5. Prendas Blancas

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Ambrose Dash

Mis ojos pesaban, demasiado, jamás habían pesado tanto. Pestañeaba rápida, pero forzosamente. Sólo veía unos puntos blancos, que poco a poco se fueron haciendo más y más grandes, hasta que pude notar que eran las lámparas de...

De aquel terrorífico lugar repleto de espejos. Traté de incorporarme, pero aún estaba atada. La impotencia invadió mi ser, quería gritar, correr y golpear a todo el que se atravesara en mi camino. Tomé una bocanada de aire.

Uno, dos, tres... cuatro, cinco.

Solté el aire que había contenido, y, a decir verdad, ya el odio en mi sistema no era tanto. Esa era una técnica que empleaba desde que tenía memoria, pues siempre había sido algo impulsiva, rasgo en el que había estado trabajando. Estaba mejorando.

—Señorita Ambrose —La enfermera que en un inicio me había amarrado a la camilla llamó mi atención —. ¿Se siente bien? Necesito notificarle a los Finnes como se siente después de haber recibido el tratamiento.

Respiré profundo y me enfoqué en lo que me estaba pidiendo.

—Veo algo borroso —expresé y ella asintió —. También me cuesta mantener los ojos abiertos, pero creo que sólo es cansancio.

—Sí, señorita, ¿desea que la lleven hasta su habitación?

Asentí ante su propuesta, pues lo único que quería era salir de ese asfixiante lugar.

Ella procedió a tomar un radio para llamar a Dios sabrá quién y a Vissel.

Unos segundos más tarde llegaron dos guardias, estos me desataron de la camilla, me ayudaron a levantarme y estabilizarme. Cuando mis pies tocaron por completo el piso sentí la horrible necesidad de vomitar, y lo intenté, pero al parecer no tenía nada en mi estómago más que los jugos gástricos, que salieron sin dudarlo. Uno de los guardias hizo una mueca de desagrado, pero Vissel en cambio, me acarició la espalda y me apoyó a su costado para empezar a caminar cargando mi peso.

El trayecto de ahí a la habitación fue tortuoso, sobre todo por las interminables escaleras que tuvimos que subir, al parecer los Finnes no sólo tenían una obsesión con el color negro y las grandes puertas, al parecer también la tenían con las largas escaleras.

—Gracias —musité débilmente cuando Vissel me depositó en la cama.

—No tiene nada que agradecer, señorita.

.

El día anterior había transcurrido con completa extrañeza, nunca había pasado un día así. Había dormido desde que Vissel me dejó en mi habitación hasta que Jane me despertó para que cenara, luego me volví a dormir y aquí estaba viendo el despejado cielo por la ventana, aun desde la cama, pues no había tenido fuerzas ni ganas para levantarme de ahí.

De un momento a otro la puerta se abrió rápidamente, mostrándome una aturdida y desesperada Jane.

—Señorita debe ir a darse una ducha y a arreglarse ya mismo —informó rápidamente —. Los Finnes desayunarán hoy junto a ustedes.

Fruncí el ceño y me levanté como pude. Me llevó a rastras hasta los baños y al llegar noté que había un murmullo, que acrecentaba cada vez más.

—¿Qué ocurre? —le pregunté a Jane, ésta sólo me vio de manera indescriptible mientras una chica con piel canela y cabello negro se acercaba a mí.

—Es Danna White, la pelirroja —comentó con notable preocupación —. Nadie la ha visto desde que entramos al salón de los espejos.

Entonces mis alarmas internas se encendieron. ¿Era por eso que los Finnes desayunarían con nosotras?

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