3. Asfixiada

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Aiden Finnes

—Tuvimos la suerte de independizar Lenos hace cinco años, tengo los mismos planes para el resto de Calem, tenemos que conseguir ganar esta vez, Aiden, no hay lugar para errores —dijo mi padre, rodeando el escritorio para pararse frente a mí.

Era unos cuantos centímetros más alto que yo, su rostro estaba empezando a arrugarse, pero su expresión de rudeza jamás se iría, estaba seguro de eso.

Asentí mientras me metía ambas manos en el pantalón de vestir.

—No podemos darnos el lujo de perder ni a una sola capturada, tampoco de dejar que nuestros ideales se pierdan —comentó con tono severo, señalándome con su dedo índice.

Sabía a qué se refería exactamente. Él quería que nuestra familia creciera, pero yo apenas tenía 24 años, y la elegida para hacer eso tendría que ser una de las capturadas, pues para los que residían en Lenos la vida social no era una opción, todos tenían una misión grande por cumplir, todos estaban comprometidos con tomar esa mancha gris en el mapa en la que se había convertido Calem y darle color. Todos con la misma visión: todo en la vida es poder.

En conclusión, eso de que nuestra línea siguiera creciendo no me agradaba mucho, pero era algo que tenía que cumplir. No me apetecía salirme del margen, pues esto era todo lo que conocía.

—¿Y si las sustancias que serán ingeridas en sus cuerpos afecta sus sistemas reproductores? —pregunté, altamente preocupado, no había parado a pensar en eso.

—Hemos hecho pruebas por más de cinco años, Aiden, ya deberíamos tener al toro tomado por los cachos.

Ambrose Dash

—Señorita Ambrose —me llamó Jane.

Salí del cubículo donde ahora tendría que vestirme y observé a las demás capturadas. Todas teníamos vestidos corte coctel, solo que ahora la mayoría vestía de negro y otras de rojo.

Resaltar no era una de mis cosas favoritas, ya que había pasado los últimos años de mi vida como fugitiva; por lo que no estaba feliz en hacerlo dos días seguidos, de tres maneras diferentes.

—Hoy tendrán su primer desayuno juntas, será en el comedor, tendrá que acostumbrarse, señorita Ambrose, pues de ahora en adelante comerá ahí todos los días —me tomó del brazo para acercarme a ella y usar un tono confidencial —. La mayoría de estas chicas quieren lo mismo que usted: sobrevivir. Con esto no digo que intentarán matarla o algo así, pues les saldrá caro, pero si buscarán resaltar para agradarles a los Finnes, trate de ser lo más perfecta posible si quiere que usted y su familia sigan con vida. Ya sabe cómo son las reglas.

Me soltó y se apartó rápidamente. Caminó hacia la salida y yo la seguí. Observé a las demás chicas, todas estaban perfectamente peinadas, no podían estar más impecables, yo también lo estaba, había dejado mi cabello suelto y le habían hecho ondas, pero yo no disfrutaba eso, yo no quería eso. En cambio, ellas se comportaban como si estuviesen en un concurso de belleza.

Bajamos sólo un piso, pasamos unas grandes puertas, y entonces me pregunté que qué clase de obsesión tendrían los Finnes con las puertas grandes, no había ni una sola pequeña por allí.

Todas entramos solas, las amables mujeres que nos acompañaron durante el día al parecer no tenían permitido estar en el comedor.

Era una estancia bastante grande, con paredes blancas y piso de mármol del mismo color, como el resto del edificio. Al fondo tenía un gran ventanal, lo que hacía que el espacio tuviese una iluminación agradable. Las mesas eran de vidrio con sillas de piel negras. Sobre las mesas ya había tostadas, cereales, mermeladas y jugos naturales.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora