||DIECINUEVE||

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|19|Oeste

Antonio admiraba por la ventana del carruaje, con sus ojos llenos de fascinación las multiplicas casas y negocios pintadas de una gran variedad de tonalidades frías. El oeste se caracterizaba por ser el hogar de los artesanos y trabajadores. Era un lugar hermoso, muy distinto al este donde el creció gran parte de su vida o el centro que era más tranquilo y hogareño. Por capricho de la abuela se llevaron a Toñito para que empezara su entrenamiento para ser un consejero como su padre, tíos o prima. Para el preadolescente eso le emociono demasiado y acepto con gusto empezar lentamente para ser un gran consejero a lado de su hermana. Ser la voz de la razón era algo importante para el pueblo y su gente.

Isabella le repasaba todo el itinerario en silencio mientras que Mirabel le explicaba a su primo todo lo que podría encontrar en su sector. Por otro lado Camilo se dedicaba a mirar a su amada en silencio con una sonrisa.

–Puedes dejar de sonreír como idiota –hablo irritada Isabella sin despegar la mirada de sus deberes.

Él la miro molesto, ellos seguían sin llevarse bien y más ahora que él estaba relacionándose con su hermanita oficialmente. Mirabel le contaba en sus tiempos libres lo bien que iba su ¿Relación? Aun no se definían como una pareja, a pesar que literalmente estaban comprometidos.

–Puedes dejar de ser tan fastidiosa, princesita –recalco él con el mismo tono irritado.

La doncella rodeo la mirada con fastidio y con un simple movimiento hizo que él escupiera pétalos de boca. Camilo comenzó a toser, como odiaba ese truco. Mirabel rápidamente se acercó a ayudarlo, dándole leves golpes en su espalda. Sin importar que se estaba ahogando por dentro estaba feliz de que ella se preocupara. Giro su rostro hacia Isabella y le sonrió con burla haciéndola enfadar más.

En cuanto el carruaje paro de moverse, la doncella perfecta bajo inmediatamente siendo seguida por un emocionado Antonio que quería conocer la fauna del lugar. Camilo por su lado, retiro de su lengua el último pétalo de jacaranda, tirándola con asco en el suelo del vehículo.

–¿Estas bien? –pregunto preocupada la joven.

–Lo estoy –respondió con una sonrisa– y lo estaré –dejo caer su cabeza en su hombro olfateando su dulce aroma–. Solo creo que mi cuñada me odia.

Sonrió complacido al ver de reojo el sonrojo de sus mejillas, aprovecho que su rostro seguía en estado de sorpresa y la beso en la mejilla antes de bajar del carruaje con una expresión relajada aunque por dentro estaba contento. Miro a lo lejos a su hermano hablar con algunos de los burros de carga e Isabella charlaba con el chofer para que dejara el carruaje cerca del establo. Observo su alrededor asombrado de lo tranquilo y movido que era la zona arriba de las montañas, en el este eran más fiesteros y relajados a comparación del oeste y centro. La gente vestía más elegante e incluso los niños se mostraban más calmados y bien portados. En cierta parte no le sorprendía, la familia de Julieta era la más calmada a comparación de la suya, casi llegando a ocho años que se fundó la zona los colores y modales de la mujer estaban plasmados en todo el lugar.

Se asustó al sentir un beso posar en su mejilla, giro a lado y se topó con la sonrisa de su amada.

–Es una lástima que te lleves mal con tu cuñada, en mi caso mi cuñado me adora –respondió ella en un tono juguetón antes de irse camino arriba dejándolo parado en el lugar.

Toco su mejilla y la miro irse. Esbozo una risa, negando su cabeza. Como adoraba a esa mujer. Sin dudarlo corrió hacia ella.

[...]

Julieta y Luisa los habían recibido con cariño, por no decir que ambas mujeres se alegraron de que ellos se habían reconciliado. Por otro lado Agustín aunque estaba feliz también de que las cosas vayan bien, no los dejo dormir en la misma habitación. Aun teniendo en claro que ellos tenían que traer al mundo a su nieto. Isabella se rio al ver la vergüenza que los hizo pasar en medio de la cena cuando empezó a hablar sobre las abejas y los pajaritos a unos jóvenes de veintiún años. Arturo le dio el pésame al no novio de su cuñada.

Al terminar cada quien se fue a su habitación; Agustín se aseguró que Camilo llegara a su cuarto sin desviarse de su camino. No los dejaría dormir juntos hasta el matrimonio. Lo que no conto fue que su hija menor se escabullera en medio de la noche por los largos pasillos de la casa. Portando solo un camisón como de costumbre abrió la puerta celeste y sonrió al verlo en su cama leyendo un viejo libro del estante bajo la bailarina luz de la vela de su lado. Vistiendo solo sus pantalones holgados, al verla dejo el libro sobre su pecho y frunció el ceño con una sonrisa burlona.

–No deberías estar aquí –comento de manera divertida.

Ella cerró la puerta y lo miro con una sonrisa avergonzada.

–Tu padre me matara –añadió con una sonrisa lasciva.

–¿Quieres que me vaya?

–Nunca dije eso, solo dije que me matara porque planeaba ir por ti un poco más tarde.

Mirabel sonrió, se quitó de manera lenta su camisón dejando expuestos sus senos al aire y su pantis blanco. Camilo disfruto el pequeño espectáculo, se sentó mejor en la cama y dejando el libro sobre el mueble de su costado, le sonrió.

–Va ser así siempre que estemos solos.

–¿Quieres que lo deje de hacer?

–¡No! –exclamo dando una pose dramática.

Ella ya lo sabía, sonriente se acercó a él y se sentó en sus piernas. Las manos de su amado se posaron casi al instante en su cadera. Acariciando lentamente con sus pulgares su piel. Acerco su rostro y beso uno de los botones de su pecho; logrando que ella se estremeciera.

–¿Así fue con Arturo?

–Con él fue más estricto –explico calmada enredando uno de los rizos de hombre en su dedo.

Camilo movió un poco la cadera de la doncella para sentir una pequeña ficción entre sus partes, lamio su seno mientras levantaba su mano para acariciar el otro, Mirabel ahogaba sus gemidos mordiendo su labio, no quería que los descubrieran y mucho menos que él se detuviera. Al momento que él se separó dándole una leve mordida a la punta de su botón, la miro de forma seria.

–Te has dado cuenta que no nos hemos besado para hacer este tipo de cosas –le pregunto frunciendo el ceño–. Si solo me quieres para...

Ella no lo dejo termina, tapo su boca con ambas manos y suspiro cansada.

–No te quiero solo para eso, Camilo –exclamo frustrada y seria, sin atreverse a mirarlo por vergüenza de sus palabras–, solo quiero disfrutar las cosas contigo. Me atraes sexualmente y románticamente, pero no puedo resistir a que no me veas con el mismo deseo que te tengo, si no te he besado era porque quería que fuera especial –murmuro las últimas palabras.

Él abrió sus ojos con sorpresa. Mirabel bajo la mirada humillada.

–Quería llevarte a mis lugares favoritos y besarte...solo quería hacer algo lindo por ti.

–Mira...–susurro al ver sus lágrimas caer por sus mejillas.

–Has estado atento conmigo, solo quiero demostrarte que en verdad me importas.

No sabe cuándo comenzó a llorar con ella, no paraba de verla con las palabras atascadas en su garganta. Mirabel lo miro con dolor, Camilo había sido el primer hombre que le ha demostrado que en serio le interesa e importa. Él pareció dudar de lo que haría, la acomodo en sus piernas para después con delicadeza y lentitud tomar sus mejillas tostadas. Miro sus labios y luego sus ojos castaños, perdiéndose casi al instante en el negro de sus pupilas dilatadas. Sus corazones latían a más no poder, que si Dolores estuviera cerca los escuchara sin dudar. Acaricio su piel humedad que causaron sus lágrimas y lentamente comenzó acercarse a ella. Mirabel cerró lentamente sus ojos y comenzó acercarse, llegando al punto que sus alientos se mesclaban.

No hacía falta planear un montón de escusas para poder tener su momento perfecto. Con solo estar con ella ya se sentía en el paraíso, lástima que ese no era el momento para ellos. Justo antes de que cortaran la distancia entre ellos; la puerta de la habitación se abrió con brusquedad. Asustando a ambos amantes, Camilo lanzo a Mirabel fuera de la cama por instinto, la joven aterrada solo cubrió sus pechos olvidándose del dolor del impacto mientras que en la puerta estaba un muy furioso Agustín.

–¡Sabia que no podía bajar la guardia! –les grito.

Después de eso; toda la casa se enteró del encuentro de ambos amantes. La vergüenza y humillación fueron sus recompensas. Camilo tendría que estar a varios pasos de su amada mientras que su suegro este cerca, pero todo valió la pena al saber que ella también tenía planes para ambos. 

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora