2. Informadas

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Ambrose Dash

Vissel contestó un llamado segundos antes de llegar a los baños, alguien le decía que los planes habían cambiado y que ahora debía dejarme en mi habitación. Ambos nos extrañamos y la desesperación empezó a gobernar en mí nuevamente, pero me supe controlar, hasta que Vissel me dejó en mi habitación y aquella puerta se cerró, dejándome apresada en aquellas cuatro paredes.

Sabía que aquel hombre sólo cumplía órdenes, pero no pude evitar sentirme traicionada.

Caminé por todo el espacio que era posible, me acosté durante unos minutos y descubrí que lo único que conseguiría sería deprimirme aún más. Sequé mis lágrimas y caminé hasta aquel espejo, ese donde había visto lo sucia que había quedado luego de que las manos de Maverick y demás guardias me tocaran para traerme hasta ahí.

Captian y Vissel tenían razón, estaba diferente. Mi cabello era casi blanco, y aunque estaba mucho más opaco que antes, lucía bien, mejor que antes. Mi piel era preocupantemente blanca, de verdad nunca imaginé llegar a ese tono, pero no era para nada desagradable a la vista; luego estaban mis curvas, las cuales antes si existían, pero no de esa manera... es decir, nunca antes me había sentido tan a gusto con mi cuerpo como en ese momento, y era principalmente porque ya no parecía un esqueleto. Mis piernas estaban mucho más gruesas, pero no dejaban de verse estilizadas, al fin tenía un poco de caderas y mi cintura, pues, estaba como siempre, pequeña.

Lo que, sí me resultó aterrador, al igual que la primera vez que vi a Captian, fueron mis ojos. Parecían de otra persona, hacían que mi reflejo pareciera totalmente ajeno. Estaban un tanto más oscuros, pero era un color irreal, de esos que sólo la ropa o las pinturas podían adquirir. Tenían pequeñas líneas celestes, parecían ser parte de una explosión en forma circular partiendo de la pupila, la cual estaba mucho más pequeña.

Después de estudiar mi mirada llegué a la conclusión de que jamás volvería a verme al espejo de la manera en que lo hacía antes de entrar en estado vegetal. Me incomodaba el reflejo de mis ojos y eso terminó de desatar todas las malas sensaciones que no había podido exteriorizar. Entonces no lo reprimí ni un solo segundo, y lloré, dándole la espalda al espejo.

Así que pasé doce horas encerrada, lo sabía por la alarma que estaba en la mesa de noche. Durante todas esas horas mi mente me torturó, creando los peores escenarios, en los cuales nunca faltaba la muerte. Y fue en el momento en el que la puerta fue abierta, en el que noté en lo patética que era ahora, pues no dejaba de llorar y de sentirme ansiosa.

—La esperan en el salón de descanso, señorita —informó Vissel desde la entrada.

Lo observé por unos segundos y me limité a secarme las lágrimas y sorberme la nariz. Seguí los pasos del hombre hasta aquel salón, en completo silencio, y la verdad era que estaba cansada, llorar por doce horas no había sido fácil.

Al entrar pude observar a las chicas en perfecto estado, tal vez con los ojos tan hincados como los míos, pero lucían radiantes de todos modos.

—¡Dash! —gritó la pelinegra acercándose a mí para darme un abrazo, le devolví el gesto y sonreí. Me alegraba de verla.

La chica también lucía más alta, su cabellera negra había crecido hasta el punto de rozarle las caderas, su piel estaba más clara y sus labios estaban tan rojos que parecía que echarían sangre. Todo en ella me resultaba tan agradable hasta que pude divisar sus ojos. Tuve una especie de deja vù, pues su mirada era bastante similar a la del Captian que había visto al llegar aquí; sí, sus iris eran un poco más oscuras, pero de igual forma me inquietó.

—Llegué a pensar que moriríamos durante esos meses —susurró, para luego reírse con delicadeza —, pero mírate —me dijo —. Estás preciosa.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora