||CUARENTA Y UNO||

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|41|¿Ahora qué?

Poco a poco sus ojos comenzaron abrirse, sentía un dolor de cabeza horrible, intento acostumbrarse a la casi nula luz de la habitación, era demasiado temprano; el sol ni siquiera había salido, lo cual pintaba toda la habitación de la guardería de tono pálidos. Miro por todos lados, quedándose sin palabras al ver a Camilo dormido en el suelo encima de varios papeles esparcidos. Lagrimas comenzaron a formarse en sus ojos cuando las imágenes de lo último que recuerda la desgarro. Con prisas levanto las sabanas delgadas que cubrían, tapando al instante sus labios con la palma de sus manos al ver aun su ya no tan pequeño vientre. Lloro en silencio por creer que había perdido a su pequeña luciérnaga.

–¿Mirabel? –escucho la voz soñolienta de Camilo; quien despertaba lentamente al escuchar su sollozo.

Al verla despierta, se quedó sin palabras, todo el sueño de su cuerpo desapareció en un instante. Sus ojos no tardaron en cristalizarse. Estaba despierta. Se levantó lo más rápido que pudo y la abrazo con fuerzas. Llorando junto con ella, Mirabel se aferró a los brazos de su amado. Temblaba mucho. Camilo se separó solo para tomarla de las mejillas y llenarla de besos por toda su cara, hasta finalizar en sus labios. Mirabel apenas lograba corresponderle, movía sus labios de forma torpe con apenas su cerebro estaba despertando, pero quería separarlo hasta que la falta de aire intervino. Él se separó limpiando las lágrimas de su amada con sus pulgares y regalándole una sonrisa rota.

–¿Cómo te sientes? –murmuro preocupado.

–Tengo demasiada hambre y dolor de cabeza –confeso en un susurro decaído–. ¿Qué paso? –pregunto mirándolo aun con miedo reflejados en sus ojos castaños. No llevaba sus lentes hasta que él se los pasó.

Camilo suspiro, se sentó a su lado para tomar su mano y jugar con sus dedos. Las manos de Mirabel siempre fueron heladas, pero ahora simplemente estaban tibias. Ella observo como intentaba pensar bien en sus palabras para alterarla. Dejo caer su cabeza en su hombro, no tenía prisas por su respuesta.

–No te mentiré –levanto su mirada al escucharlo y él suspiro–, casi perdemos a nuestra pequeña luciérnaga –murmuro y con algo de miedo coloco su mano sobre su vientre, podía sentir parte de su cuerpecito, lo cual lo hizo sonreír con tristeza; el bebé estaba dormido.

Por otro lado Mirabel se sintió horrible ante la noticia.

–Cuando te desmallaste te llevamos corriendo a la clínica al perder sangre, estuviste internada por varios días –explico levantando su mirada hacia ella. Sus ojos volvían a cristalizarse al recordar lo horrible que fueron todos ese mes en el que ella estuvo inconsciente. Temía perder a ambos, temía perder a su familia.

Ella limpio sus lágrimas y beso su mejilla para después susurrarle con cariño:

Estoy aquí, amor, ya no me iré.

Camilo sonrió débil dejando caer su cabeza sobre la de ella.

–¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? Luciérnaga está mucho más grande y pesada.

–Estás en tu quinto mes, amor –explico esbozando una leve risa y volver a acariciar su vientre sobre la tela del camisón.

Ella se quedó pensativa, no podía creer que estuvo todo un mes dormida; Camilo debió pasarla mal. Se sentía culpable de arruinar su cumpleaños de tal manera. Suspiro se separó de él. Extrañado al ser recostado en la cama por su amada, no decía nada, estaba asustado como excitado al ver subirse en su entre pierna y más cuando el estúpido camisón termino en el suelo junto con los papeles con los que trabajaba. Mirabel paro un momento al ver que sus pechos también crecieron y le dolían sus botones al rosarlos. Camilo sonrió divertido al verla tan sorprendida y él estaba igual no había visto su cuerpo por todo un mes –obviamente no se iba aprovechar de ella inconsciente por mas tentadora que se veía– que verlo de nuevo, ahora con un gran vientre le parecía adorable. Se sentó aun teniéndola sobre su entrepierna. Mirabel no paraba de subir y bajar sus pechos, estos eran más pesados desde la última vez. Camilo volvió a reír bajo tomo toco uno de sus pechos notando que le dolió al momento de rozar un dedo sobre su botón. Ambos se sorprendieron cuando una gota de leche salió de la punta. Él levanta la mirada hacia ella y ella miro serio.

–No, ni lo pienses –recalco molesta sabiendo muy bien que es lo que pensaba.

Camilo soltó una risa, y la volvió a abrazar con cuidado de no aplastar a su pequeña luciérnaga. No le importaba si no tocaba su cuerpo o no volviera a tener sus amados pechos, estaba más que feliz teniéndola de nuevo entre sus brazos. Ya estaban a más de medio embarazo. Y no la volvería a perder de nuevo. Eso le hizo pensar que ella tiene que saber toda la verdad detrás de su embarazo.

[...]

Julieta y Pepa preparaban todo un festín para su doncella, al enterarse que ella despertó no dudaron en preparar un gran almuerzo solo para ella. Incluso Isabella, Antonio y Catalina fueron a lo más lejos del mercado del pueblo para traerle los mejores ingredientes. No había ningún rastro de la abuela y según su madre solo se quedaron ellas dos junto con Mariano y Arturo para cuidarla y ayudar a Camilo. Ambos hombres le mostraron a Mirabel algunos de los muebles que construyeron junto con Félix y Agustín, ella quedo fascinada y más al ver que pronto tendrían que acomodar la habitación junto con las cosas del bebé. Por órdenes del médico ella no podía moverse mucho, tendría que estar en cama la mayoría del tiempo que le queda de embarazo, alejada del estrés y esfuerzos.

Comió la última arepa de lo que fue una torre, en verdad tenía hambre. Cuando estuvo inconsciente solo la podían alimentar por líquidos y sueros del médico para fortalecer a ella y al bebé. Dejo caer su tenedor y abrió su mirada con un brillo. Las mujeres presentes que se acercaron a ella preocupadas, pero Mirabel solo bajo su mirada a su vientre y miro a su madre con emoción que la hicieron llorar de alegría al sentir una patadita de luciérnaga.

–Mamá, me pateo, mi bebé dio una patadita –exclamo con emoción, se sentía raro, pero eso la llenaba de amor saber que él o ella está bien.

Julieta conmovida se acercó a ella. Mirabel tomo su mano y la coloco donde luciérnaga pateo. Los ojos de su madre se abrieron conmovida al sentirlo, rápidamente invito a Pepa para que también sintiera las pataditas de su nieto. Ambas abrazaron con emoción a la doncella embarazada mientras la llenaban con comentarios lindos y emotivos que combinados con los aun sensibles sentimientos de la joven, terminaron haciéndola llorar.

No muy lejos de allí, Bruno las miraba con una pequeña sonrisa junto a Camilo; quien sonreía enamorado de que Mirabel al fin sintiera aquellas pataditas. Para su mala suerte no eran las primeras, cuando mirabel estuvo inconsciente él siempre estuvo a su lado trabajando o simplemente estar allí sin dejarla en ningún momento sola. No negaría que hubo veces que se sentía devastado o solo lloraba en silencio por la salud de sus dos seres amados. Hasta que en una tarde mientras leía sus documentos al mismo tiempo que acariciaba el vientre de su amada, sintió como luciérnaga le pateaba. Él se había asustado cuando la sintió cayendo de la cama, no la esperaba. Al levantarse observo como la tela del camisón se movía ligeramente y al colocar de nuevo su mano, volvió a sentirlo. Le dio la esperanza que necesitaba para ser fuerte por los tres.

Cerró sus ojos y suspiro, para después mirar a su tío y decirle en un tono melancólico:

–Quiero decirle toda la verdad...–susurro bajando la mirada al suelo– sobre las visiones, el hilo y el arreglo del matrimonio –levanto la mirada hacia ella y sonrió de lado–, no quiero ocultarle nada a mi prometida.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora