||PROLOGO||

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Se encontraba tensa, caminando de un lado a otro el pasillo de la casa. Miraba angustiada la puerta del trillizo menor: Bruno. Estaba preocupada al ver la luz parpadeando y débil de la madera. Alma cerró sus ojos en un intento de calmarse. Casita no dudo en desprender uno de los cuadros de las paredes para ventilar el rostro de la matriarca. La casa ya no tenía tan alegría como la tuvo en sus tiempos. Ahora solo cuatro integrantes vivían en ella. La mujer suspiro tratando que las únicas dos nietas que le acompañaban no se preocuparan por angustia.

La familia se había separado hace años por seguridad. Ya no había una vela que los protegiera y casita no tenía la misma fuerza de antes para asegurar que las habitaciones –que constantemente parpadeaban– no colasen en media noche. La familia de Pepa se quedó en el este mientras que la familia de Julieta se instaló protegiendo el oeste. Bruno se quedó en el centro, en casita, para cuidar a su madre y ejecutar su papel de consejero oficial. Encanto ya no era tan pequeño como antes; gente llegaba y no todos con buenas intenciones. Necesitaban de la magia para protegerlos a todos, pero sus dones y la magia era inestable e imprudente. Lo peor de todos, la magia de los Madrigal afectaba a las futuras generaciones.

Alma levanto la vista al escuchar el rechinido de la puerta del vidente, el mismo salía débilmente de ella con una placa de jade en manos. Su madre lo miro angustiada y Casita ayudaba a que el hombre no cayera desmayado al suelo. Sin una vela; usar sus poderes era más agotador y difícil.

Bruno la miro por unos segundos, sus ojos mostraban un mar emociones y la mayoría negativas. Ella se quedó sin habla.

–No hay opción –murmuro, cerrando sus ojos por unos segundos y dejar salir un pesado suspiro–, todo sigue igual.

Mostro la placa. Alma no contesto; tapo su boca con sus manos al ver la imagen, pero aun así tomo compostura. Bruno de nuevo suspiro e intento ponerse de pie; realmente estaba agotado y débil.

–Y no es todo –hablo sin atreverse a verla a la cara–. Quise ver más allá –su voz sonaba devastada–, quería asegurarme que esto en verdad es la mejor opción.

No espero respuesta de su madre. Solo saco detrás su espalda otra placa y mostro la nueva imagen que logro cristalizar los ojos de la anciana mujer. La tomo analizando cada detalle que mostraba, se mantenía fuerte y con una postura dominante. No lo miro, simplemente dio media vuelta para acercarse al borde del barandal y ver a su nieta más grande hacer sus tareas diarias. Isabella al sentir su mirada giro a verla y Alma con una voz firme y recta, dio la orden:

–Isabella –suspiro, mirando discretamente a su hijo, quien solo desvió la mirada, pero aun así asintió para que hablara–, comunícate con las dos familias; encontramos una solución para salvar nuestro milagro y a nuestra gente.

Los ojos de la joven se agrandaron; estaría feliz y eufórica, si no fuera por la mala espina que sentía en ese momento.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora