7. Sensibilidad

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Ambrose Dash

Amara Stecker, así me pidió que la llamara si algún día necesitaba llamarla por nombre y apellido, ya que August Finnes nunca tuvo intenciones de firmar el divorcio y ella seguía portando su apellido.

La madre de Aiden me demostró en 30 minutos toda la sensibilidad que ninguno de los tres hombres Finnes me habían demostrado en mi estadía aquí. Y no sabía si sentirme bien o temer, pues, ¿por qué me había contado todo eso? ¿Era así con todos o simplemente se sintió cómoda junto a mí y se sinceró? ¿Iba con segundas intenciones? ¿Era una clase de manipulación?

Odiaba no tener la respuesta. Desde que tenía uso de razón, me encantaba tener todo bajo control, por eso tomé las acciones que tomé luego de la muerte de papá, por eso estaba en camino a la nueva habitación de Cina.

Tuve que atravesar todo el gentío, las miradas curiosas y comentarios poco prudentes era algo a lo que ya me estaba acostumbrando.

Cina estaba durmiendo cerca de las habitaciones de las personas de servicio. Eso era todo lo que sabía, desconocía que había estado haciendo mientras yo no estuve, o qué hacía ahora que estaba despierta. Así que sentí la necesidad de al menos hacerme una idea de si estaría bien o mal mientras yo no estuviese cerca.

Caminé por incontables pasillos, haciendo que mis tacones chocaran contra el lujoso suelo e hicieran eco por los pequeños espacios. Esa parte del Círculo Dorado parecía un laberinto, no dejaba de ser agradable a la vista, pero si podías notar que el interés de que esa zona luciera tan bien como el resto del edificio era casi inexistente.

Llegué a la puerta 28, donde se suponía que estaría Cina. Durante el trayecto, conté mis pasos, hice mil y un gestos con las manos, pensé en todo lo que podría o no decirle, pero al llegar a la puerta me di cuenta de que nada de eso había servido. No sabía qué decir. ¿Y si ella decidía hablar de mamá? ¿O de papá? ¿O de todo lo que ha sufrido? ¿Qué podría hacer yo?

Inhalé, y justo cuando iba a exhalar la puerta se abrió. Mostrándome a una chica totalmente irreconocible. Con más curvas de las que había tenido jamás, piernas largas, cabello brillante y una piel hermosa.

Ella me observó por unos segundos, analizándome. Luego sonrió y se abalanzó hacia mí.

—¡Amm, estás preciosa! —exclamó con su quijada sobre mi hombro. Yo le devolví el abrazo, sin poder creer que esa chica que lucía increíble, como si la vida no la hubiese pisoteado miles de veces, fuera mi hermana.

—No, no —balbuceé mientras me alejaba, para mirarla una vez más, tomando su rostro entre mis manos —. ¡Mírate a ti! ¡No parece que compartiéramos la misma sangre!

Ella llevaba uno de esos conjuntos deportivos que nos habían asignado durante los primeros entrenamientos con Captian.

No hizo más que reír y arrastrarme hacia el interior de la habitación.

—Iba a tomar un dulce o algo parecido, pero eso puede esperar —aclaró mientras cerraba la puerta tras ella.

El lugar era bastante simple, como mi habitación, no había muchos detalles que demostraran que esa habitación le perteneciera a una chica como Cina.

Había una cama pequeña, un escritorio de madera y una silla a juego con este, que había sido adornado con cojines color índigo, sobre la mesa había una Tablet como la que Casta paseaba de aquí a allá al inicio de La Captura, junto con una libreta que mostraba dos páginas, una en blanco y la otra a medio escribir, junto un bolígrafo y una serie de marcadores.

Cina notó que veía con desconfianza aquellas cosas y se acercó hasta el escritorio.

—Captian me dijo que, si iba a estar aquí debía buscar algo útil que hacer, así que estoy terminando los estudios —explicó ella, tendiéndome la libreta abierta en los apuntes más recientes —. Cuando papá murió nuestra vida se detuvo, y yo apenas estaba iniciando la secundaria, así que estoy recuperando el tiempo perdido de una forma bastante rápida y estresante.

Fui incapaz de responder al tiro, pues quedé absorta en las palabras que había usado y en la soltura que éstas tenían.

Cina siempre fue una niña soñadora, alegre y emocional, le costaba expresarse con fluidez y sus inseguridades eran tantas que era agobiante enumerarlas. Era tímida por naturaleza y eso le dificultaba muchísimas cosas, pero ahí estaba, hablando con un volumen un poco más alto que el habitual y expresándose sin timidez o balbuceos.

Tomé la libreta y le di una mirada rápida.

—Definiciones de poder según los dirigentes de las naciones sur —leí en voz alta, antes de mirarla —. ¿En qué asignatura trabajas ahora?

—Ciudadanía de Lenos, se manejan temas básicos de la cultura de aquí.

—¿Hablan de las definiciones de poder en algo que relacionan con cultura? —pregunté, algo extrañada. Cina se limitó a musitar un casi inaudible sí. Sonreí con incredulidad —. ¿Por qué no me sorprende? ¿Puedo ver las clases anteriores?

Ella asintió al tiempo que caminaba a la cama y se sentaba al borde de ésta.

Magno, fuerza de protección civil y de patrimonio canina.

Lo que Lenos considera capacidad.

Destrezas y cuerpos de seguridad.

Aquellos títulos no me sorprendían, Lenos era un país formado tras un golpe de estado bastante grande y arriesgado, que aún compartía frontera con su país enemigo. Era un país que planeaba seguir creciendo causando desastres y asesinando a miles de personas. Además, era dirigido por August Finnes, un hombre sin escrúpulos, obsesionado con la capacidad y poder, un hombre que vivía sólo para armar estrategias e infundir miedo.

—¿Si ves asignaturas normales? ¿Cómo matemáticas y esas otras? —bromeé, logrando que ella riera.

—Sí, de hecho, la que más disfruto es arte, ¿puedes creerlo? ¿Una Dash con acceso a clases de arte?

Sonreí con pesar, tenía toda la razón, era irónico e incluso increíble, pues bajo otras circunstancias la habrían enseñado a coser debido a que su apellido no era respetado.

—¿Cómo te sientes? Te noto bien —indagué con dificultad, le temía a la posible respuesta.

—Oh, estoy muy bien... es decir —Se levantó de la cama y se acercó a mí —, no hay día en el que no maldiga nuestra situación, la pérdida de nuestros padres y el constante pensamiento de que estás en peligro, pero, hay que avanzar, ¿no?

Asentí y la atraje hacía mí en un abrazo.

—Así es.

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