Anualmente son capturadas doce jóvenes de todas las partes del país. Serán sometidas a pruebas para transformarlas en fenómenos con habilidades que ayudarán en una guerra eterna. Este año será diferente, pues una de ellas tendrá la oportunidad de ca...
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Aiden Finnes
Los infernales dolores habían vuelto. Ya estaba sentado en aquella camilla viendo como el líquido azul corría por la jeringa para llegar hasta las venas del interior de mi brazo. La atractiva mujer que sostenía la inyectadora hacía un gran esfuerzo por no mirar mis ojos, pero al final, todo fue en vano.
Sabía que habían cambiado durante los últimos meses, era una de las reacciones del tratamiento. Pero no me había afectado tanto como Captian, el cual ya tenía los ojos casi dorados, un color bastante inusual, y ahora era más difícil mantener contacto visual con el idiota.
Mi cuerpo empezó a avisarme que vomitaría en cualquier momento, con el temblor en los labios y el exceso de saliva en la boca.
—Necesito una bolsa —informé hoscamente.
Una risotada hizo eco en el salón de los espejos.
Giré mi cabeza a mi izquierda para observar a Captian gozando de la situación.
—Y luego la princesa soy yo —se burló mirada espeluznante, desde la otra camilla.
Negué con molestia, tratando de no vomitar antes de que la mujer me tendiera la bolsa.
El suministro de los químicos estaba acabando con mi vida, cada día me sentía más débil al recibirlo. Sí, debía admitir que luego de que pasaba el malestar me sentía invencible, en casi todos los sentidos, pero el proceso era increíblemente insoportable.
—Tome —dijo la enfermera una vez que estaba al frente de nuevo, poniendo una bolsa en mis manos.
No dudé ni un segundo más. Solté todo lo que había estado reprimiendo, para terminar, tosiendo sobre la bolsa.
—¿Estás bien? —preguntó Captian, tratando de levantarse de su asiento como normalmente lo haría. Fracasó, tambaleándose de un lado al otro; al final se rindió y se sentó de nuevo —. Esto nos tiene más que jodidos, Aiden.
—Cuando sientas que no puedes más recuerda que a las chicas las someten a cosas peores —hablé, pensando en el curvilíneo cuerpo de Ambrose en aquella capsula la última vez que pasé a aquella sala —. El tratamiento se mete hasta por sus poros.
El idiota quedó en silencio, viendo hacia el suelo, últimamente lo hacía bastante seguido, sobre todo cuando tocábamos el tema de las capturadas.
—¿En qué piensas cada vez que te quedas en esos trágicos silencios? —pregunté harto.
—En los cambios que puedan tener una vez que despierten —comentó, viéndome; y sí, yo también pensaba en eso cada vez que miraba a Captian a los ojos.
—¿Cambios físicos? —inquirí, casi sonando inocente.
—Psicológicos.
Una extraña sensación se instaló en mi espina dorsal.