10. Sobrecargada

950 110 5
                                    

Ambrose Dash

Llevábamos tres días en Cetis, y el temor estaba a punto de dominarnos... otra vez. Se suponía que luego del recorrido tendríamos una cena con el gobernador y alcaldes de Cetis, luego de eso nos iríamos, pero no culminamos el recorrido ni se llevó a cabo la cena y evidentemente aún no habíamos regresado a la capital.

No había visto a ninguno de los Finnes por la casa, tampoco a Casta, y sólo nos quedaba suponer un millón de cosas que a lo mejor estaban bastante alejadas de la realidad.

Tampoco sabíamos nada de Kristen. Habíamos intentado entrar a la enfermería luego de escuchar a la ama de llaves decir que podría estar allí, pero nos apuntaron con rifles cuando intentamos ingresar a la fuerza.

En medio de la desesperación pensé que alguna de nosotras podría saber más que las otras. Cuando bajé a la cocina para buscar algo para cenar me crucé con Dafne Rose.

—Dafne... ¿has visto a Aiden? —pregunté, fingiendo desinterés, lo que probablemente había sido lo más estúpido, ya que, ¿quién en las putas cuatro paredes en las que nos encontrábamos preguntaba por un Finnes sin un fin en específico?

—No, Ambrose, no lo he visto —respondió en un tono bastante suave, antes de hacer una pausa y fruncir las cejas —. ¿Por qué me preguntas a mí?

Porque Aiden una vez me dijo que ni siquiera necesitabas hablar para entenderte con él.

—No lo sé —Hice un además con la mano, intentando restarle importancia con el gesto —. Le he hecho la misma pregunta a todas, excepto a ti.

Asintió, un poco seria, como tratando de convencerse de que yo hablaba con la verdad.

—Así que era mi turno —supuso y yo asentí —. ¿Por qué nunca habíamos hablado?

Su expresión era relajada; esperaba una respuesta mientras pegaba una de sus caderas al borde de la encimera.

—No me han dado la oportunidad de socializar por más de cinco minutos —Me removí incómoda antes de pasarle por un lado a buscar algo de comer en la despensa —. Tal vez sea por eso.

—Eh, sí... lo siento —balbuceó cuando me giré de nuevo hacia ella, con una barra de avena y chocolate en la mano —, olvidaba que los Finnes te tienen al frente del movimiento.

Su comentario no pudo sonarme más desagradable; sabía que si no me iba justo en ese momento la conversación se volvería cada vez más tensa y no quería ni imaginar cómo podría terminar.

—No ha sido mi decisión —solté, pasando por su lado nuevamente, con dirección a la salida.

—Tal vez sí tengas otras opciones y aún no lo has notado —comentó con una sonrisa floja, algo melancólica —. Deberías poner más atención a tu alrededor, Dash.

.

No mentiré, en ese momento cualquier excusa era buena para llorar, para drenar todo. Entonces dejé que unas cuantas lágrimas salieran mientras iba caminando a la habitación que me habían asignado en la casa de Cetis. Lloraba por lo que podría estar sufriendo Kristen desde que llegó al desgraciado entorno de los Finnes; lloraba por papá, que había muerto injustamente, sin siquiera estar donde quería, pues lo habían arrastrado hasta las fronteras a defender algo que evidentemente ya estaba perdido; lloraba por mamá... el dolor que sentía por su ausencia era inexplicable, y fingía sobrellevarlo, pero la verdad era que todas las noches, antes de dormir, la recordaba haciendo el mayor esfuerzo por mantenernos vivas y sanas, y dolía. Dolía muchísimo. Lloraba por Cina, porque apenas era una niña y ya había vivido tantas cosas horribles... me aterraba perderla.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora