6. Impulsivo

744 96 3
                                    

Ambrose Dash

Desde que desperté del coma, varias de mis acciones carecían de sentido, o simplemente actuaba por impulso.

Decirle todas esas cosas a Aiden no carecía de sentido, había sido malditamente impulsivo. Pero ahí estaba, arriesgándome una vez más por cumplir los caprichos de un Finnes.

Odiaba mi posición.

Caminé hasta el círculo que estaba fuera de las oficinas de la base. Ese era el espacio donde los soldados de Lenos entrenaban, por lo que había blancos de tiro por todos lados, tanques de guerra alineados y paredes llenas de armas.

Durante todo el trayecto analicé y planifiqué cada uno de mis pasos, ya que no sentía para nada la pierna izquierda, sí podía moverla, y respondía a la perfección a mis movimientos, pero no sentía ni el peso de la bota.

Al llegar al centro del campo tuve que detenerme justo al lado de August Finnes, quien me recibió con un asentimiento de cabeza.

Había al menos veinte soldados con un impecable uniforme, y líderes de Lenos, a algunos ya los reconocía, de hecho uno de esos dijo que me veía demasiado débil como para servirle.

Y ahí estaba, con una herida en la pierna siendo útil sólo para dar palabras motivacionales. Odiaba el hecho de que aquel detestable hombre tuviese razón.

—Sé que hoy no hablo como la imagen de un movimiento, ni le hablo a ciudadanos comunes de Lenos —inicié mi discurso —. Hoy hablo como una de las pocas sobrevivientes de un movimiento y les hablo a las personas que han hecho posible todo lo que hemos conseguido como país hasta ahora.

Muy en el fondo, estaba disfrutando de hablarles a los jóvenes de Calem que no tuvieron otra opción, y por eso, justo en ese momento le servían a Lenos para matar a su propia gente. Ellos habían actuado por bienestar propio, así como yo había actuado y lo seguiría haciendo, ¿por qué? Porque no me disfrazaría de August Finnes y jugaría a ser el gobierno que de verdad les daría una mejor vida.

Estar en La Captura me había servido para entender que era imposible salvar a un país en medio de un montón de personas que con tan sólo hacer una llamada y agitar los billetes podían acabar con miles de vidas. Aprendí que mi padre estaba muerto debido a que creyó que él podía contra toda esa corrupción y abuso de poder.

¿Lo más triste? Que para sus hijas y su esposa había muerto como un fiel creyente del progreso, como una persona que apostaba por sacar a su familia a flote; para el gobierno de Calem había muerto como un hombre más llamado Collen Dash, perteneciente al pelotón 16.

Y Collen Dash le había servido más al gobierno de Calem que a su propia familia.

—Sé que estamos atravesando momentos difíciles —continué, sintiendo el calor de Aiden al posicionarse a mi lado —, hemos perdido a muchos de los nuestros, y no les diré que piensen que es para un bien mayor, pues suena egoísta e inhumano. Pero así mismo suena la realidad, así que les digo que si deciden seguir luchando es porque eligen seguir viviendo. La vida es una lucha, depende de nosotros elegirla o no.

Mi respiración se había acelerado, y mi cuerpo amenazaba con exponerme de la manera más débil frente a todos esos hombres.

Aiden posó su mano derecha en mi espalda baja.

—Respira, Dash —susurró una vez más —. Estamos juntos en esto.

—Lenos creció en medio del caos, y ha avanzado en medio de un caos aún mayor —dije, irguiendo de nuevo mi espalda —. Como ciudadanos de este país nos hemos visto en la obligación de movernos al ritmo de ese caos, y eso sólo nos ha hecho más capaces. Capaces de avanzar con lo que está en nuestras manos al momento de accionar, y esas características nos han convertido en el país más poderoso del continente.

Desvié mi mirada hacia August, éste me mostró una sonrisa manchada debido a que su adicción al cigarrillo había aumentado con esta captura.

No necesitaba su aprobación, sólo quería demostrarle lo que yo acababa de hacer, algo que él no lograría jamás: causar un sentimiento que no fuese el de odio.

—¿Nos podemos ir? ¿Satisfecho? —La voz de Aiden destilaba odio.

August Finnes se limitó a asentir, con esa sonrisa asquerosa en su rostro. Aiden no dudó en tomarme de la cintura y dirigirme hacia la salida.

Aiden Finnes

El trato de mi padre hacia las mujeres parecía estar guiado por un patrón.

Pues hace ocho años había obligado a Amara a dar unas palabras, no de aliento, como las de Dash, sino para terminar de convencer a algunas personas que los planes de mi padre estaban bien y que nos daría una mejor calidad de vida.

Amara tenía moretones en el rostro y cortadas en sus brazos, mi padre no le dio ninguna importancia a eso. Los moretones fueron cubiertos con maquillaje y las cortadas con un traje que un ciudadano común de Calem no podría comprar ni con los ahorros de toda una vida.

A Dash la había obligado a dar unas palabras con una herida de bala en la pierna, cubriendo la herida con una venda y apagando el dolor con una inyección.

Las trataba como un objeto, como un dispositivo de inteligencia... como un arma de guerra.

—Realmente no te entiendo —musitó Dash, removiéndose en la cama. Ella estaba acostada, y yo sentado, con la espalda apoyada en la cabecera —. ¿Por qué estás aquí luego de todo lo que he dicho hoy? Y tampoco es que estés haciendo algo, digo... ni has hablado.

La observé desde arriba. Tenía el cabello suelto, rodeando su fino y pálido rostro, y observándome con sus irreales ojos, bastante similares a los míos.

Dash no era la criatura más hermosa del planeta, pero su rostro era increíblemente delicado y al conocerla un poco más a fondo te dabas cuenta de que tal vez su apariencia nunca reflejaría quién era en realidad. Ella era una de esas personas tan complejas y reales que podías estudiar, podías tratar de descifrarla y nuca lograrlo. Eso me encantaba.

—Prometí estar en todo momento durante tu recuperación —dije, omitiendo todo lo que pensaba —. Y para hacer peor tu día, te diré que para que estés mejor faltan meses. Me tendrás aquí por meses.

Ella esbozó una sonrisa floja antes de cerrar los ojos. La doctora Martin me había dicho que la inyección la haría dormir al menos doce horas, mientras pasaba el efecto.

—Estoy segura de que estoy pagando todas las cosas malas que he hecho contigo, tú eres mi castigo —dijo, antes de soltar una risita —. Estoy segura.

Con mi dedo índice le rodeé la mandíbula, hasta llegar al mentón.

—Yo creo que tú eres un tipo de lección —susurré, causando que su cabello se moviera ligeramente —. Eres mi última oportunidad.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora