruce gracias a que era el único que contaba con la compañía de un perro. Poirot se portaba excelente aún con mucha gente a su alrededor y se lo veía aún más bonito luego de su mañana de cuidados, si es que acaso era posible. Al llegar a la mesa, Bruce se paró para ayudarla a sentarse como el perfecto caballero que era y como si la cosa más natural fuera, luego de que ella se sentara, le besó el hombro derecho que tenía descubierto por el diseño de la blusa nueva. Le preguntó cómo le había ido y le alagó lo bonita que siempre estaba, dándole pie a ella para poder preguntarle por su mañana de trabajo aunque muy poca respuesta consiguió, no le molestó en absoluto. Un mozo les tomó el pedido poco después y esperaron la comida bebiendo algo fresco y frutal mientras tanto. El lugar se veía muy concurrido, el hotel estaba casi en su totalidad ocupado y era lógico que hubiera mucha gente, sobre todo con tan bello día que hacía para descansar en la piscina o cerca de ella. Había muchas familias, pero en su mayoría se veían parejas de entre cuarenta y setenta años, Alissa permaneció unos minutos observando a su alrededor, todavía incrédula de estar en un lugar tan lejano y hermoso como ese. No muy lejos de su mesa, una mujer de cabello castaño y ondulado, los observaba. En un comienzo, pensó que se trataba solamente por Poirot, que estaba bajo la mesa con su juguete nuevo pero luego pudo notar que la atención de la mujer, iba más bien al dueño del cachorro e inevitablemente sintió una punzada de incomodidad y celos dentro de ella. Miró a Bruce pero éste estaba respondiendo un mensaje de texto, completamente ajeno a todo y luego volvió la mirada a la mujer que ahora platicaba con las personas que la acompañaban. Vestía una maya negra que hacía sus piernas eternas, y sobre ésta, llevaba puesto un kimono de playa estampado en flores, traía unas sandalias blancas de poco taco y un costoso reloj en su muñeca. Al lado de ella, había cuatro personas más: un hombre y una mujer que eran pareja, y dos hombres más que se parecían mucho, por lo que Alissa supuso que debían de ser parientes.
Al regresar la mirada a Bruce, éste la observaba en silencio e hizo que se sonrojara, no tenía idea desde cuándo la estaba mirando pero esperaba que no pensara mal de ella. 

SIN NOMBRES (La acompañante) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora