Alexitimia

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Ambrose Dash

Mi espalda estaba apoyada en la pared de la segunda planta de una casa, mientras mis pies estaban en el techo de zinc de otra. Estábamos en Lyme, una de las ciudades más pobres de Calem. Algunas de sus calles eran de tierra, contaba con escaleras improvisadas, barreras de llantas viejas, y sistemas de seguridad que consistían en alambres de púa, la distancia de una casa a otra era casi inexistente, por todos los lados posibles.

Antes de iniciar el movimiento compartí con niños de la ciudad. Jugué descalza en canchas improvisadas y sentí que había sido lo peor ya que sabía que en unas cuantas horas después, ellos podrían morir a causa de nosotras.

Ahora estábamos aparentemente solos y con la oscuridad de la noche envolviéndonos.

Estábamos en la obligación de desplazarnos por los tejados, ya que las pequeñas calles eran muy angostas, con muchas escaleras y desniveles, haría todo más difícil de lo que ya estaba siendo.

Estaba consciente de que podría estar sufriendo de taquicardia justo en ese momento.

—Respira, Dash —mistó Aiden, quien estaba a mi lado, peligrosamente cerca.

Uno.

Dos.

Tres disparos.

—Corre —susurró, mirándome como si quisiera guardar cada una de mis facciones a la perfección.

August Finnes sabía que Lyme sería uno de los retos más grandes, porque los habitantes de esta ciudad cuidaban a su gente bajo cualquier circunstancia. El gobierno los había abandonado, negándoles centros de salud, incluso comida, éstos habían resuelto, buscando sus propios medios. Ahora tenían huertos y habían adquirido conocimientos básicos de salud de la peor forma posible.

Cuando las personas enfrentan a la necesidad, ni el asesino más letal puede causarles miedo, pues ya han visto los ojos de la muerte observarlos más de una vez.

Eso había leído en una de las notas de mi padre, en uno de los gabinetes de la cocina, mientras él estaba bastante cerca de regresar a casa. Cuando volvió le pregunté a qué se refería, pues no lo entendía.

—Espero que nunca lo entiendas.

Esa fue su respuesta, y ahora estaba ahí, comprendiendo totalmente a lo que se refería.

Mis pies se movían con ligereza y rapidez, como si estuviese bailando una canción increíblemente movida. El plan era simple, debíamos evitar que nos acorralaran y llegar a la gobernación con vida.

Así funcionaban estos casos en la mente de August y Captian, estaba segura. Pero en la de los soldados y las capturadas sólo surgían grandes manchas de sangre, lamentos y temor.

Cada quien tenía su forma de ver estas invasiones, y era totalmente normal, sólo me hubiese gustado que la del mayor de los Finnes se acercara más a la realidad.

Los tejados de zinc vibraban bajo mi contacto; bajo cada paso o salto, produciéndome escalofríos por alguna extraña razón.

No sabía que haría Aiden, me había mandado a correr y fue realmente innecesario, pues ya habíamos planeado eso. Esperé sentirlo unos pasos más atrás, pero no fue así.

Dos disparos bastaron para hacerme sentir de esa extraña forma, para hacer que todo se moviera agobiantemente lento. Odiaba esa sensación, pero justo en ese momento la aproveché.

Me lancé del techo de una casa para caer sobre un callejón, pues había llegado al final de una calle, ya sólo quedaba esa casa y una gran pared justo al frente.

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