22. De Rodillas

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Ambrose Dash

Ese día había subido y bajado aquellas infernales escaleras más de siete veces. Nunca había estado tan ansiosa en mi vida, ya habían pasado varios días desde que August Finnes me había citado en su oficina, y la verdad era que había perdido la cuenta de éstos; el hecho de estar la mayor parte del tiempo inconsciente no ayudaba a llevar una cuenta acertada de la cantidad de días que transcurrían.

Cuando estaba a punto de subir otra vez las escaleras divisé a Aiden bajando por las mismas.

Intercambiamos miradas inexpresivas; lo cierto era que las cosas habían cambiado, ahora parecíamos completos desconocidos y tratábamos de no frecuentar en los mismos espacios de aquel edificio.

—Dash, debo pedirte que pares —soltó y lo miré extrañada. Él hizo una pausa al tiempo que bajaba los escalones —. Debes dejar de subir y bajar las escaleras, el sonido de tus tacones contra el piso hace eco, es molesto.

Me giré sobre mis talones y terminé de bajar las malditas escaleras.

Desde que nos besamos y él terminó cayéndose por la ebriedad, su comportamiento, cuando no me ignoraba, era jodidamente arisco, rozaba el de Captian.

Me detuve a unos pasos de la puerta de entrada y empecé a jugar con el borde de las mangas largas del vestido que llevaba puesto.

El piso empezó a temblar y ya sabía a qué se debía. Habían aterrizado. Me removí, nerviosa, mientras sentía la mirada del rubio a mi espalda.

—Mantén la compostura, Dash —ordenó nuevamente.

Al parecer a partir de esa noche se propuso a sólo darme órdenes o saludos de mala gana.

—No eres tú el que va a...

Las puertas se abrieron automáticamente y la figura de Captian apareció al frente. Vestía como de costumbre, pantalones deportivos negros y una camiseta del mismo color que parecía que iba a reventar a la altura de los bíceps. Su cabello había crecido un poco más, por lo que ahora se ondulaba en las puntas y rozaba sus cejas.

Todo iba bien hasta que levantó la mirada y sus ojos buscaron los míos, un escalofrío recorrió mi cuerpo, dejándome en la necesidad de apartar la mirada.

El pelinegro se acercó a mí, incomodándome a un nivel increíble, se detuvo cuando le faltaban pocos pasos para llegar a mí.

—Ella está dormida, tuvimos que doparla para poder traerla, pero tranquila, no fue un proceso tan traumático —explicó con monotonía, restándole toda la importancia posible.

—¿Dónde estará? —pregunté, lidiando con las ganas de golpearlo hasta que el dolor en mi mano fuese más grande que el que él experimentaría en su cara.

—En el salón de espejos, la doctora Martin la estabilizará, está en buenas manos —anunció antes de empezar a alejarse.

Me giré hacia Aiden, quien estaba unos cuantos pasos atrás. Mi corazón había enloquecido y sentía que mis piernas no responderían cuando tomara la decisión de caminar. Él notó lo emocionada que estaba, pero sólo dio media vuelta y se encaminó por el mismo pasillo que lo había hecho Captian.

En otra ocasión, el absurdo comportamiento de Aiden me habría sacado de quicio, pero estaba exorbitantemente feliz.

Me aproximé con apuro a las puertas traseras del edificio, éstas se abrieron automáticamente, pensaba que podría avanzar fácilmente, pero alarmas empezaron a sonar por todo el lugar, eran insoportables.

Caí sobre mis rodillas en una mezcla de sorpresa y desagrado. Tapé mis oídos con las manos y los Magno aparecieron en mi campo visual. El terror se apoderó de mí ser, llevándome a levantarme, girar hacia las puertas nuevamente y empezar a golpearlas con desespero.

El cristal no parecía ni remotamente afectado a pesar del impacto, así que recurrí a los gritos; la desesperación no permitió que estos fuesen claros, más bien eran balbuceos altos. Decidí girarme nuevamente para ver cómo los Magno se acercaban a mí; corrían con rapidez mientras mostraban los largos y afilados dientes, pero segundos después estos se detuvieron justo como la primera vez que los había visto: Aturdidos.

Entre quejidos se echaron en el suelo.

—Oh, por Dios —susurré al tiempo que dejaba que mi espalda se deslizara en el cristal hasta quedar sentada en la grama.

Mi respiración era pesada y aún sentía que me desmayaría. Mi labio inferior empezó a temblar y ahí supe que lloraría.

Mi vista se nubló debido a las lágrimas, llevé mi mano hasta mi boca y amortigüé el sonido de mis sollozos. Unas cuantas gotitas se deslizaron por ambos lados de mi rostro y decidí que hasta que aquellas bestias no se quitaran no avanzaría, ni trataría de moverme.

—¿Estás bien? —preguntó un agitado Aiden. No había escuchado el zumbido que las puertas hacían al abrirse o cerrarse, así que me sobresalté.

Se posicionó frente a mí y palideció al ver mis lágrimas, yo, casi de manera involuntaria, pasé ambas manos por mi rostro en un intento desesperado de secarlas.

—Dash, lo siento —soltó apresuradamente —. El imbécil de Thenor olvidó desactivar la alarma de tu brazalete, de verdad lo siento.

—Cállate, Aiden —rebatí observando sus inquietos ojos —. No actúes como si te importara.

El chico me miró confuso y dudó por un momento.

—Tú no sabes que es lo que puede llegar a importarme y lo que no —escupió antes de ponerse de pie y silbar. Los Magno empezaron a acercarse nuevamente, lo que me motivó a ponerme rápidamente de pie.

Los animales se reunieron alrededor del chico, moviendo sus colas con las lenguas afuera. Yo aproveché de seguir hasta la entrada del salón de espejos.

Aiden Finnes

Luego de asegurarme de que los Magno volvieran a su posición subí a la oficina de mi padre.

Sabía que el desgraciado responsable de que Ambrose pasara ese mal rato me esperaba junto a mi padre y Captian.

Al entrar, el hombre empezó a llorar como un niño, mientras me pedía piedad. Él estaba en el medio del lugar, mientras mi padre estaba tras su escritorio y Captian sentado sobre este.

—Si... si quiere me arrodillo frente a usted —dijo antes de cumplir su palabra —. Señor Aiden, por favor...

—¡La única tarea que se le asignó para la mañana fue desactivar las alarmas del brazalete de la señorita Ambrose Dash! —grité mientras tomaba uno de sus brazos para alzarlo —. ¡Los Magno pudieron haberla devorado y usted aún no se hubiese enterado!

—Logré desactivar la alarma antes de que llegaran a ella. ¡El sistema falló! ¡El programa no reaccionaba! —se defendió mientras me miraba a los ojos —. Les dije que los Magno no eran una buena idea, son seres irracionales.

—Irracional eres tú, Thenor —soltó Captian, antes de que yo pudiera soltarlo con fuerza y hacer que se tambaleara.

—No es el primer error que cometes, el anterior fue bastante grande —le recordé.

Pasé mi mirada de Thenor hasta mi padre, este me veía con expectativa, casi con deleite.

—¿Qué harás con él, pequeño Aiden? —inquirió el mayor con un toque de burla.

Mi pecho subía y bajaba con frenesí al tiempo que apretaba mis puños para alejar las ganas de matar a Thenor con mis propias manos. Si algo teníamos los Finnes era que no soportábamos fallas por causas tan estúpidas, nos gustaba que todo se cumpliera al pie de la letra y Thenor no había sido capaz de acatar una simple orden, teníamos que deshacernos de él. No había lugar para errores.

—Lo sacaremos del juego —sentencié viendo a mi padre a los ojos.

Captian sonrió con diversión y Thenor cayó nuevamente de rodillas, debido a la impresión.

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