4. Inercia

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Ambrose Dash

El cuerpo de Amy llegó rato después de que aquel señor se alejara. Las demás capturadas no pudieron evitar susurrar el parecido que tenían las quemaduras de Danna con las de Amy, la escena hubiese sido un caos de no ser por Aiden, quien se acercó a nosotras pidiendo orden de la forma más insensible posible.

Luego de eso el rubio anunció que el cuerpo sería cremado, y que tendríamos que esperar tres horas. Y así fue, esperamos tres putas horas. Tres horas en las que imaginábamos lo peor para nosotras, o lo peor para todos. Tres horas en las que algunas, como Kristen, no paraban de llorar y susurrar que tenían miedo. Tres horas infernales.

Luego de eso todo lo que pudo haber sido Amy en vida volvió en una cajita de madera. Ahí fue donde sentí que una parte de mí se rompió. Su esencia, personalidad, creencias, sueños, logros, esfuerzos; todo, había terminado hecho cenizas que cabían perfectamente en una caja de madera.

Sus cenizas fueron esparcidas por el lago, luego de que Captian se metiera en éste con todo y ropa. Me pareció algo bastante desagradable, ya que estaba consciente de que no sólo las cenizas que él esparcía eran las únicas que estaban ahí. Y él se había sumergido hasta las caderas en el agua como si nada.

Una vez las cenizas abandonaron la caja de madera, supimos que era todo, y ya debíamos volver al Círculo Dorado, y así fue.

Apenas puse un pie ahí, una voz desagradablemente familiar me llamó.

—Vamos a arriba —dijo Captian, caminando delante de mí. Sabía que era una orden y no tenía forma de oponerme, o simplemente ignorarlo.

Subimos tres o cuatro tramos de escaleras, ya empezaba a marearme por la repentina falta de oxígeno cuando él se detuvo en ese pasillo. Caminamos hasta una puerta, no estaba tan lejos de la gran oficina de August Finnes. Entonces recordé ese día que junto con Vissel había escuchado una conversación entre Captian y otra persona, bastante curiosa.

Abrió dicha puerta, la cual era de ese mismo cristal de la sala donde nos habían inducido el coma. Puso su huella y esta se hizo a un lado, desapareciendo por una ranura de la pared.

El espacio contaba con dos sillones con forma circular de tela color azul rey, y una mesita de la misma forma que parecía ser de mármol blanco con grietas doradas. Había un televisor inmenso frente los sillones y un estante que lo igualaba a su lado, abarrotado de libros. Un gran rectángulo blanco en el techo me llamó la atención y deduje que era una lámpara, pero no estaba encendida, no hacía falta.

Al igual que la oficina de August Finnes, contaba con una pared completamente hecha de cristal, lo que permitía ver hacia el exterior y dejaba entrar una gran y agradable cantidad de luz natural.

El chico caminó hasta el ventanal y se cruzó de brazos, observándome con seriedad, prohibiéndome saber cómo se sentía o qué pensaba.

—Siéntate —escupió, y la forma en la que me había hablado me hizo recordar esa vez que lo vi aparecerse en la sala de entrenamiento, con esa actitud de soy el dueño y señor de todas ustedes. Le hice caso, y me senté en uno de los sillones, con la vista fija en él.

Me observó por unos segundos como normalmente lo hacía con todas: sin un ápice de emoción.

—Captian, ¿me trajiste hasta acá para observarme así o...? —Traté de hacer sonar mi voz con dejes de fastidio, pero fracasé terriblemente al dejarla temblar. Aquel chico me asustaba, su actitud, su falta de expresiones, su poder; sobre todo su poder.

—Establecí un horario de visitas para Cina —soltó, logrando que me inclinara hacia adelante —. Podrán verse dos veces a la semana ya que empezaremos con los entrenamientos luego de que celebremos los cumpleaños de las capturadas que gracias a la situación en la que estuvieron hace unos días no pudieron celebrarlo.

Por primera vez no sentía la necesidad de responder enseguida, me tomé mi tiempo para procesar todo y me di cuenta de que no tenía ni idea de lo mal que podrían estarla pasando las demás, ni me había interesado; por otro lado, no entendía muchas cosas de Captian, sentía que algún día moriría de estrés mientras hacía el intento de descifrarlo.

—No lo entiendo, ¿por qué lo haces? No estás en la obligación de nada...

—¿Por qué hago qué? —me tajó acercándose al sillón donde estaba sentada.

—Cuidar de Cina, o interesarte por ella, ¿en qué te beneficia?

Recordaba el sentimiento de miedo y desesperación al dejarla con un manojo de desconocidos, y ahora que lo pensaba, estaba desquiciada. No me opuse a dejarla con los Finnes por miedo de que le hicieran algo, pero, ¿qué me garantizaba que durante todo el tiempo en el que no estaría despierta no le harían nada?

Apenas estaba notando que había dejado de actuar por intuición, ahora lo hacía por inercia. Al inicio de toda la locura sí medía mis movimientos, mis palabras... ahora no sabía que estaba pasando, no entendía que hacía, ni lo que los Finnes querían de mí, o de Cina.

—Espero que algún día pueda expresarte libremente mis razones y tú logres comprender —susurró, sin dejarme saber qué pensaba.

Fruncí el ceño, esperando a que él notara mi desconfianza, o mi confusión, mejor si notaba ambas.

Pero no hizo ni dijo nada más. Sólo nos observamos en silencio durante un momento. No sabía qué era lo que transmitía mi mirada, pero ojalá fuera lo mismo que transmitía la de él: nada.

Luego de unos segundos más entendí que no había nada más que hacer y me retiré, sin decir una palabra y sintiendo más de lo que había sentido en mis diecisiete años de vida.

La CapturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora