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|EXTRA 3|El otro lado de la moneda.

Don Camilo era el hombre más respetado del pueblo. Líder de su familia y la comunidad. De personalidad seria y directa. Muchos rumoreaban que él era el hombre más juguetón y dramático en su juventud, no varios –por no decir todos– creían que era una mentira, ya que nadie lo ha visto sonreír ni bromear y mucho menos desde la extraña muerte de su esposa. Nunca se volvió a casar, estuvo más enfocado en crear la familia perfecta, repitiendo las mismas acciones de su abuela. Pero ahora nadie podía reclamar o decirle algo cuando su amada doncella sacrifico su vida por los demás para traer devuelta la magia. Ni siquiera su hija se ha mostrado en contra de sus acciones.

Todos miraban a Dalia Madrigal, la única hija de Camilo, como la joven más educada y perfecta de todas las mujeres de Encanto. Dicen por ahí que llego a superar a su propia tía Isabella en número de pretendientes y seguidores. Lástima para todos que ella estaba comprometida con alguien que ni conocía, al enterarse de su compromiso la doncella acepto sin quejas portándose tranquila ante la decisión de su padre. Por otro lado su consejera leal se opuso, llegando a la situación de ahora: donde Isabella golpeó la mesa con furia cansada de lo manipulador que era Camilo con su hija.

–¡Estás loco! –exclamo molesta mirando a su cuñado– No puedes casarla con alguien que no conoce.

Camilo ni se movió de su lugar, cerró los ojos y respiro hondo, cansado de tanta pelea.

–No sé de qué te quejas, Isabella –abrió sus ojos mostrando seriedad e irritación por su comportamiento–. ¿Ustedes no hicieron lo mismo con mi matrimonio con Mirabel? Nos usaron.

Dalia abrió sus ojos al escuchar el nombre de su madre, estaba prohibido hablar de ella, que lo poco que conocía era por su padre y su tío abuelo Bruno. No se hablaba de Mirabel en la casa.

Isabella miro sorprendida a Camilo y él se mostró indiferente antes de levantarse de su lugar y mirar a su hija.

–Dalia, vete a descansar, prepárate para los Ortiz mañana.

–Sí, padre –hablo educadamente la doncella de veintiún años levantándose de su lugar.

Pero antes de que encaminara a su habitación fue detenida por su preocupada tía. Isabella sintió su corazón apretarse al ver los mismos ojos castaños de Mirabel junto con el color de su cabello. La culpa la invadía con verla cada día, la joven creció sin su madre y bajo las extritas órdenes de su padre, aun así ella mostraba la misma personalidad de su hermana; genuinamente encantadora.

–Cariño, no tienes que casarte si no quieres.

La doncella le sonrió con ternura deshaciendo el agarre de su tía con cuidado.

–Estaba bien, tía, si es por el bien de la magia lo hare sin problemas –confeso, despidiéndose con una pequeña reverencia de su padre y tía para poder irse a su habitación.

Isabella solo la miro irse con tanta calma, sosteniendo siempre su larga falda lila. Giro su mirada furiosa hacia Camilo; quien también se disponía a irse a su habitación a cuidar de la vela como todas las noches. Paso de largo de su cuñada y sin despedirse se alejó. Ella miro todo su alrededor, la casa dejo de tener vida desde aquel día, Casita nunca volvió a manifestarse ante la ausencia de su amada doncella de lentes. La magia volvió, pero a que costo, la familia dejo de reunirse para enfocarse en sus respetivas áreas haciendo el trabajo de toda su vida.

[...]

¿Por qué Dalia obedecía sin problemas todas las órdenes? Simple, su padre siempre la recompensa por ser una buena hija. 

Ella dejo de cepillarse su cabello al escuchar la puerta abrirse y cerrarse. No hizo falta que volteara solo espero paciente como siempre, sonriendo con tristeza al ver por el reflejo del espejo aquella figura femenina colocarse detrás suyo. Se quedó quieta al ver como la mujer tomo el cepillo y comenzó a peinarla con cariño.

–¿Ella me peinaría? –pregunto en un susurro con su mirada perdida en su reflejo.

Escucho como ella se reía levemente.

–Nunca supo peinarse ella misma, pero haría el mejor intento por ti.

Dalia bajo la mirada. Eran siempre las mismas preguntas, quería saber más de su madre, quería conocerla y saber ¿Por qué no se quedó con ella?

–¿En serio me obligaras a casarme?

Hubo un silencio, la mujer dejo de peinarla y solo suspiro. La doncella aprovecho para darse la vuelta y mirar con tristeza la figura que trataba parecerse a su madre. Camilo resoplo, aun con la figura de su difunta esposa, era su rutina de siempre, Dalia le pedía una noche cada mes que la consintiera disfrazado de su madre. Quería sentirla un poco. Su padre volvió a ser él en un parpadeo y se hinco para hablar con ella de forma seria.

–No te dejare casarte al menos que tú quieras –coloco su mano en su hombro–, le prometí a tu madre darte una buena vida. Solo pido que les des una oportunidad a los Ortiz.

–¿Tú te casaste con mamá por amor?

Camilo esbozo una sonrisa tonta al recordar aquellos tiempos.

–Ella era el amor de mi vida –respondió en un susurro–. Bueno tú y ella son el amor de mi vida.

Dalia sonrió, a veces quisiera saber más de ella, pero sabía lo doloroso que era hablar de Mirabel para su padre. Podría ser serio y estricto con toda la familia, pero siempre le dedicaba un momento para ella.

Desde que cumplió la mayoría de edad Camilo le regalo una botella de tequila a escondidas de todos con una nota que decía: "Quédate con la persona con la que puedas hablar toda la noche con un trago de tequila". Nunca supo la razón detrás del mensaje, pero algo dentro de ella le decía que era especial. Abrazo a su padre queriendo llorar, intentaba ser perfecta todos los días, intentando demostrarle que la muerte de su madre valió la pena. Que sería la mejor de las doncellas para su pueblo. Camilo le correspondió el abrazo con el mismo cariño.

–¿Ella me amaría como soy ahora? –pregunto entre sollozos.

No importaba cuantas veces se disfrazara de ella, nunca llenara el hueco que dejo en ambos.

–Ella te amaría aun si fueras la peor de las doncellas –él la abrazo un poco más fuerte; al recordar lo mucho que Mirabel la amaba cuando estaba en su vientre –. Siempre has sido su pequeña luciérnaga que iluminabas sus noches.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora