8. Despedidas

174 21 4
                                    

Las semanas pasaron rápidamente, Argentina, Chile y Ecuador hablaban cada vez más alegres conmigo, me sentía bien con ellos, era como hablar con viejos amigos. En el caso de Rusia, nuestra amistad silenciosa se fortificó. Ahora era como si lo conociera de toda la vida. Casi nunca necesitábamos palabras, sólo una mirada era suficiente para saber lo que el otro estaba pensando.

El tiempo pasó mucho más rápido de lo que creí. Parecía que mi sentido del paso del tiempo se hubiera atrofiado. Una semana me parecían unos dos o tres días como máximo, así que el mes que me exigió ONU pasó con mucha rapidez.

Finalmente me encontraba empacando las pocas posesiones que tenía en la habitación. Unos cuantos libros de OMS y ONU, unas envolturas de dulces, unos cuantos cambios de ropa, una libreta en la que había estado anotando mis ideas y algunas flores secas que me regalaron Irlanda y Corea del Sur.

— Che, ¿no crees que es mejor esperar un rato? —dijo Argentina desde la puerta. Tomé la pequeña mochila— Yo no te veo tan bien como crees estar ¡Miráte! ¡Estás tan flaco que el viento podría llevarte!

— Llevaré un ancla —dije pensando en Rusia. Sonriendo bobamente ante la idea de Argentina— ¿Por qué no vienes conmigo?

— Supongo que no sabés... pero mi nación de hunde cada día...

Lo miré con tristeza... yo creía que era la única internada en ese hospital, pero resulta que había muchos más, en peores condiciones que yo.

— Lo lamento Arge, si hay algo que pueda hacer-

— ¡Quedáte! Quedáte a estar con nosotros y... ay México, es que- —lo miré en silencio, sabía muy poco de su situación. Lo poco de lo que me pude enterar fue su tremenda inflación y las consecuencias que traía esto...

— Oye, tranquilo, todo va a mejorar —dije abrazándolo por los hombros—. Si mis ideas funcionan, estoy segura de que podremos aplicarlas en el resto de Latinoamérica.

Argentina no dijo más. Nos abrazamos hasta que Chile y Ecuador llegaron a despedirse de mi y de Rusia (que me acompañaría durante unos meses para mantener informado a ONU y apoyarme en caso de que mi salud vuelva a caer).

— Weon... —comenzó Chile con tristeza, uniéndose al abrazo— yo creo que es mejor que te quedes-

— Ya esta decidido —respondió Ecuador—, pero, antes de que te vallas Méx, puedes... ¿puedes ver a Vene?

— No sabía que también estaba aquí —dije separándome del abrazo.

Me guiaron hasta la habitación de Venezuela.

Antes de entrar me pidieron usar un traje antiviral, colocándome capa tras capa de desinfectante y mascarillas que cubrían mi rostro. Cuando al fin me permitieron entrar, me asusté tanto que quise volver a salir.

Venezuela se encontraba inconsciente, conectado a tubos y manguerillas que suministraban algo y máquinas que hacían sonidos horribles. Sabía que Vene estaba mal... pero nunca imaginé... que se viera tan cercano... a la muerte.

Tenía miedo de acercarme, sin saber por qué, temía que fuera la última vez. Respiré profundo "vamos, tú puedes. Tal vez mejorará si escucha tu voz". Con pasos pequeños me fui acercando.

Con sumo cuidado tomé su mano.

— Hey, Vene. T-tienes que a-abrir los ojos... —mi voz apenas era un susurro— wey...

Una lágrima se me escapó. No conocía a ese country, pero de alguna forma me rompía el corazón verlo así. No podía apartar la vista de sus ojos, me recordaba a mi abuelita cuando le quedaban sólo unos días de vida... no pude más. Dije lo que sentía atorado en la garganta:

— ¡Oye! —grité— ¡Escúchame bien! ¡Cuando vuelva a verte tienes que tener los ojos abiertos sí o sí! —muchas más lágrimas bajaron y se quedaron atoradas en las mascarilla quirúrgica— ¡Si no lo haces te voy a dar unos buenos chanclazos!... siempre quise... que me explicaran... qué es una vaina...

Dejé mi llanto salir hasta que unos golpes en la puerta me indicaron que el tiempo se había terminado.






Finalmente, en el aeropuerto, nos acomodamos en una sala de espera, Rusia miraba nervioso su celular. Estaba viendo algo en RouTube... los agentes que mandó ONU para cuidarnos se mantenían muy cerca, provocando que los humanos nos miraran con curiosidad.

Cuando nuestro vuelo privado estuvo listo, abordamos por una rampa especial, sólo para countries. Caminamos en silencio y me acomodé en el asiento asignado, justo al otro lado del pasillo, Rusia se estaba por sentar cuando vio mi pequeña mochila sobre mis piernas.

— Ese equipaje debe ir en el compartimiento de arriba ¿Te puedo ayudar? —preguntó señalando mis piernas. Asentí, observando qué era lo que hacía— Aquí se ponen las maletas pequeñas, que no fueron documentadas. Puedes acomodarlas tú misma o dejar que los sobrecargos lo hagan. Yo prefiero hacerlo personalmente.

Anoté mentalmente su consejo. Cuando terminó, las azafatas cerraron la puerta y dieron las respectivas y aburridas indicaciones de siempre. El vuelo sería corto. Sólo tres horas, sabía que no iba a aterrizar en mi nación, pero estaba nerviosa por comenzar mi viaje. 

Soy... ¿México?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora