8. Adrenalina

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Ambrose Dash

Aún no había ni el más mísero rastro de sol, y ya mis piernas pedían auxilio.

Habíamos viajado a un tipo de campo de entrenamiento a las afueras de la capital de Lenos, en algo llamado Cetis.

Saltábamos de un techo al otro, siendo perseguidas con un aparato con hélices que Captian había llamado drone. El ejercicio consistía en recoger al menos tres armas mientras escapábamos de la pequeña máquina mortal que lanzaba vallas con una fuerza suficiente como para generar hematomas, todo eso sin mencionar que estábamos al menos tres metros sobre el suelo, en superficies irregulares, saltando entre el espacio que había entre un techo y el otro, que generalmente era de dos a tres metros de ancho.

Yo cargaba con dos putas armas en la espalda y les rezaba a entidades que probablemente habían sido inventadas por mí precisamente en ese instante, para que pusieran en mi camino cualquier objeto que los Finnes pudieran considerar un arma.

No iba a negar que el nivel de adrenalina era inesperadamente satisfactorio, claro, pensé eso hasta que, luego de ver hacia atrás, tratando de localizar al drone, volví mi mirada hacia adelante y pude notar que ahí se acababan los techos, la casas y todo lo demás.

Empecé a desesperarme cuando noté que la maquinita mortal se había aburrido de Maya Black y venía directo a mí.

—Por los Dioses del Olimpo —susurré antes de pasarme las armas al pecho, rodearlas con un brazo y lanzarme al irregular suelo, que estaba constituido de piedrillas y barro.

Caí sobre mis pies, pero mi deficiente equilibrio me hizo caer de lado y rodar sobre el barro, golpeándome con las armas y demás texturas que no pude identificar.

Miré unos segundos hacia el cielo y estaba segura de que había sido un asco durante los últimos cuarenta minutos, pero rendirme no era algo que haría en ese momento.

Me puse de pie, sin molestarme en limpiar el barro de mi cara, me acomodé como pude las armas y seguí.

No tenía ni la más mínima idea de a dónde iba, sólo sabía que una de las luces que Captian había puesto para identificar las metas estaba estúpidamente cerca, sólo me faltaba un arma.

—Malditos Finnes —murmuré mientras me arrodillaba para avanzar tanteando el suelo. Debían ser las 5 de la mañana, pues la tenue oscuridad en la que estaba sumido el cielo no indicaba que estábamos tan lejos del alba.

Escuchaba a las demás capturadas correr sobre las láminas de zinc o tejas de los techos. También escuchaba sus botas sobre el barro o los gritos que salían de sus labios al resbalar.

Mis manos encontraron un bulto de hojas y le agradecí no sé a quiénes. Sabía que bajo de ese desastre había un arma.

Y así fue, era pequeña y podía apostar que de corto alcance.

Empecé a correr hacia la luz de la meta con dificultad, pero con toda la motivación del mundo.

Al llegar al pequeño punto donde sólo había una luz y un Magno volví a sentir esa desesperación, ¿qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Esperar a que alguien me rescatara junto a la bestia de cuatro patas?

Y como si el animal hubiese escuchado mis pensamientos empezó a aullar.

Ya estaba cansada de rezar, sinceramente no creía en nada que no pudiese ver. Pensé en llamar a Captian, pero si de verdad estuviésemos en Calem no nos expondría de esa forma. El aullido de los Magno era una señal que aún no entendía bien, pero señal, al fin y al cabo.

El perro no dejaba de aullar y ya me estaba desesperando. Pensé en alejarme de la meta, entre otras cosas, hasta que una de las camionetas con el escudo de Calem se estacionó frente a mí.

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