Ambrose Dash
Los soldados nos llevaron hasta el exterior del edificio, para luego guiarnos a ese sótano en el que me había desmayado anteriormente.
La puerta fue abierta y nos adentramos, de nuevo, totalmente solas.
Bajamos las escaleras con más lentitud que la vez pasada, o al menos así lo sentí yo. Al poner los pies en aquel inquietante espacio se escucharon jadeos por parte de las otras chicas, y ya veía porqué.
Había doce camillas, con todo preparado para poner vías intravenosas una especie de chupones que no sabía para qué servirían. Las camillas tenían correas para atar nuestras manos y pies a ellas. Lo que teníamos al frente parecía sacado de una película de terror.
De la misma puerta salió un señor mayor, alto, con el cabello rubio y unas cuantas canas, su traje negro estaba impecable, su joyería se veía carísima y no era necesario pensar tanto para llegar a la conclusión de que era August Finnes, padre de Aiden, quien al parecer no estaría presente.
Tras este señor pasaron varias mujeres, enfermeras. Se acercaron a nosotras y ahí se desató el caos. Empezaron a oírse gritos y llantos desesperados. La puerta por donde ingresaron ellos fue abierta, y unos cuantos soldados entraron para tomar a las capturadas histéricas.
Mi enfermera me llevó hasta la camilla sin siquiera molestarse en ocultar su asombro ante mi comportamiento.
—Tengo que amarrarte a la camilla para asegurarme de que no te muevas y el tratamiento pueda ser suministrado correctamente —anunció sobre el escándalo con gentileza.
Dudé por unos segundos, pero ya sabía que no tenía opción, era decir que sí o que aquellos hombres me obligaran violentamente. Así que asentí.
La enfermera me sonrió y procedió a amarrarme a la camilla. Luego introdujo la vía en mi muñeca derecha, esperé pacientemente a que el líquido azul bajara por la vía y llegara a mis venas. Una vez que esto pasó me sorprendí al no sentir dolor, ni ninguna sensación desagradable.
La mujer puso los chupones en mis sienes y me miró, esperando algo, pero ni idea de que...
Mi vista se nubló un poco, hasta volverse completamente negra, mi respiración se agitó, empecé a desesperarme a tratar de quitarme la vía, pero estaba atada, entonces todo cobró sentido. Y al parecer, estaba esperando algo así desde que vi aquella camilla, porque a pesar de todo, no estaba sorprendida, solo consumida por el temor y luego por el terrible dolor que se empezaba a esparcir por todo mi sistema.
Trataba de gritar, pero al parecer mi cuerpo dejó de obedecer a mi cerebro, ya no tenía el control sobre mí. De pronto un pitido insoportable se hizo presente, lo que me hizo sudar incontrolablemente; sentía como las gotas de sudor se deslizaban por mi rostro y cuello, para acabar en el borde del suéter deportivo que tenía puesto.
Pasé unos segundos más de agonía hasta que perdí el conocimiento.
August Finnes
Veía como el caos se desataba en aquella habitación. Gritos, patadas y melenas despeinadas por todo el espacio. Los guardias trataban de no lastimarlas, pero al final recurrieron a la violencia como única y última opción para llevar su trabajo a cabo.
Mi vista se desvió a algo bastante inusual, y era una de las cinco. Una chica bastante atractiva de cabello rubio escuchaba pacientemente a la enfermera, era atada a la camilla tranquilamente, sin soltar ni una sola maldición.
Fruncí el entrecejo y me acerqué cuando esta ya tenía los chupones en las sienes.
Sus ojos, como era de esperarse, se tornaron completamente negros. Su cuerpo empezó a moverse desesperadamente, eso quería decir que ya el tratamiento estaba en gran parte de su sistema. Gotas de sudor resbalaban por su cuerpo, pero más allá de estar detallando su agradable rostro, estaba pensando en cómo ella había tomado la situación, pensaba en cómo no había hecho un escándalo, en cómo no se había negado a recibir el tratamiento.
—¿Podría decirme el nombre de la joven? —le pregunté a la enfermera.
—Su nombre es Ambrose Dash, señor.
Asentí mientras sonreía, más que satisfecho con la respuesta.
—Oh, con que nuestra francotiradora tiene valor.
La observé por unos segundos más antes de que Lira, la doctora que estaba al mando con todo lo referente al tratamiento de las capturadas, se acercara a mí.
—Señor August, las capturadas están recibiendo el tratamiento como esperábamos, todas, excepto Danna White, quien está presentando quemaduras de segundo grado en la piel de su cuello, brazos, abdomen y piernas —explicó con tono profesional.
Paseé mi mirada por la estancia, tratando de localizar a una joven con quemaduras. Detuve mi búsqueda cuando me topé con una pequeña chica pelirroja con quemadas bastante visibles en su cuello. Estaba en la camilla 4, a tres espacios de la de la francotiradora.
Me moví hasta ella y sí, efectivamente tenía quemaduras, pero éstas eran demasiado severas para ser de segundo grado.
—Doctora Martin —llamé a Lira por su apellido y ésta se apresuró a posicionarse a mi lado, atenta a mis palabras —. ¿Está segura de que estas quemaduras son de segundo grado?
Sus ojos se agrandaron un poco, luego escondió su asombro.
—Han agravado en tan sólo segundos señor, si sigue así se quedará sin piel —Me miró con gesto preocupado —. ¿Tengo permiso para desconectarla? Podría morir si su interior también empieza a recibir quemaduras.
—Desconéctala —ordené y la mujer le hizo señas a las enfermeras, quienes empezaron a desconectar a la chica rápidamente —. ¿Sanarán estas heridas, doctora?
—No lo sé, señor —Meneaba la cabeza mientras observaba a la joven con un atisbo de dolor —. Esto nunca fue una posibilidad, no estábamos preparados. Tal vez la chica tenga algo en su genética que las demás no tengan. Si me permite, iré a investigar qué fue lo que pasó, revisaré su tipo de sangre, veré si sus terminaciones nerviosas están bien...
—Doctora Lira —la interrumpí, tomando el puente de mi nariz con exasperación —, sólo retírese.
Ella asintió; se llevó consigo unas cuantas enfermeras y a la señorita White.
—Señor —llamó una enfermera, de hecho, la misma que estaba atendiendo a nuestra francotiradora —, las capturadas se despertarán en dos horas aproximadamente, puede esperar aquí o retirarse a cubrir sus otras ocupaciones, lo tenemos todo bajo control
Asentí mientras ponía mis manos atrás de mi espalda.
—Está bien, gracias —dije antes de salir de la habitación.
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La Captura
Ciencia FicciónAnualmente son capturadas doce jóvenes de todas las partes del país. Serán sometidas a pruebas para transformarlas en fenómenos con habilidades que ayudarán en una guerra eterna. Este año será diferente, pues una de ellas tendrá la oportunidad de ca...