||EL PECADO DE LAS LUCIERNAGAS| EPILOGO||

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–¿La familia me odia?

–No.

–Pero fui egoísta.

–No lo fuiste –Isabella suspiro mientras terminaba de doblar la ropa de Dalia–. No hiciste nada malo, solo querías vivir para estar al lado de tu familia.

La doncella menor; quien descansaba en su cama, miro a su hermana con tristeza, habían pasado ya tres semanas desde el nacimiento de su hija. No había vela y las puertas se apagaron por completo, tenían suerte que Casita aún seguía con ellos, no con tanta energía como antes, pero allí estaba para acompañarlos. No se ha movido de su cama desde que dio a luz, sin vela la magia murió lentamente, hasta quedar obsoleta; incluido el gran don de Julieta. No le quedaba que recuperarse de forma natural.

–¿Y la abuela? De seguro ella si me odia.

–Sorprendentemente no –murmuro–. No quiere verte, pero no te odia; dijo que si el abuelo Pedro tuviera la misma opción también se quedaría. Nadie murió Mirabel, simplemente no hay magia...ya no hay dones.

La doncella parecía disgustada con la respuesta, Isabella se acercó a ella para ayudarla a sentarse en la silla de ruedas que le consiguieron su padre y suegro. Coloco una frazada en sus piernas y beso su cabello. Juntas salieron de la habitación sorprendiéndose de lo viva que se sentía la casa con la llegada de todos para recibir a la pequeña Dalia en la familia. Su hermana la llevaba con tranquilidad y Casita las apoyó haciendo una rampa para que bajaran con los demás. Mirabel mordía constantemente su labio inferior no quería sentir la mirada juzgadora de todos.

Al llegar al primer piso los primeros en recibirla fueron Antonio y Catalina; él le coloco una corana de flores a su prima preferida y ella le dio unas flores del jardín de Isabella, lo que ocasiono que ella la regañara. Mirabel sonrió enternecida abrazando sus dos primos con cariño. Era la primera vez en todo ese tiempo que salía del cuarto y ellos estaban emocionados de verla afuera. Por otro lado Isabella quería regañar al preadolescente y la niña, pero ellos escaparon antes de que lo hiciera. Gruño furiosa lo que ocasionó que su hermanita riera divertida, lo cual hizo que se calmara un poco. Siguieron su camino hacia la cocina donde se podían escuchar las voces alegres de los adultos.

–Espera –la detuvo Mirabel.

Ella obedeció en silencio, sabía lo difícil que era ver a la familia para ella; así que se mantuvo callada. Por otro lado su hermana respiro hondo, intentando calmar sus nervios para lo que se venía. Se sentía culpable, sin importar que la mayoría de veces le dijeron que no era así, preferían que ella este bien que sus propios poderes. Giro a verla, estaba inquieta, pero preparada. Isabella sonrió y la llevo hacia el comedor. Todos se quedaron en silencio al verla. Luisa y Dolores corrieron a abrazarla después de todo lo que paso. Mirabel las abrazo con dolor en su pecho. La magia murió y con ello se llevó la única oportunidad de ambas doncellas en ser madres, a pesar de eso ninguna de las dos mostro enojo por su decisión. Preferían que ellos estuvieran a salvo que sus propios deseos. Podrían ser madres de otra forma, sin interferir en la felicidad de ambos.

Al separarse su cuñada se agacho frente a ella, acomodando aquel mechón de cabello detrás de su oreja. Le sonrió con tristeza, no sería capaz de hacerle daño a la felicidad de su hermano.

–Tu pequeña luciérnaga esta con mi mamá y Camilo en la cocina, si quieres verlos –murmuro Dolores, que a pesar de ya no oír todo en su alrededor seguía hablando entre susurros–. Ella es igual de hermosa que tú.

Mirabel le sonrió antes de separarse y prosiguió su camino a la cocina.

–Sí, sin duda es tu hija, es un barril sin fondo –aclaro Pepa al ver que su nieta se acabó el tercer biberón que tenían de leche materna y seguía pidiendo más.

Julieta rio debajo de su mano al ver la cara de enojado de su yerno al escuchar el comentario de su madre. Ellos dos se encargaban de cocinar mientras que Pepa alimentaba a su hambrienta nieta.

–De seguro tiene ese mismo amor de Camilo hacia los pechos de Mirabel –bromeo Arturo; quien los ayudaba a servir los platos del desayuno.

Camilo iba a golpearlo con la espátula de madera pero se quedó quieto al ver a su esposa negando ante lo dicho por el hombre y a su cuñada riendo ante la razón que tenía el comentario. Ambos jóvenes padres compartieron mirada y sonrieron, Pepa aprovecho la llegada de su nuera para entregarle a la bebé.

–Toma, cariño, lo más seguro es que ella siga con hambre –susurro.

Mirabel no dudo en cargarla con cuidado, su amada luciérnaga mantenía la mirada curiosa sobre ella. Tan delicada y preciosa como si fuera una pequeña princesita. La levanto y deposito varios besos en sus regordetas mejillas. Ahora entendía porque su madre siempre hacia eso. La bebé rio gustosa ante el afecto de su madre; acción que hizo que Mirabel la mirase sorprendida. Era la primera risa de su hija. Dalia la miraba mostrando sus encías en un intento de sonrisa. Sus ojos comenzaron a cristalizarse, no se arrepentía en vivir para ver su pequeña. Levanto su rostro al sentir que todos la miraban y así era, todos le dedicaban una sonrisa tierna con solo verla. Camilo no dudo en dejar lo que hacía para acercarse a su esposa e hija.

Limpio las lágrimas debajo de sus lentes, dejo un pequeño beso en sus labios antes de sonreírle y acariciar la mejilla de Dalia. Junto sus frentes, realmente feliz de que ella este allí con él.

–Hola, amor –le susurro.

–Hola, mi vida –le devolvió el saludo soltando una risita enamorada al igual que triste. Estaba feliz, demasiado que no dudo en llorar.

Camilo lo noto y la abrazo con delicadeza para no lastimar su herida. Fueron las semanas más duras en la vida de su esposa y verla al fin afuera disfrutando el tiempo con su hija, hacía que perder la magia valiera la pena.

–Está bien, todo está bien, estas aquí, amor y es lo único que importa.

FIN

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora