||CUARENTA Y CUATRO||

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|44|La vela

–¿No crees que exageras un poco, amor? –exclamo un intimidado Camilo.

Mirabel volteo a verlo con molestia y él se calló, desviando su mirada a cualquier lugar que no sea su prometida. Lo menos que podía hacer es callarse y no pelear con una embarazada. Isabella rio se levantó de la cama donde estaba sentada y se acercó a su hermana para tranquilizarla, algo irónico ya que de las tres hermanas la que menos paciencia tenia era ella. Tomo los hombros de su hermanita; obligándola a que la mirara. Ya llevaban más de tres horas ayudándola a elegir su vestuario ante las visita de toda la familia.

–Estás embarazada del heredero que tanto espero y te casaras pasado mañana con el idiota que te embarazo –comento seria, ignorando la queja de Camilo–. La abuela tiene que aceptarlo de una vez.

La doncella embarazada suspiro, bajando su mirada a su vientre.

–No sé porque ella me pidió que fuera su sucesora si tanto me odia.

–¿Por qué ese no era el plan? –murmuro su hermana sintiéndose culpable.

–Fue una decisión tomada por todos –respondió en un susurro evitando mirarla–, ella fue la única que se reusó, no te creía capaz. Nunca aprobó que fueras su sucesora o la prometida de Camilo; acepto más a regañadientes que por gusto.

Camilo al verla tan destrozada se levantó y la envolvió en sus brazos, pero Mirabel no estaba de humor, se separó de él y sin mirar a ninguno, comenzó a caminar hacia la puerta.

–Iré a buscar mis agujas, creo que las deje en el despacho.

–Oh, sí –reacciono Camilo–, las guarde en el cajón del escritorio. Puedo ir yo por ellas.

–No –susurro, intentando regalarle una sonrisa–, iré yo, estoy cansada de estar todo el tiempo encerrada.

Él mordió su mejilla por dentro, no le gustaba verla así. Se acercó hasta quedar frente a ella, movió el mechón de su cabello detrás de su oreja y le dio un pequeño beso en la frente.

–Iré arreglar algunas cosas con Bruno en el pueblo –comento acariciando con delicadeza su mejilla y sonriéndole con dulzura–, si pasa algo o quieres hablar dile a Isabella que me busque y vendré lo más rápido que pueda.

Ella asintió dándole –o al menos lo intentaba– un corto abrazo a su prometido, era más difícil abrazarlo teniendo una panza que les impedía. Ambos se despidieron. Mirabel encamino hacia el despacho, no podía hacer mucho por su estado. Su pequeña luciérnaga se mantenía calmada; aunque no tardaría en despertar solo para exigirle de comer. Realmente se parecía mucho a Camilo en ese aspecto. Suspiro al momento de abrir el viejo despacho. Las cosas habían estado calmadas, ayudaba a su prometido con el papeleo y él salía casi todo el día para arreglar los problemas de la gente. Y cuando tenía tiempo se lo dedicaba a ella y a su bebé; consintiéndolos o haciéndole mismo a su vientre, se encontraba igual de impaciente. Aun no tenían un nombre fijo para su hijo o hija.

Se acercó al escritorio y comenzó a buscar su caja de agujas por cada uno de los cajones, Camilo había comenzado a ser más ordenado con sus pertenencias. Aunque nunca admitiría en voz alta que la única razón de tanto orden era porque cuando podían él la besaba y tocaba sobre el mueble. Teniéndola siempre limpia para ella. Trato de quitarse todos aquellos pensamientos subidos de tono, comenzó a buscar entre los papeles y objetos, hasta que sus ojos se abrieron con cierto miedo al ver una placa de jade escondida en fondo de uno de los cajones.

–¿Por qué tiene escondida una visión? –se preguntó a sí misma en un susurro.

Miro la puerta cerrada, mordiéndose levemente su labio inferior. Cerro los ojos, no es que desconfiara de su prometido, pero la curiosidad le gano, se sentó en la silla y tomo la visión con cuidado sacándola de su escondite. Y al ver la imagen casi se le cae al suelo. La dejo sobre el escritorio y tapo sus labios con su mano; era un bebé, sabía que se trataba de su pequeña luciérnaga, pero...¿Por qué hay una vela?

Escucho como alguien giraba la perilla del despacho, asustada guardo devuelta la visión en el cajón y agachándose un poco fingió seguir buscando sus agujas.

–Mira, nuestros padres acaban de llegar quieren verte –informo Isabella adentrándose al cuarto.

–S-sí, ahora salgo...

No hubo respuesta por parte de su hermana solo escucho como ella se alejaba. Mirabel volvió abrir el cajón, no le molestaba que Camilo la tuviera, lo más seguro –para ella– era que la pidió cuando estuvo en coma, pero ver la vela le inquietaba y más sabiendo la historia detrás de la primera vela. Cerro sus ojos y respiro hondo, sentía como su luciérnaga comenzaba a moverse como si quisiera consolarla, ella sonrió con tristeza.

–Mamá está aquí...–murmuro con una voz temblorosa–. Tu papá y yo no te dejaremos.

Limpio con su puño su rostro e intento calmarse para ir a recibir a la familia. Se levantó y acomodo su larga falda violeta. Con ambas manos en su vientre para calmar a su bebé, salió del lugar con varias inquietudes que la torturaban.

[...]

Luisa sonreía emocionada de sentir las patadas de su sobrino, sus ojos estaban cristalinos, no negaría que tenía envidia como al mismo tiempo felicidad por ella. Sabía que Mirabel sería una gran madre. Julieta le presumía la ropa de bebé de distintos tonos de morado que mando a crear; era ropa que un niño o una niña podía utilizar sin problemas y eso le alegro demasiado a ella. Agustín no se quedó atrás y trajo varios regalos para su hija y nieto. Aún seguía a la defensiva de Camilo por desobedecer la orden de no estar juntos hasta el matrimonio.

Catalina miraba con emoción todos los regalos que trajeron a la pequeña Luciérnaga, ella y Antonio eran de los más emocionados en saber cómo sería el bebé. Mientras que la doncella embarazada estaba inquieta al pensar que su bebé estaría al lado de la vela del milagro.

–Cariño, ¿Sucede algo? –pregunto Julieta dulcemente al verla tan pensativa.

Ella suspiro y abrazo su vientre.

–Solo son los nervios de la boda, tengo miedo que me vaya a ver más gorda de lo que estoy –mintió, esbozando una risa rota.

Su madre la abrazo con todo el cariño que solo ella podía darle. A veces Mirabel deseaba ser así de perfecta como ella, quería darle todo el amor posible a su pequeño, ahora estaba aterrada de que eso no pase. Julieta se preocupó al sentirla temblar.

–Oye, cariño, relájate podrías dañar a tu luciérnaga –murmuro colocando su mano en su vientre y sonriendo al instante ante los leves movimientos del bebé–. Ves, mi nieto siente que te estas preocupando de más.

–Tiene razón tu madre.

Mirabel levanto su vista encontrándose con la sonrisa calmada de Camilo; quien no dudo en acercase a abrazarla.

–No importa como estés vestida, estaré emocionado de verte caminar al altar y poderte presumirte ante todos; como mi esposa y la madre de mi bebé –murmuro besando su mejilla para calmarla–. Somos un equipo recuerda.

–Sí, lo somos...–susurro desanimada.

Antes que pudieran decir algo más, Antonio corrió hacia ellos con una gran sonrisa en su rostro.

–¡Mamá y la abuela ya están aquí! –exclamo con alegría.

Julieta se levantó igual de emocionada; quería mostrarle todo lo que trajo para su nieto a su hermana. Salió junto con su sobrino hacia el patio principal. Camilo miro a su prometida y le sonrió con dulzura para después tomar su mano dándole todo el apoyo que necesitaba. Mirabel miro sus manos y no aguanto más. Lo abrazo como podía y lloro en su pecho. Temía su futuro, temía perder a Camilo o dejarlos solos. Algo estaba mal, ver la imagen de la vela le aterraba, incluso más que ver de nuevo a su abuela. Camilo la abrazo con suavidad, no tenia idea que le pasaba, pero no la dejaría sufrir sola.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora