||CUATRO||

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|04|El don prohibido

–Ya no quiero ser el rey –exclamo Camilo, dejándose caer en el escritorio.

Sentada a lado del mueble miro a su compañero y negó con una sonrisa. Habían pasado ya cuatro días encerrados en el despacho de la abuela. Papeleo y papeleo era lo único que habían aprendido desde que les dieron el puesto. Y cada rato aparecía el tío Bruno con una nueva montaña de dichoso y tortuoso papeleo. Ser líderes de un gran pueblo no era solo bailar y festejar, les repetía con una sonrisa su tío al verlos tan exhaustos.

Mirabel y Camilo comenzaron hablar con un poco más de confianza, no tanta, pero si lo suficiente para dialogar los múltiples problemas que los habitantes les pedían de su autorización y permiso. Como la autorización de un matrimonio. El joven rápidamente tomo uno de los papeles de la montaña al reconocer la letra, era un permiso hacia su abuela para autorizar el matrimonio de su ex prometida con el que considero su mejor amigo de toda la vida. Leía con dolor todo el permiso hasta llegar al final. Mirabel tomo la hoja de sus manos al verlo tan perdido y roto. Leyó con atención la petición, la joven escribió desde un inicio perdón por no haber amado jamás a Camilo, que siempre estuvo enamorada por su ahora prometido y pedía con todo el corazón autorizar su matrimonio explicándole lo mucho que amaba a su pareja.

Al terminar levanto su vista a su compañero. Furioso, decepcionado y traicionado le arrebato papel de sus manos. Ella creía que él sello de denegado, pero no. Observo con atención como tomo aire antes de agarrar el sello de aprobado y sellarlo para después colocarlo con los papeles aceptados. Sorprendida lo miro y él sin atreverse a verla, respondió en un susurro:

–Aunque quiera poner mil veces el sello de denegado, mi responsabilidad es con el pueblo y no con mis sentimientos –explico.

Ella sonrió, Camilo debió tener mucho valor para aceptarlo. Se levantó de su lugar y lo envolvió entre sus brazos. Él acepto el afecto devastado, ocultando su rostro en el cuello de ella y oliendo el dulce aroma de su perfume. Mirabel acariciaba sus rizos, consolándolo con cariño. Estarían así un buen rato más, sino fueran interrumpidos por los leves golpeteos de la puerta. Mirabel se separó levemente, pero antes dejo un pequeño beso en la frente del joven. Él le sonrió y juntos autorizaron que abrieran la puerta. Creían que era su tío con más papeles, pero les sorprendió ver a Dolores entrar con una bandeja con dos tazas de té humeante. Ellos la miraron sorprendidos. ¿En qué momento había llegado?

La doncella chismosa solo les sonrió con dulzura adentrándose al despacho para dejarles las bebidas. Ambos agradecieron en voz baja, mirándola extrañados.

–¿Cuándo llegaste? –pregunto su hermano mientras tomaba una de las tazas.

–Hace unas horas, Luisa también está aquí. Vinimos para resolver unos asuntos que surgen en nuestras fronteras –susurro con tranquilidad antes de tomar asiento a un lado de ellos–. ¿Cómo van con su puesto?

–Solo hemos visto papeleo y papeleo estos últimos días –se quejó el hombre volviendo a desparramarse en el escritorio, ocasionando que su compañera riera levemente.

–¿Por qué no salen un momento a pasear por los alrededores? Puedo convencer a Isabella y Bruno para que les den un respiro. Abuela salió al pueblo a verificar que todo listo para en anuncio de mi puesto y el de Luisa.

Ambos sucesores se miraron entre sí, dudando si era buena idea. Realmente estaban cansados de tanto leer y era cierto que todos se encontraban estresados ante tal evento del fin de semana. Era una ocasión muy importantes para las mujeres que al fin subirían de puesto después de años trabajando duro para merecerlo. Los dos estaban orgullosos de sus hermanas, sabían que merecían una enorme celebración que uniría las tres casas. Hace años que no celebraban un evento que uniría a todo el pueblo. Esto iba ser más grande que sus propios matrimonios.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora