1. Calcinados

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Ambrose Dash

Me mareé al instante en el que mis pies estuvieron en el suelo, soportando el peso de mi cuerpo. Los ojos del chico que tenía enfrente me observaban con cautela, con inquietud.

—¿Qué mierda pasa, Captian? —pregunté, harta de su mirada —, ¿me salió un tercer ojo?

Este frunció un tanto el ceño y negó lentamente, al tiempo que seguía examinándome. Se acercó un poco más; sus ojos no dejaron de evaluarme y ya su actitud hacía mucho más que incomodarme.

—Estás bastante cambiada —alegó, terminando de acercarse para posicionarse a mi lado. Observó nuestros hombros y hasta yo misma me sorprendí. Estaba al menos unos siete centímetros más alta.

—¿Te sientes bien? —inquirió con suavidad. Yo asentí y me alejé un paso de él —. Si es así estás en la obligación de salir de aquí y arreglarte. Recorreremos Calem.

Mi cuerpo volvió a reaccionar muy rápido, o el mundo muy lento. Noté como las pestañas de Captian se batían lentamente y sus claros ojos, esos que antes me daban terror y ahora solo eran desagradables a mi vista, se movían de un punto de mi rostro a otro.

—Estás experimentado los cambios —susurró, haciendo que todo volviera a tomar el rumbo de antes.

—¿Qué es lo que sucede? —pregunté al instante que empecé a temblar, pero ya sabía a qué se debía: él había dicho que visitaríamos Calem.

—Tus sentidos se agudizaron debido a varios factores, todos resultados del tratamiento que se les suministró —explicó éste, tratando de aproximarse, no de mala forma, pero aun así logró incomodarme —. A partir de ahora todos serán cambios, así que deberás acostumbrarte a eso, a despertar y a notar diferencias en tu cuerpo, organismo, incluso hasta en la manera de ver las cosas.

Asentí y el chico se quedó en silencio durante unos segundos, viendo a un punto específico en la pared que estaba justo a mi espalda. No supe qué hacer, así que intenté avanzar hasta el cristal, haciendo que ojos inquietantes me siguiera hasta dejarme en manos de Vissel.

Éste me recibió con una sonrisa medio débil, pero, tratándose de Vissel, era una gran demostración de afecto y felicidad.

—Luce diferente, señorita —dijo una vez que se posicionó un paso atrás de mí, luego de que Captian tomara otro camino —... pero diferente de una buena forma.

Asentí y sonreí disimuladamente.

—¿Cómo han estado las cosas, Vissel? —pregunté, desacelerando mi paso al notar que ya estábamos a punto de llegar a aquel túnel con los rociadores —. ¿Han cambiado algunas cosas o seguimos conviviendo en el mismo infierno?

Vissel vaciló, intentando decir algo varias veces y arrepintiéndose al final. Siguió caminando, pero esta vez no unos pasos atrás, sino a mi lado.

—Muy bien... yo, no debería decirle esto, pero... —miró por encima de su hombro y apresuró un poco su paso, haciendo que yo hiciera lo mismo —el edificio estuvo bajo ataque más de una vez mientras que estuvo en estado vegetal. El gobierno de Calem quiere recuperar el territorio de Lenos y deshacerse de los Finnes, y en el fondo, es lo más sensato, pues ellos son la única amenaza para su gobierno.

El primer rostro que cruzó mi mente fue el de Cina, junto a las veces que la había visto aterrorizada y llorando.

—¿Cómo está Cina? —inquirí con desesperación.

Él asintió y me tomó un hombro.

—Cina está bien, el señor Captian se encargó de cuidarla durante los atentados y el señor Aiden se aseguró de brindarle las herramientas necesarias para que dichos sucesos no fueran un tormento para ella, la ayudó a nivel psicológico con los mejores profesionales de Lenos —explicó éste, y sus palabras no pudieron ser más confusas. ¿Los Finnes ayudando a mi hermana sin recibir nada a cambio?

—¿Cuándo podré ver a mi hermana? —pregunté enseguida, a lo que él me respondió que en menos de lo que yo esperaba.

Aiden Finnes

Ahí estábamos de nuevo, observando como otro cuerpo moría calcinado, esta vez, no veíamos la cabellera rojiza de Danna, veíamos los restos de la piel canela y el cabello negro de Amy Davis.

La chica había pasado esos cinco meses a la perfección, junto con las demás capturadas, avanzando con un poco más de rapidez que las otras, pero según la doctora Martin no era algo de lo que debíamos preocuparnos. Luego de las veinte semanas se desconectó y se llevó a una habitación de la enfermería del edificio, le suministraban suero para reemplazar el alimento convencional y de pronto empezó a presentar quemaduras de primer grado, muy leves, en diversas partes de su cuerpo.

Éstas fueron aumentando su gravedad y luego, como era de esperarse, las quemaduras llegaron hasta el interior de su cuerpo, afectando primero su estómago, luego los demás órganos, hasta dejarla sin vida.

Mi padre decía que sí se había hecho el intento de mantenerla con vida, pero yo sabía que no era así; estaban estudiando las causas de tales quemaduras y aún no habían llegado a una conclusión. Se especulaba que podría ser debido a que ambas tenían tendencias a sufrir de la tiroides o que ninguna de las dos mantenía una buena alimentación, así que sus cuerpos no tenían la fuerza suficiente para recibir el tratamiento y no verse afectadas.

A mí todo eso me sonaba a patrañas; simplemente creía que el tratamiento no era para nada seguro, y que, de un momento a otro, todos moriríamos calcinados.

—Debes dejar de verla así —escupí, llamando la atención de Captian, quien veía el cuerpo con asco e inquietud —. No vayas a vomitar, por favor.

Éste me miró con detenimiento, haciéndome sentir en peligro, sus ojos ahora parecían ser letales.

—A veces me pregunto si en algún momento de tu vida llegaste a sentir empatía por alguien, Aiden —dijo, al tiempo que rodeaba la camilla y llegaba hasta mí.

Estábamos en la habitación de enfermería que se le había asignado a Amy. Habíamos venido más por curiosidad que por otra cosa, pues ya no había nada que pudiéramos hacer.

—Sólo te estoy diciendo que dejes de verla con asco, muestra un poco de respeto —comenté, tratando de mantener la calma.

—¿Qué haremos? —preguntó éste, acercándose más a mí.

Me giré hacia él para mirarlo con incredulidad.

—¿Cómo que qué haremos, Captian? Lo único que podemos hacer es esperar que vayan muriendo, una a una, y esperar salvarnos.

—¿Cómo en Las Capturas pasadas? —quiso saber mientras me veía de una manera bastante extraña, como si no me conociera, como si fuese un total extraño para él —. ¿De verdad quieres ver morir a doce jóvenes y luego ver entrar a otras doce? ¿En serio vivirás así por el resto de tu vida, o por el resto de la vida de mi tío August? ¡¿Acaso no fue suficiente con la puta muerte de Melis y todas sus compañeras?!

—¡Cállate, Captian! —grité al tiempo que estampaba mi puño en su mandíbula.

—¡Verás morir a Ambrose, a Kristen y a Dafne! —siguió hablando luego de devolverme el golpe, pero esta vez en las costillas —. ¡Y así hasta que ya no puedas con el peso de tantas muertes y pierdas la cordura!

Tuve la intención de seguir partiéndole la madre, pero sus palabras habían logrado entrar en mi cerebro. Así que me agaché, para luego sentarme en el suelo, con las piernas extendidas. Captian copió mi gesto y posó su dedo índice en mi frente.

—¡Reacciona, hijo de puta! —gritó finalmente, para luego ponerse de pie de nuevo y dejarme solo.

Los ojos de Melis se hicieron presentes en mi mente. Aún recordaba a la perfección como sus lágrimas corrían por sus mejillas sin pausa alguna, recordaba sus súplicas y sus labios temblorosos.

Yo estuve en primera fila cuando un guardia le disparó en la cabeza, así que vi todo, la vi arrodillarse, buscar compasión en mí, luego desangrarse en el suelo.

Al igual que Melis, todas las capturadas de ese año murieron, pero no calcinadas, murieron de un ataque al corazón, una tras otra; así, en menos de tres meses, ya la Tercera Captura había culminado.

Lo que decía Captian era, probablemente, lo más sensato que había escuchado en los últimos siete meses, pero me sentía inútil, sentía que la situación escapaba de mis manos. Luego pensé en las tres capturadas que habían logrado compartir un poco más conmigo y supe que no podría verlas morir.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora