||CUARENTA Y SEIS||

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|46|Un gran día los espera

Camilo dejaba un enorme plato de comida en frente de su futura esposa, era ya su rutina diaria, no quería que ella hiciera mucho esfuerzo para no hacerle daño a su pequeña luciérnaga, ya solo faltaban tres meses y ella o él estarán en sus brazos. Aunque el cambias formas se veía cansado como agotado, le sonreía a su pareja. Ambos tuvieron que dormir separados la noche anterior después de celebrar un poco su propuesta. Por órdenes de Agustín y Félix –también porque no había tanto espacio en la casa desde que las habitaciones mágicas quedaron obsoletas–; Mirabel durmió en la misma cama con Isabella y Dolores mientras que Antonio y Camilo junto con Mariano y Arturo durmieron en el suelo de la cocina...bueno, realmente Camilo no logro dormir porque Casita lo molestaba toda la noche y no quería desvelarse la noche antes de su gran día y termino durmiendo afuera con los animales de su hermano.

La abuela se mantenía firme y alejada a petición de sus trillizos que no dejarían que abrumara a su doncella embarazada y más estando a un par de horas de la ceremonia. Llevaron semanas organizando no solo la boda, sino también el ascenso de Camilo y Mirabel como los nuevos líderes. Iba a ser el evento más aclamado por todo el pueblo, sería mucho más grande de lo que fue el ascenso de Dolores y Luisa. Justo en el momento en que los colores templados gobernaron todo el pueblo. Julieta junto a sus dos yernos se concentraron en hacer el desayuno para todos. Camilo quería consentir a su prometida y su bebé preparando todo un festín para ellos.

–¿Y ya tienen el nombre de la bestia? –pregunto Isabella sentándose a un lado de su hermana; quien devoraba todo su desayuno.

Al escucharla paso toda la comida con el zumo de maracuyá que le prepararon y limpio sus labios con una servilleta.

–Tenemos algunos –respondió un tanto pensativa.

–Me imagino que en la lista esta Camila –dijo en un tono burlón Dolores mirando a su cuñada.

–Lo rechazo, incluso antes que yo lo dijera –explico decepcionado Camilo en lo que se sentaba al otro lado de su doncella embarazada.

–Deben decidirlo pronto, solo faltan tres meses para que nuestra pequeña luz este con nosotros –exclamo Pepa aun terminando de coser los últimos detalles del vestido de su nuera.

–O nuestro gran muchacho –corrigió Agustín.

Julieta se acercó a ellos y metió un pedazo de arepa en la boca de su esposo para que no hiciera enojar a su hermana, la pobre pelirroja estaba demasiado estresada como para dejar caer una tormenta en la boda de su hijo.

–Sea lo que sea, es un Madrigal –comento con calma la mujer del oeste tomando asiento y dispuesta para comer.

–¡Pero mi papá ya sabe que va a ser! –grito eufórica Catalina, provocando que su padre dejara caer su tenedor al sentir todas las miradas sobre él.

–Catalina, no –susurro aterrado, tapando la boquita de su pequeña para que no siguiera. Ellos dos eran los únicos que sabían el género del bebé.

Se creó un silencio tenso entre todos, miradas serias se enfocaron directamente al vidente. Alma incluso dejo de comer para mirar a su hijo con ceño fruncido mientras que los futuros padres parecían sorprendidos. Pepa iba a levantar la voz para reclamarle, pero fue detenida por su hermana; quien coloco su mano sobre su hombro y la miro negando suavemente con su cabeza. Julieta respiro hondo y hablo con molestia:

–¡¿Y no planeabas decírnoslos?!

Bruno se alteró, encogiéndose en su silla con nervios a flor de piel. Los demás miraron asombrados a la calmada mujer. Era una de las escasas veces que alzaba la voz. Como no, si su hermano oculto esa información sobre su amado nieto.

–En primera; fue un accidente, lo vi cuando acaricie el vientre de Mirabel –suspiro cansado pellizcando el puente de su nariz en lo volvía a tomar postura–. En segunda; todos ustedes son un desastre, cada uno piensa que podría a ser y me echaran la culpa con solo decir que lo que espera Mirabel: es una niña –finalizo tomando un trago de su café en espera que el caos se cree.

De nuevo un silencio invadió todo el lugar. Camilo y Mirabel compartieron miradas incrédulos para después mirar a la panza de la doncella. Tendrían una hermosa niña. Él no espero más y abrazo con alegría a su prometida, se separó para acercase a su vientre y besarlo también.

–Mi pequeña princesa –susurro con cariño–. Serás igual de bella como tu padre y tan encantadora como tu madre.

Mientras que las madres de los jóvenes los miraban con cariño, unos sonrientes Antonio y Félix alzaron sus manos hacia Agustín e Isabella para que les pagaran; al perder la apuesta. Padre e hija les pagaron a regañadientes, estaban seguros que sería un varón. Por otro lado Dolores y Luisa miraron a su abuela que prefirió guardarse el comentario y mantener la compostura; no le agrado que su tan esperado heredero fuera una niña. Bruno tomo la mano de su madre para que se tranquilizara, para ella aún era difícil no involucrarse, ya no era la líder. Catalina abrazo a su abuela y ella le sonrió más relajada. Tendría que cambiar si aún quería conservar a su familia.

[...]

Habían terminado de desayunar todos se preparaban para comenzar los preparativos. Hoy será un día especial. Había una larga fila en único baño de la casa, dejaron que los novios de bañaran primero; obviamente con la advertencia que tenían que bañarse y no perder el tiempo. Cosa que desamino a Camilo e hizo reír a la novia. Al terminar ambos tomaron un descanso en su habitación, en espera de que los demás los llamen para comenzar a arreglarse. Sentados en su cama, Mirabel observaba como su prometido hablaba con su hija entre murmullos diciéndole lo afortunada que era con una madre como ella. De nuevo el pensamiento que es lo que sucederá con la vela la inquietaba. No quería perderse esos momentos donde Camilo consentía a su bebé, a su pequeña luciérnaga. Quería estar con los dos.

–Amor, ¿Por qué lloras? –pregunto preocupado Camilo.

Ella abrió los ojos con sorpresa, acaricio una de sus mejillas; en verdad estaba llorando. Él se levantó para tomarla de su rostro y limpiar el rastro de lágrimas. Movió sus cabellos aun húmedos de su frente para depositar un pequeño beso. Mirabel lo abrazo ocultando su rostro en su hombro.

–Te amo...–murmuro con dolor.

Él tardo en corresponder el abrazo, coloco su mentó sobre su cabeza y le respondió con todo su ser:

–También te amo, mi pequeña mariposita.

La separo de su cuerpo y sin dudarlo la beso sus labios con todo el amor que tenía para ofrecer. No le ha preguntado qué es lo que pasaba con ella, esperaba el momento de que se sintiera lista para hablar de sus pesares. Mirabel poco a poco comenzó a corresponderle, amaba a su hombre, lo amaba tanto que sentía que le dolía la simple idea de perderlo o dejarlo solo. Pobre mariposita que no se había dado cuenta que sus hilos por fin se unieron, sin la necesidad que alguien más los conectara.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora