19. Malagradecida

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Ambrose Dash

Lo que me pedía el señor August era una completa locura, de verdad no podía creer hasta dónde eran capaces de llegar, pero luego recordé a Amy, ¿qué sería capaz de hacer si no le obedecía?

Él había mencionado el cumpleaños de Cina, eso activó las alarmas.

—¿Qué es exactamente lo que quiere que haga? —pregunté con recelo, manteniéndome erguida.

El señor August me miró con severidad durante unos segundos.

—Organizarás eventos o pequeñas reuniones con Captian, tendrán la oportunidad de salir a las calles de Lenos y conocer un poco más, sólo quiero que demuestres seguridad y una actitud positiva al hacer estas cosas. Las demás capturadas se animarán si ven que la idea no te desagrada del todo —dijo, como si no habláramos de humanas.

—Señor Finnes —solté, tratando de no perder la calma —. Hablamos de personas, que piensan y sienten de forma diferente; no creo que simplemente copien mis acciones o se vean influenciadas por éstas.

Una risotada salió de su boca, hizo eco en el lugar. Parecía estar disfrutando la conversación de una mala manera.

Me sentía realmente estúpida, parada ahí, viendo como aquel hombre se reía en mi cara. Odiaba el hecho de estar rodeada de su gente y no poder responder de la misma forma que había respondido en otras ocasiones...

—En medio de la desesperación siempre buscaremos algo a lo que aferrarnos, Ambrose —dijo, un poco más calmado —. Esas chicas se aferraron a ti, sí, puede que no te sigan en todo, pero al menos lo pensarán, porque te ven fuerte, ven decisión y seguridad.

August Finnes se giró hacia su hijo, como esperando que éste reaccionara. Aiden estaba muy ocupado analizándome para darse cuenta de que su padre trataba de exterminarlo con la mirada.

Levanté las cejas y el rubio volvió en sí. Se aclaró la garganta y metió ambas manos en los bolsillos delanteros de su pantalón.

—Cina cumplirá 15 años pronto y si haces lo que te pedimos tendrás la oportunidad de verla el día de su cumpleaños —comentó.

Mis piernas perdieron fuerza y mi estómago respondió como lo había hecho las últimas semanas: con arcadas.

Posicioné una mano en mi barriga y respiré profundo un par de veces. En mis planes no estaba demostrarles lo afectada que estaba, eso no era una opción, nunca lo había sido.

—¿Cómo harán eso? —inquirí con desconfianza.

—Sólo dedícate a acatar nuestras órdenes —soltó el rubio con frialdad —. Ya sabes cómo son los castigos por aquí, te aconsejo que te mantengas al margen y evites ganarte uno.

—¿Me estás amenazando, Aiden Finnes? —solté sin pensar.

Él se aproximó y me miró desde arriba.

—Sólo te estoy dejando ir con una advertencia, malagradecida —siseó con notable molestia.

Reí con amargura, mientras negaba con la cabeza.

—¿Debería agradecerte? —desafié, levantando mi rostro para poder verlo bien —. ¿De verdad crees eso?

—Creo que deberíamos saltarnos todo el proceso y llegar ya mismo al final, pero eres complicada, Dash —escupió antes de abandonar la habitación con paso seguro y la cara contraída en ira.

No lo entendía, ¿qué mierda les pasaba a esos hombres?

Miré a August Finnes y éste tenía una sonrisa burlona plasmada en sus labios.

—Puede ir a enfriarse señorita Ambrose, pues por el color que adquirió su rostro no debe de estar muy complacida con la temperatura.

.

Abandoné aquella oficina echando humo. Estaba enfurecida, pero también aterrada e indignada. Tenía que cumplir con lo que los Finnes me ordenaran, pues ya Cina estaba en la vista del mayor de ellos, de hecho, ya la tenían apuntada.

No podía permitir que mi hermanita sufriera al menos un tercio de lo que yo había tenido que sufrir los primeros días aquí. Pero algo me decía que lo que viví esos días no sería nada a comparación con lo que podrían hacerle, así que la decisión ya estaba tomada. Al fin y al cabo, esto era un juego de intereses personales.

Vissel me esperaba a unos pasos de las puertas. No dije nada y seguí caminando por el pasillo, el custodio decidió no decir nada mientras me seguía con paso rápido por el pasillo.

—Están organizando una fiesta —escuché decir a alguien tras una de esas puertas. Vissel y yo nos detuvimos e intercambiamos miradas —. Obviamente podrás venir, mi tío disfruta verte.

Era la voz de Captian. Hubo unos segundos de silencio.

—Sí, estarán todas —respondió él, así que intuí que se trataba de una llamada telefónica —. Ninguna de ellas es cercana a él, ese imbécil parece estar hecho de hielo —soltó con frustración —Bien, eso haremos, hasta...

No esperamos a que Captian terminara de despedirse, pues ambos avanzamos con pasos ligeros, tratando de no hacer ningún sonido que nos delatara.

Salir de ese pasillo fue lo más difícil que había hecho desde que los Finnes me habían capturado. Terminé de bajar las escaleras y solté un suspiro. Vissel soltó una risa gruesa y baja.

—¿Se divierte, Vissel? —pregunté con burla.

—No, señorita Ambrose —respondió éste totalmente serio.


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