||TRECE||

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|13|La princesa y el sirviente

Camilo y Antonio jugaban con Catalina a las muñecas en el patio de afuera; su relación con la niña había mejorado. Ella comenzaba a hablar con más libertad, aunque su tono siempre era susurrante como lo hace de Dolores. Ambos chicos jugaban con seriedad, dramatizando las escenas con los muñecos, igual como una telenovela, logrando hacer reír a la pequeña. Al recordarle los teatros que realizaba su padre con sus ratas.

–Pero Diego Armando, yo te amo –expresó Camilo en un tono agudo mientras movía la muñeca de trapo en una pose dramática.

–Entiende que no puedo amarte, Carlota –habló Antonio con una voz grave moviendo su muñeco–, entiéndelo, tu eres una princesa y yo un sucio sirviente, nuestro amor está prohibido. Adiós, Carlota.

–Nooo –expresó la pequeña realmente triste–. ¿La princesa se quedara con el sirviente? –pregunto inocente mirando a Camilo.

Él esbozó una pequeña risa y acaricio sus cabellos castaños claros.

–Lo descubriremos después de comer –comento, guiñándole un ojo al final.

La pequeña hizo un puchero al ver a su primo levantarse del suelo y sacudir su pantalón.

–Tengo que terminar mis tareas, después jugaremos, lo prometo.

No le quedo de otra que asentir, le gustaba pasar tiempo con él.

–No te preocupes, Cati, yo seguiré jugando contigo –exclamo con orgullo Toñito, como si fuera su hermano mayor.

La niña volvió a sonreír al igual que Camilo; quien se despidió de ambos para volver adentrarse a Casita y seguir con sus deberes. Con una expresión relajada y sus brazos detrás de su cabeza caminaba rumbo al segundo piso. Se había acostumbrado aquella extraña rutina, los papeleos ya no eran pesados y la abuela ya les guiaba a otros encargos importantes. Podía acostumbrarse a ser el rey como lo había dicho con Mirabel...

Paro sus pasos antes de subir por las escaleras. No han hablado aun y luego sus extrañas salidas justo cuando terminaban con sus deberes, lo hacían sentir fatal. Cerro los ojos, no iba darle más vueltas al asunto, cuando quedo claro que ella no siente nada realmente por él. Lo molesto era que ya no hablaban en las noches o comían juntos. Ella lo evitaba a toda costa, aun cuando prometieron ser un equipo. Respiro hondo se encontraba frustrado con todos los problemas que le ha traído la doncella de lentes. A pasos lentos comenzó a subir las escaleras, no quería verla y recordar que alguna vez la tuvo entre sus brazos, apretó el tejido de su poncho sobre su pecho, sintiendo los rotos latidos de su corazón.

Al llegar al segundo piso la vio salir apurada del despacho que compartían. Cargando una gran montaña de papeleo en manos se disponía a irse al cuarto de su tío. Balanceando los documentos ante la obstrucción de su vista, casi cae al suelo. Corrió ayudarla tomando por completo todo el papeleo, Mirabel lo miro sorprendida mientras que Camilo la ignoro un poco para acomodar los documentos más altos. Al sentir su mirada sobre él, giro a verla y le regalo una sonrisa nerviosa e incómoda.

–Gracias –agradeció ella acomodando uno de sus mechones detrás de su oreja.

Él asintió en silencio y se dispuso a ir a dejar los documentos con su tío, ella lo siguió a pasos pequeños. Ambos volvían a caer en su juego de ignorarse.

Mirabel jugaba constantemente con sus dedos, parecía que quería decirle algo a su compañero, pero no se atrevía. Por otro lado Camilo prefirió no intentarlo para no salir más herido. Ella no lo ama, se repetía constantemente en su mente. Extrañaba tocar sus encantadoras curvas, abrazarla en la noche después de horas hablando de sus inquietudes o simplemente ver aquella sonrisa que solo le dedicaba a él. Extrañaba estar drogado por una mujer que ya no podrá tener.

Ella abrió la puerta de la oficina de su tío y él entro dejando los papeles sobre el escritorio. Al cerrar devuelta, Camilo dio media vuelta con intenciones de hacer su parte del trabajo. Mirabel quería tomar su mano y poder hablar como antes. No sabía que le pasaba ya no tenía el valor de antes en expresar sus acciones. Solo lo observo caminar despreocupadamente y con sus manos ocultas en los bolsillos su pantalón, yendo directamente al despacho que compartían. Si antes estaba asustada de que todo iba demasiado rápido, ahora estaba aterrada de que hubiera arruinado lo que tenían. Bajo la mirada y camino al lado contrario.

[...]

El atardecer era precioso, las tonalidades anaranjadas pintaban todo el pueblo. Era el momento favorito de Camilo. Recargado en el barandal del segundo piso observaba el cielo después de un duro trabajo que casi le deja sin trasero por estar tanto tiempo sentado. Miro como su amada se adentraba a Casita con una canasta repleta de despensa. Caminaba tranquilamente a lado de su madre, ambas había al pueblo por órdenes de la abuela.

La admiro con una expresión neutra. Se acercó más a la orilla del balcón, observaba cada movimiento y gesto que hacía con suma atención, como si no quisiera perderse de ningún detalle. Mirabel al sentir sus ojos posados en ella, levanto su mirada, encontrándose casi de inmediato con su mirada castaña. Ella le sonrió y Camilo le devolvió el gesto. Una simple y pequeña sonrisa en los labios delgados del joven provoco en su estómago un océano de mariposas revoloteando. No le sonreía a ella, le sonreía a ambas, lo noto cuando Julieta lo saludo moviendo su mano delicadamente y él también movió la suya. Observo como sus labios se movieron, hablándole a la nada y en un parpadeo Casita lo ayudo a bajar de inmediato a donde están ellas.

Con una postura relajada y calmada se acercó para tomar sin aviso ambas canastas de sus manos.

–¿Por qué no me llamaron para ayudarlas? –pregunto él encaminando hacia la cocina, siendo seguido por las dos mujeres.

Dejo las canastas sobre la mesada. Casita no tardo en acomodar las cosas por si sola. Julieta se acercó a él y beso su mejilla como agradecimiento.

–La abuela necesitaba unos ingredientes de última hora y estabas ocupado –respondió dulcemente, acariciando su mejilla con cariño–, no quería molestarte, mi cielo.

–¿Quieres que te ayude con la cena? –se ofreció con una pequeña sonrisa.

Ella negó moviendo su cabeza lentamente para después acomodar unos de los chinos sueltos del joven detrás de su oreja.

–Mejor descansa –volteo a ver a su hija quien los miraba a una distancia alejada–. ¿Por qué no descansas con Mirabel? Ambos han estado trabajando duro estos días.

Los dos jóvenes compartieron miradas, ella se sonrojo levemente y desvió rápidamente su vista de él. Camilo no había notado su sonrojo y malinterpreto la acción de su amada. Él miro devuelta a su tía y antes de que diera cualquier tonta excusa para no obligarla a estar con él. Fue interrumpido por la voz nerviosa de su tío.

–Ah...¿Mirabel? –pregunto por la joven adentrándose al lugar.

Los tres le prestaron atención, Camilo frunció el ceño cuando su tío lo miro incómodo.

–¿Qué sucede, tío Bruno? –pregunto extrañada la doncella.

–Hay un hombre que te busca –bajo la mirada para evitar ver a su sobrino–. Dice que es Octavio, el de evento –sus palabras se dijeron de manera rápida y haciendo un ademan con la mano, mostrando completo nerviosismo.

Los ojos de ambos jóvenes se abrieron con sorpresa, Camilo miro a su amada; ella bajo su vista y sin decir nada salió del lugar dejando a su familia desconcertada. Ambos adultos miraron como se destruía su sobrino. El pobre tomo asiento, con un mar de inquietudes invadiéndolo y corazón rompiéndose lenta y tortuosamente.

¿La princesa se quedara con el sirviente?

Recordó la pregunta de la niña. Mirabel gobernara sola cuando se casa con otro hombre. Mordió su labio inferior con fuerza. Si ella se casaba con el hombre de la fiesta, ella dejara de ser una princesa para convertirse en una reina y él quedara como un triste y sucio sirviente enamorado de una mujer que no puede tener. La princesa jamás se quedara con el sirviente, pensó con una sonrisa triste mientras sus ojos se cristalizan ante la mirada preocupada de los adultos.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora