13. Desconfiados

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Ambrose Dash

Estábamos camino a la capital. De nuevo a despedirnos de una de nosotras.

Siempre creí que Mara era la imperturbable, o la inexpresiva. Pero cuando volteaba a mi derecha y veía a la chica me sorprendía un poco más de lo que me había sorprendido diez segundos antes.

Era un mar de llanto y de furia. Gritaba hasta que su voz se partía, se tomaba las mejillas con mucha fuerza, dejando marcas en su piel oliva. Estaba despeinada y con el rostro empapado.

Kristen y yo nos limitábamos a observarla, ya que nos había pedido que no la tocáramos.

Nunca pensé que Eliz fuese tan importante para Mara como para dejarla así.

Minutos después llegamos al Círculo Dorado. Pude sentir el zumbido del campo al desactivarse y activarse de nuevo. Sí, lo había sentido. Y al parecer las chicas también, ya que se tensaron.

El vehículo paró justo en frente de la gran entrada, dejándonos a la vista a Captian rodeado de Magnos y guardias. Todos nuestros movimientos eran frenéticos: bajarnos y acercarnos a él, luego posicionarnos firmes, y hacer un esfuerzo bastante grande para verlo a los ojos.

Él sólo asintió un par de veces y se apartó de las puertas, dejándonos el paso libre.

Quedé en el medio del círculo dorado en el suelo, viendo en diferentes direcciones. No sabía qué hacer a partir de ese punto, pues, Mara no quería compañía, las demás chicas estarían cansadas, no se me permitía ver a Cina en las horas de trabajo o entrenamiento, y sinceramente no sabía en qué hora nos encontrábamos en ese preciso momento.

Estuve en esa misma posición durante un buen rato. Analizando todo lo que había pasado en aquella casa. Y me sorprendí de nuevo al notar como nuestras vidas estaban a plena disposición de los Finnes, bajo cada uno de los conceptos. Siempre ellos estaban al mando.

Justo cuando recordé el brazo tatuado de Aiden bajo la tenue luz, paseando por mi cuerpo, Dafne apareció en mi campo de visión.

—Pido que por favor me escuches —pidió por lo bajo, cuando se aseguró de que nadie más estaría escuchando.

Fruncí el entrecejo, observando su mano, la que rodeaba mi brazo. Dudé varias veces en decir algo. Realmente me sorprendió. Así que sólo asentí, esperando a que ella entendiera mi gesto.

—La señora Amara está en el salón de descanso. Está aquí sólo para hablar contigo, me pidió el favor de que te informara sin que alguien más supiera que estarían allá —Su expresión era bastante seria, lo que me hacía pensar que en realidad hablaba en serio, pero no pude evitar desconfiar de ella —. Captian estará junto a ustedes en unos minutos. Puedes confiar en eso, no en mí, no te pediré eso.

Di un paso atrás, sin dejar de mirarla a los ojos.

Al paso que íbamos lo más seguro entre estas paredes era la muerte, así que decidí arriesgarme mientras le pedía a todas las fuerzas celestiales o como quisieran llamarse que valiera la pena.

Me di la vuelta, bajo la mirada de la chica y me dirigí hacia el salón de descanso. Segundos antes de que llegara a la puerta, ésta se abrió. Mostrándome a un Captian terriblemente molesto. Frené en seco, de hecho, consideré en retroceder.

Sus ojos estaban inquietos, con las pupilas dilatadas.

—Ambrose, te quiero ya en el patio de entrenamiento —escupió, haciendo que mis pies se movieran automáticamente.

Sentí las pesadas botas del chico golpear el piso con cada paso que yo daba. Me apresuré al sentirlas más cerca con cada golpe seco en el suelo.

No sabía la razón por la cual yo sería la única que estaría en el patio de entrenamiento luego de bajar esas escaleras. Imaginé unas cuantas posibilidades, y la más disparatada era que había decidido deshacerse de mí sólo porque había estado con su primo en la mañana.

Una vez estando en el patio de entrenamiento me encontré con Amara, sentada en una de esas sillas de hierro con tapicería blanca, bajo la sombra de una de esas carpas que sólo los Finnes podían usar durante los eventos que implicaban someternos al sol. Junto a ella estaba un Magno, con collar blanco, sabía que se trataba de Nascar.

Desvié mi atención a lo que había al final del patio, en una pared que estaba al menos a diez metros de distancia. Había tres blancos de tiro, suponía que unos pasos adelante de la pared.

—Trabajarás con esto hoy, han hecho un leve cambio de planes —dijo, mientras me tendía los protectores de oído y un arma pequeña —. Primero al pecho, luego a la cabeza. Trabajarás de pie, luego tendida en el suelo, y por ultimo agachada. Puedes empezar.

Me sentí terriblemente aliviada cuando el chico sólo se alejó, dejándome trabajar, como en un día más de entrenamiento.

Captian se alejó, para posicionarse junto a Amara y Nascar, quien de inmediato buscó su atención, plantándose a su lado.

Dos disparos en el primer blanco. Perfectos.

Me tendí en el suelo, sintiendo la humedad de la grama. De pronto recordé cómo fueron mis días luego de la muerte de papá. Había sido la primera vez que una bala había salido de un arma que yo controlara, directo al cuerpo de una persona.

Dos disparos más. Excelentes.

Me levanté del suelo y caminé rápidamente hacia el siguiente punto, me agaché y la sangre inundó mis pensamientos.

—¡De pie, Maverick!

Me recordé gritando antes de dejar a aquel hombre desangrándose en el escenario, frente a bastantes ciudadanos de Lenos.

Dos últimos tiros.

Me giré hacia Captian y éste me hizo una seña con la mano, indicándome que quería que me acercara.

Al llegar, Amara se limitó a apartarse la mano que tenía frente a su cara para cubrirse del sol. El chico me observó los brazos, haciendo que los detallara y me diera cuenta de que tenían pequeños residuos de grama y barro.

—Puedes empezar a explicar todo —habló Captian, dirigiéndose a Amara —. Yo iré a buscar sacos de arena, las demás los necesitarán.

Sin decir más, retiró el arma de mi mano y se fue alejando, dejándome sola con aquella mujer y Nascar.

—Se suponía que pasarías tu cumpleaños fuera de riesgos, junto tu hermana y los chicos, pero debido a que murió una tendrán que dejar de suministrar refuerzos hasta nuevo aviso y enviar a Calem a las que estén perfectamente bien. Tú eres una de ellas —hablaba con algo de rapidez, y un deje de pesar —. Aiden arriesgó a cinco chicas para poder darte tres minutos de paz. Y esa acción, que no es para nada simple, me convenció de que debes tener algo más que sólo buena puntería.

Aquella mujer realmente me agradaba, y no causaba en mí el mismo miedo que causaba August o Captian, pero eso no quería decir que no podría llegar a desconfiar de ella. Desconfiar siempre sería la decisión más fácil. Así que di dos pasos hacia atrás, causando que Nascar abandonara su relajada postura, y se plantara en cuatro patas.

Sabía que si me echaba a correr, en menos de lo que podría imaginar, tendría los dientes del animal en el cuello.

—Sé que eres inteligente, Ambrose —reconoció —, de hecho, admiro tu forma de manejar cada situación. Por eso mismo te haré una propuesta, y si no aceptas me veré en la obligación de asegurarme de que esto jamás lo sepa alguien más.

Sólo pude soltar una risa nerviosa. No creía ni la mitad de lo que estaba pasando.

—Amara... ¿podrías ser más clara?

—Quiero a August fuera de nuestras vidas.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora