||CUARENTA Y TRES||

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|43|Preparados para la tormenta

Tres semanas habían pasado desde que Mirabel despertó, entrando ya al sexto mes de embarazo. Todo el pueblo ya estaba enterado del próximo compromiso entre el nuevo líder del pueblo y su joven prometida; obviamente ocultando el embarazo de la menor de todas las doncellas. Algunos les costó aceptar el lazo familiar que tenían y otros simplemente les dio igual. Siendo que en varios pueblos una que otra pareja surge de igual manera. Pronto Casita volvería a llenarse de toda la familia Madrigal; Pepa y Julieta volvieron a sus respectivos sectores con sus yernos para ayudar a sus hijas a desocuparse y tener el tiempo libre para el gran día de la joven pareja.

Ambos comenzaron a cambiar sus vestimentas cambiando sus respectivas tonalidades frías o cálidas por tonalidades moradas. Una combinación perfecta para una mujer de colores fríos y un hombre de tonalidades cálidas. La idea fue sugerida por Arturo y Luisa; quienes compraron algunos obsequios para ellos por su compromiso –uno que otro para la pequeña luciérnaga–. Estaban realmente felices por ellos y el amor que se tenían. Todo iba bien después de tanto, solo faltaban tres días para casarse proclamarse como líderes de Encanto.

Camilo besaba y mordía ligeramente el cuello de su amada, logrando que entre suspiros pesado y pequeños gemidos poco a poco ella abriera sus piernas. Las camisas de ambos hace unos momentos que terminaron en el suelo del despacho. Él desabrocho su sostén y lo aventó a un lugar sin importancia, sus labios recorrían cada parte de su hombro y cuello mordiendo levemente su piel canela. La tenia sentada sobre el escritorio desnuda por la parte superior mientras sus manos agiles se escabullía debajo de la enorme falda color lila, apretando y acariciando sus muslos hasta su trasero. Hace mucho que no tenían un encuentro íntimo, ambos estuvieron ocupados con sus trabajos u organizando su boda, que aprovecharon el momento que los demás se fueron por unas horas solucionar algo que no le prestaron mucha atención.

Comenzó a recostarla lentamente sobre el escritorio, pero tuvo que parar de besarla al momento en el que el ya gran vientre de ella no lo dejaba acercarse más. Mirabel rio levemente al ver su cara de frustración de su prometido, tomo con mucho cuidado asiento en el borde del escritorio y lo miro con una radiante sonrisa.

–Ya no es como antes –murmuro ella colocando sus manos detrás de su cuello.

Él coloco sus manos en su cadera acariciando con sus pulgares el vientre de su amada. Tenía razón no era como antes, pero se sentía una paz en ambos que jamás habían experimentado. Se separó un poco sin lograr que Mirabel soltara el agarre de su cuello. Miro sus ya más grandes pechos, cual no podía tocar ante la sensibilidad de los botones, su cuerpo había cambiado, pero ella seguía igual de hermosa. Levanto la mirada al escuchar un suspiro por parte de ella.

–Puedes probar solo por esta vez –murmuro avergonzada desviando la mirada a otro punto muerto del cuarto.

–¿Segura?

Ella asintió, desasiendo el agarre de él. Camilo suspiro, se agacho un poco hasta quedar a la altura de uno de los pechos y sin pensarlo mucho metió la punta en su boca, haciendo que ella sintiera un escalofrió y temblara ante la extraña sensación. Camilo lamio la punta del botón saboreando unas pequeñas gotas de leche. Era un sabor raro, pero al mismo tiempo dulce y tibio. Era cuidadoso al momento de succionar, no quería que a ella le doliera. Aunque lograba ver que ella temblaba. Debe sentirse extraño para Mirabel, pensó. Bebió un poco antes de separarse, era mera curiosidad lo ambos futuros padres experimentaban.

Al separarse limpio sus labios con su pulgar y ella lo miro avergonzada.

–Sí que va a comer bien nuestra luciérnaga –bromeo con un tono pícaro–. Quiero más.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora