||CUARENTA Y SIETE||

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||CAPITULOS FINALES||

|47|Solo él

Ella no podía creer lo que veía. Sus ojos la amenazaban con llorar y arruinar el maquillaje que tanto tardo Dolores e Isabella en hacerle. Se sentía hermosa, el vestido quedo perfecto, su embarazo apenas se notaba debajo de la hermosa falda blanca, adornada con tintes cálidos y fríos mezclándose en hermosos tonos morados al final de esta. Sus hermanas no aguantaron y sonrieron con tristeza al verla tan hermosa. Su larga cabellera era perfectamente peinada adornada de varias flores de hortensias azules, pequeños adornos de oro en forma de mariposas y un escondido adorno en forma de camaleón la hacía brillar de emoción. Dolores también enternecida por la belleza de su cuñada ayudaba a su madre a ahuyentar las nubes que se generaban ante su emoción.

Julieta entro a la habitación anunciando que las campanadas de la iglesia no tardarían en anunciar la ceremonia, Camilo ya estaba allá con los demás. Pero se quedó sin palabras al ver lo hermosa que quedo su pequeña doncella, escondió sus labios detrás de sus manos, acercándose a ella con auténticas lágrimas de felicidad. Pepa no dudo en pasarle su pañuelo para que limpiara sus lágrimas.

–Mi vida, estás preciosa –le dijo tomando sus mejillas con amor.

Mirabel solo sonrió nerviosa, trataba de no llorar. Quería que Camilo la viera así de hermosa. Su madre se acercó y beso varias veces sus mejillas. Casi todas sus hijas estaban casadas y una de ellas ya la convertiría en abuela dentro de poco. Todas las mujeres voltearon hacia la entrada al escuchar alguien corriendo.

Arturo apareció exhausto en la puerta habitación; lo mandaron los demás hombres al ver las ellas aun no salían. Él tenía en sus manos el rosario, la vela y las monedas hechas para los novios. Luisa rio leve, se acercó a su esposo tomando los objetos y darle un pequeño beso en la mejilla del hombre. Volvió con sus hermanas, Isabella y Dolores quedaron impresionadas por las reliquias que hicieron para ellos. Mirabel callada tomo la vela; era hermosa con grabados hechos a mano. Sus ojos mostraron miedo al reconocer algunos de los símbolos. Eran idénticos a la vela de la visión. Sus manos empezaron a temblar, acariciando los detalles. No quería ser negativa mucho menos el día de su boda. Cerro los ojos y respiro hondo, ya todos se preparaban para irse a la iglesia. Y ella...solo quería ver a su prometido.

[...]

Camilo comenzaba a ponerse nervioso al no saber nada de su amada. Mariano intentaba calmarlo, pero el cambia formas comenzaba a ansiarse convirtiéndose en varias personas con cada minuto que pasaba. Ya habían dado las campanadas, la gente no tardaba en murmurar a su alrededor, ¿Se habrá arrepentido?

–Oye, tranquilo, Camilo, recuerda que ella esta delicada aun. No puede moverse tanto –le dijo su padre intentando que él no colapsara. Se parecía tanto a su madre en el día de su boda.

Se tranquilizó un poco al recordarlo, no podían arriesgarse a que ella se esforzara. Podía esperar todo el día por la salud de su hija. Acomodo un poco su traje blanco y su cabello. Ya habían mandado a Arturo a por las mujeres. Así que solo tendrían que esperar. Miro a sus seres queridos sentados en las primeras bancas de la iglesia; su abuela se mostraba disgustada por la tardanza de la novia mientras que Bruno tarareaba una melodía a su hija quien se quedaba dormida en sus brazos por otro lado Antonio consolaba a Agustín. El padre de la novia no aguanto la idea que su hija menor se casara, le decían que tenía que ser fuerte ya que él le entregaría a Mirabel.

Y como siempre todo se fue al carajo en un parpadeo. Las puertas se abrieron mostrando a un cansado Arturo junto con Pepa y Julieta que le hicieron señas a Agustín para que entregara a la novia. Félix ayudo a su amigo a limpiar sus lágrimas al mismo tiempo que le daba palabras de apoyo. Las madres de los novios se colocaron en su sitio junto con su hermano y la abuela. Camilo volvió a ponerse nervioso cuando Arturo se colocó a su lado junto con Mariano, haciendo sus papeles como padrinos. Lo miro esperando una noticia de su prometida, él simplemente le sonrió y susurro:

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora