15.3 Desfile militar: Cortar los hilos.

117 14 1
                                    

Cuando mi pulsera vibró en mi muñeca, desperté. Me acomodé sobre el pecho de Rusia, que yacía en el suelo debajo de mí, dormido. Un fuerte dolor en la entrepierna me despertó por completo.

Y se supone que voy a cabalgar hoy. Muy bien México. Muy bien. Añade otro dolor a la lista.

En ese momento me di cuenta. No me quemaba la piel. No sentía mis ojos y oídos explotar. Mis huesos no crujían. Sentía la cabeza ligera... todo mi cuerpo se sentía... normal. Casi como estar en Suiza. Casi como ser humana otra vez.

Excepto por la entre pierna, que dolía horrores. Aunque no era nada comparado con el dolor de los días anteriores.

Me levanté con cuidando. Salí de la habitación en silencio, dándole una última mirada a Rusia.



Las mucamas me ayudaron a vestirme. La ropa tenía capas y capas de tela blanca. El vestido era una versión de gala de escaramuza, inspirado en el traje de charro de los mariachis. El color negro destacaba los bonotes de oro, que brillaban al sol, los bordados dorados hacían juego con el rebozo de seda del mismo color. El diseño del vestido dejaba al descubierto los hombros, agradecí en silencio que Rusia no dejara marcas ahí.

El maquillista y estilista se las arreglaron para dejarme bonita. Incluso usaron extensiones del extraño color de mi cabello (que ahora es tricolor).

Al bajar, todos me esperaban vestidos con sus trajes militares de gala y botas de montar. Por supuesto, todos se mostraban hoy con su versión masculina para no tener que usar vestidos y parecer muñecas o marionetas. Yo sería la única con ese puesto. Por lo menos por hoy.

— ¡WOW! —gritó Irlanda, que fue el primero en verme— Little sis' you look...

— Lindísima —completó Italia.

— If I said you had a nice body, would you hold it against me? —dijo UK. (No estoy segura de poder traducir esto. Es un juego de palabras. Una frase trillada para coquetear)

— Sí, UK. Me molestaría —respondí de inmediato. Rodé los ojos, molesta. Tontas frases de coqueteo... ¿Cuánto tiempo más va a estar él en mi casa?

Argentina me ofreció la mano para terminar de bajar las escaleras. Lo acepté, pues aunque estaba usando botas, sentía que me caería en cualquier momento.

— Ese es un vestido de fiesta —aseguró Perú.

— No, es para las escaramuzas (mujeres que montan a caballo, son muy escasas en la actualidad, ya que es un deporte algo caro). Aunque es verdad que este vestido es de gala. Sólo es para impresionar y presumir a su linda muñeca —me crucé de brazos.

— Carwiño, si querwían imprguesionag, —dijo Francia tan nervioso que su acento se volvió muy marcado— debiegon mandagte sin gopa y-

Honduras saltó para golpear con toda su fuerza el hombro de Francia

— ¡AAAAgggg! ¿Qué te pasa Hondugas?

— Nadie quiere tener esa imagen mental de un familiar. Gwespeta a mi familia, Fwrancia.

Reí por el último comentario de Honduras. Sin duda comenzaba a sentirme más cercana a los países latinoamericanos. Ellos me cuidaban. Yo también comenzaba a sentir la necesidad de protegerlos.

Sentí mi pulsera vibrar en el tobillo. Ya que estaba usando algunas pulseras y collares de oro y plata, debía mantener ese estilo y dejar la pulsera electrónica fura de vista.

— Es hora —dije—, todos iremos en autos distintos para acompañar a nuestros contingentes. Nos veremos de regreso en casa cuando todo termine.

Todos asintieron, solemnes. Sus uniformes militares les daban un aire majestuoso.

Perú y Belice tomaron mis manos a los costados, ayudándome a bajar las escaleras del porche. Por un instante me sentí como una princesa.




Al llegar frente a mi contingente, noté que eran los mismos soldados que participaron en los juegos. Se veían ansiosos por comenzar. Me miraban animados y saludaban alegres. A todos les devolví el saludo hasta que llegó Héctor.

Mi asistente repasaba en voz alta lo que debía hacer en todo el trayecto. Ya lo había practicado en estos dos días.

Faltaba poco para salir yo abriría el desfile. Usaron una escalera para ayudarme a subir al caballo.

Acaricié la crin del animal, pidiéndole en voz baja que me guiara, esta mañana yo sería su compañera. Me daba muchísimo miedo caer. Pero me sentía bien. Sin dolor.

Héctor subió a las escaleras con las que me ayudaron a subir al caballo y acomodar el vestido. Me miró a los ojos un instante antes de hablar.

— ¿Qué es un mariachi sin su sombreo? —preguntó. Alguien le acercó el enorme sombrero y lo colocó con cuidado para evitar despeinarme— ¡Madre mía! ¡Te ves imponente! ¡Así quédate, guarda la sonrisa para el final! ¿Qué opinas?

— Excelente —dije sintiéndome poderosa—. Hoy no tengo ganas de seguir sonriendo.

La verdad era que me sentía tan bien físicamente, que si sonreía se iban a dar cuenta de que mis otras sonrisas son falsas y esconden mi dolor.



Acomodaron todos mis accesorios otra vez, colocaron la bandera, luego la instructora me volvió a recitar todas las medidas de seguridad y qué hacer en diversos casos.

Di una ligera palmada al caballo, decidí llamarlo Yisus.

Yisus y yo avanzamos al frente de todos.


Pasamos las calles y avenidas. El ambiente era excelente. Mis ciudadanos me miraban, tomando fotos o videos. Todos querían que les devolviera el saludo, pero yo sólo miraba al frente, con gesto molesto. En este momento era un soldado, no una reina de belleza.

Aunque quizá así me sentía.

Al llegar al zócalo, el aplauso y griterío fue tan fuerte que el presentador tuvo que volver a mencionar mi contingente.

Justo cuando faltaban pocos metros para pasar frente al presidente, mi caballo comenzó a desesperarse, dando pasos de lado, saliendo de la formación. Tomé las riendas fuertemente con la mano izquierda, ya que la mano derecha sostenía la enorme bandera.

— Yisus, no seas así, por favor —rogué tratando de volver a mi posición— ¿Yisus?

Al tratar de acariciar su crin, pude sentirlo. Su linaje. Caballos orgullosos e imponentes. Fuertes y libres.

Mi cerebro hizo clic. Así debería ser México. Mi pueblo ya es fuerte pero no es libre. Es orgulloso, pero no imponente.

Sin pensar realmente lo que hacía, jalé las riendas, provocando que Yisus relinchara fuerte, se detuvo para elevar sus patas delanteras, en una pose guerrera.

Al bajar las patas, comenzó a correr, lo guie para dar una vuelta a mi contingente. Con una mano levanté mi bandera en alto que ondeaba al viento. Los soldados me miraban sorprendidos y emocionados.

De alguna manera estaba logrando transmitir mi mensaje. ¡Aquello era lo más emocionante del mundo!

Justo al cruzar frente al presidente, le di la espalda, levanté la bandera y grité:

— ¡MEXICANOS! ¡Llevemos a nuestra nación a la prosperidad! ¡JUNTOS!

Todo el público en las gradas comenzó a gritar emocionado, al volver a la formación, Yisus y yo dimos una vuelta en nuestro lugar y avanzamos graciosamente ante el presidente.

Ups. Olvidé presentarle mis respetos.

Soy... ¿México?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora