||TREINTA Y TRES||

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|33|Problemas

–¡BIEN, ME LARGO! –grito furioso Camilo cerrando de un portazo la puerta de la guardería.

Bruno, Isabella y Antonio miraron sorprendidos como el cambia formas se dirigía a pasos pesados. Enojado se dirigía a su despacho a encerrarse. Era su tercera discusión de la semana. Habían pasado los días hasta convirtiéndose ya en una semana y media desde su cita en el campo. Mirabel ha ido empeorando, no solo vomitaba todas las madrugadas o se asqueaba con el simple olor de alguna comida cotidiana. Era claro que su hermana estaba embarazada, pero no se atrevía a decirle. Las cosas con Camilo se volvieron demasiadas tensas, la abuela ya no lo dejaba estar mucho tiempo afuera de sus deberes diarios. El pobre joven apenas dormía y el estrés lo consumía pareciéndose en varias ocasiones a la estérica de su madre. Sumándole que Mirabel cambiaba de humor de la nada y que el idiota de Daniel, a pesar que no se aparecía en frente de ella seguía mandándole obsequios que Camilo no duda en quemar o destruir con un palo.

–Sin duda son síntomas comunes de un embarazo –dijo Bruno dejando salir un suspiro–. Hoy llegara Julieta para que la lleven a revisar, pero estoy seguro que es un embarazo.

–Si la abuela se entera los casaría de inmediato por la reputación –hablo Antonio mirando a su tío–. A ella no le agradara nada saber que ella se embarazo fuera del matrimonio.

–A pesar que lleva al heredero no se lo perdonaría a Mirabel –suspiro Isabella peinando hacia atrás su cabellera.

La gran alegría de saber que por fin un nuevo Madrigal llegaría, quedo opacada por el bienestar de la joven madre. La abuela era muy impredecible, haría de todo para proteger a su pueblo y su imagen ante la gente. Si llegara a saber que la doncella más joven –y su menos preferida– está embarazada del sucesor que tanto trabajo le costó guiar, sería capaz de mantenerla encerrada para que su embarazo no opaque los preparativos que tenía para Camilo. Por otra parte si llegara a saberlo, los casaría de inmediato y trato con Daniel se rompería, pero estaría muy al pendiente de la joven, criticándola por lo que come, como se viste y que cosas debe de hacer. Al fin de cuentas tenía a su heredero en su vientre. Ya la había criticado en varias ocasiones por dejar que Camilo cocine, aun sabiendo que ella no era buena cocinando.

En pocas palabras; quiere al bebé, pero no a la madre. Lo que menos querían era sofocar a la doncella bajo las órdenes de la abuela. Mirabel era muy vulnerable con lo que opinaba la matriarca.

Entre el silencio de aquella madrugada, los tres consejeros –bueno, dos consejeros y un aprendiz– voltearon al escuchar como Casita abría las enormes puertas, dejando a la vista la imagen de la mujer del oeste acompañada de su yerno; quien cargaba las maletas de ambos. Julieta corrió hacia Isabella para envolverla en besos y abrazos cariñosos. Arturo le sonrió con tranquilidad a su cuñada y levanto la mano para saludar a los otros.

–¿Crees que si sea? –pregunto en un tono susurrándose refiriéndose a la salud de la otra doncella.

–Estoy segura, cada vez los síntomas son más evidentes –exclamo, cerrando por unos instantes su mirada. Le preocupaba Mirabel y en el muy (pero muy muy) fondo también Camilo.

Julieta tapo sus labios con ambas manos mientras que sus ojos comenzaban a cristalizarse, no podía creer que su pequeña estaba esperando a su nieto. A pesar de que ya lo venía venir desde ya hace meses con la predicción de Bruno. No esperaba que fuera tan pronto, estaba emocionada, pero tenía que controlarse hasta que lo confirme un médico.

–Han estado discutiendo esta semana, su relación está muy tensa –hablo Bruno rascándose la nuca preocupado.

–Camilo ha estado durmiendo en el sillón de su despacho –añadió Antonio mirando la puerta de la oficina de ellos.

Julieta mordió el labio inferior angustiada. Iba hablar, pero una voz infantil hizo brincar de un susto a los presentes.

–Ellos se aman –exclamo Catalina con inocencia acercándose a su padre mientras abrazaba a su conejo de peluche.

Los adultos la miraron extrañados, creyendo que solo era la inocencia de la pequeña, pero Isabella sabía que ella podía ver más allá que nadie más podría. Bruno la cargo con cariño acariciando su mejilla de porcelana y dándole un pequeño beso en su frente. La pequeña sonrió con alegría en su interior, amaba cuando su padre la consentía, giro su mirada oscura hacia su tía y con una expresión neutra mientras jugaba con el moño que tenía su juguete.

–Ambos pelean, pero cuando Mirabel corre al baño a vomitar él va a acompañarla y darle un vaso de agua para calmarla. Nunca la deja sola a pesar que no se hablen. Si eso no es amor, no sé qué es –explico todo sin mostrar mucho sus emociones.

Casi todos la miraron sorprendidos en la forma en la se expresó, Catalina era buena en ver los que muchos prefieren ignorar, su don era ver el amor entre la gente además de sus hilos del destino. No todo el tiempo es color de rosa, ella lo sabía, por eso le gustaba ver como Camilo trataba a Mirabel, a pesar que se peleaban o se gritaban él la respetaba y cuidaba. Julieta sonrió con dulzura al saberlo, acaricio el cabello castaño de la pequeña y se lo agradeció en un murmullo; se sentía tranquila que Camilo en verdad se preocupara por su hija.

–Tía –hablo Camilo sorprendido al verla.

La mujer miro hacia arriba y le sonrió con cariño a su yerno. Camilo había salido de su despacho un poco más tranquilo, sin pensarlo bajo rápidamente al primer piso y recibió a la mujer con un abrazo y un beso en su mejilla. Él estaba consiente que ella vendría pronto para llevar a Mirabel a un doctor, ya se sentía angustiado al igual que paranoico al no tener idea de lo que pudiera estar pasando con su novia. Hasta creía que ella fue envenenada y cuando se lo dijo a Isabella, ella se rio ante sus ocurrencias. No era una sorpresa que él no supiera los síntomas más comunes de un embarazo. Ella solo lo sabía porque su madre se lo explico a ella y a Luisa poco después de que la doncella fuerte se comprometiera.

Camilo trago saliva al encontrarse con la mirada seria de Arturo, el hombre para ser algo delgado tenía mucha fuerza. Trato de mantenerse firme ante el cuñado de su novia, pero no podía negar que por dentro gritaba de pánico y más porque si se llegaba a enterar de la discusión de hace unos momentos estaría cavando su propia tumba.

–Hey, Arturo, buenos días –su voz tartamudeo. Logrando sacarle una sonrisa divertida al hombre calmado.

Bruno; quien seguía cargando a su pequeña en brazos se acercó a su hermana para acompañarla hacia la habitación de Isabella y así dejarle a Arturo el pequeño cuarto de huéspedes. Antonio e Isabella volvieron a sus actividades mientras que Camilo miro hacia la puerta de la guardería, para después suspirar y con las manos en su bolsillo dirigirse a disculparse con Mirabel. Odiaba cuando peleaban.

Encamino a paso lento escuchando de fondo las risas leves de Julieta y Arturo, estaba más preocupado por todo lo que pasaba entre ellos que temía que Daniel pudiera aprovechar ese descuido. Sus músculos le dolían y las ojeras de sus ojos lo hacían verse como un mapache. Respiro hondo al tomar la perilla de la puerta, ya tenía mentalizado como calmar el mal humor con el que había despertado su novia.

–Mira, yo... –se calló bruscamente, su mirada se llenó de pánico y desespero al momento en que abrió la puerta y la encontró tirada en el suelo con una herida notoria en la cabeza.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora