5. Mordaz

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Ambrose Dash

Aiden me ayudaba a pasar de la maldita silla de ruedas al asiento trasero del auto que me llevaría hasta la dichosa base militar.

Él se había ofrecido a ir conmigo, por lo que dejó a Captian en la obligación de encargarse de las demás capturadas.

Una vez estando en el interior del vehículo, una de las señoritas de servicio se llevó la silla de ruedas, permitiéndole a Aiden subirse al vehículo y poder avanzar.

El vehículo salió del Círculo Dorado, obligando al cerco apagarse, enviando grandes cargas de electricidad al cuerpo de Aiden y también al mío. Aquel choque de energía causó que el auto se moviera violentamente hacia un lado y luego parar en seco su curso.

—Mierda —susurró el conductor mientras intentaba encenderlo nuevamente. Lo logró.

Aiden me miró con sorpresa, casi miedo. Estaba segura de que mi expresión era parecida a la del rubio.

Eso me recordó una vez más que había perdido el control de todo, hasta de mi cuerpo. Fue un recordatorio más de que mi vida hace un tiempo atrás dejó de avanzar por mí, y ahora se movía al ritmo de August Finnes.

Estás aquí por mí y te irás de aquí por mí también, ¿entendido?

Esas palabras me habían marcado, por el simple hecho de que no pudieron ser más acertadas.

Doce días atrás...

—Serás mi esposa, Dash.

Esas palabras habían cambiado hasta mi manera de pensar, y lo que vino luego de ellas sólo fue de ayuda para hacerme saber que había perdido cualquier tipo de control que una vez tuve sobre mi vida o mi entorno.

Aiden me había mostrado exámenes de sangre, tablas de valores y defensa, todo apuntaba a que la persona de la que fuesen esos exámenes estaba bastante cerca de morir.

¿De quién eran esos exámenes?

Pues nada más y nada menos que míos.

La doctora Martin me hizo saber que mi salud al llegar al Círculo Dorado estaba bastante mal, y al introducirme el virus había empeorado. Pero al momento en el que me indujeron el coma todo mejoró milagrosamente, pues mi cuerpo se estaba acostumbrando al virus.

Todos mis valores estuvieron estables hasta que me desmayé por última vez.

Todo volvió a ser como cuando llegué al Cículo Dorado y ella culpaba a la dosis de refuerzo del virus que me introdujeron antes de ir a Cloutier.

Lo cierto era que la razón para que Aiden tomara esa decisión había sido mi salud. Él sabía que no sería atendida con inmediatez bajo ningún caso.

—Me di cuenta de que el daño sería irreparable cuando bajaste de ese avión llorando —me hizo saber —. Y no quiero que se pierda la parte de ti que me pone a pensar como loco. No quiero que lo que quiero aprender de ti se dañe antes de tener la oportunidad de estudiarlo. Dios mío, Dash, lo siento.

Ahora estaba de pie en medio de la oficina de August Finnes, esperando a que el mencionado despegara su mirada de la pantalla de su computadora y me dijera porqué me había citado.

—Señor August, mi entrenamiento iniciará dentro de veinte minutos...

—Aiden está bastante seguro de que tú eres la indicada para ser su esposa —empezó a hablar mientras se ponía de pie y rodeaba el escritorio —. ¿Por qué crees que él tomó esa decisión?

Sabía que esto pasaría, que la conversación estaría bastante centrada en la decisión de Aiden.

—Realmente no lo sé, señor —respondí, sin más.

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