2. Primer día siendo un país con patas.

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Desperté y apagué la alarma del celular. Volví a tratar de dormir, pero volvió a sonar. Era la segunda alarma.

La apagué molesta, y en menos de 30 segundos volvió a sonar. Estúpida alarma de mierda, ya verás. Pensé mientras la volvía a apagar.

Ahora ya estaba despierta. Suspiré con resignación y salí de la cama buscando ropa limpia. Me bañé y arreglé lo mejor que pude, nunca pongo suficiente atención a mi aspecto físico personal, pero hoy había pedido una reunión con mis compañeras de grado para revisar los contenidos que debíamos capturar en los exámenes y por eso debía mostrarme lo más seria y respetable (y puntual) posible.

Salí de casa y encendí mi auto. Amaba llegar al trabajo manejando mi propio auto, aún recuerdo con fastidio el horrible sistema de transporte público que tuve que utilizar toda mi vida antes de obtener un trabajo con paga fija.

Manejé unos 40 minutos hasta llegar a mi centro de trabajo. Eran edificios viejos y un poco descuidados, pero a mi parecer, eran agradables.

Al entrar saludé a los que estaban llegando igual que yo, les mostré a todos una cálida sonrisa. Cuando llegué a la dirección, mis colegas miraban atentos el televisor que mostraba una reportera preocupada frente a una residencia preciosa. Quizá se trataba de un asesinato o atentado contra alguna figura pública. No puse atención, ese tipo de noticias eran comunes estos días.

Entré a la sala de reuniones. Estaba vacía.

Genial. Mis compañeras estaban retrasadas.

Salí a servirme un café y me acerqué a mis colegas, que aún miraban embobados la televisión.

— ¿Qué pasó? —pregunté al aire.

— El señor México murió en la madrugada —respondió sin mirarme una de mis compañeras de grado. Ah, con que por eso no estaba en la sala de reunión, ella estaba más interesada en el chisme de la muerte de un countryhuman.

— Oh, no... —respondí fingiendo interés.

— ¿No les parece raro? —preguntó uno de los profesores de grados superiores— ¡Este México sólo duró un año! —algunos de los presentes asintieron.

— Recuerdo que, para la muerte del anterior, suspendieron clases... —dijo la promotora de artes.

— Supongo que el otro era más querido que éste —respondí.

En ese momento el director entró, saludando y presionando el botón del timbre. Todos salimos de la oficina para dirigirnos a nuestras respectivas aulas. Los niños afuera corrían para entrar antes que nosotros a las aulas.

Caminé sin prisa. Disfrutaba mucho esto, estudié arduo y presenté un sinfín de exámenes para obtener mi licencia de docente, así que adoraba cada pequeño aspecto de mi trabajo.

Antes de entrar a mi aula, di un rápido vistazo al patio, esperando a los alumnos que corrían porque llegaban tarde.

Comencé mi clase comentando la triste noticia de la muerte del señor México. Aquello era algo natural. La muerte les llega a todos, incluso a los countryhumans.

— Maestra, hoy te ves muy bonita —dijo Dayanna. Una de mis alumnas más platicadoras.

— Jaja, gracias Dayanna, tú también te ves muy bonita hoy.

Las clases siguieron como si nada, cantamos, resolvimos problemas y leímos cuentos; el recreo llegó y al sentarme a comer en la cafetería, noté un leve dolor de cabeza, era casi seguro que se volvería más fuerte así que decidí volver al aula en busca de medicamento.

Soy... ¿México?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora