||CUARENTA Y OCHO||

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|48|Disfrutar

Camilo miro a todos lados asegurándose que nadie pueda verlos y volvió a devorar los labios de su esposa. La tenía sujetada de sus piernas manoseando cada parte de su cuerpo, la espalda de ella estaba recargada en la pared del pequeño callejón y la falda de su vestido de novia estaba por encima de su vientre dejando a simple vista su ropa interior. Ambos se besaban con hambre queriendo ir más allá, él rozaba su miembro ya erecto sobre tela del pantis, haciéndola que mordiera su labio para que no salieran suspiro o jadeos que pudieran delatarlos.

Al separarse jadeantes ante la falta de aire con un delgado hilo de saliva que los unía. Camilo escondió su rostro en su hombro provocando que ella temblara al sentir su aliento caliente chocar contra su piel.

–¿Me vas a decir por qué querías que nos alejáramos de todos? –pregunto en un tono excitado mientras repartía pequeños besos sobre su cuello y hombro desnudos.

–¿Te molesta? –pregunto en un tono inocente mientras movía su cabeza para que la siguiera besando.

–No es que me queje –respondió un poco más calmado–, me vuelve loco cuando tienes la iniciativa –le sonrió con picardía para después calmarse y mirarla algo preocupado; tenia demasiadas ganas de hacerla suya como siempre, pero también estaba preocupado por lo que pueda estar inquietando a su esposa–, creí que querías festejar con la familia. Has estado actuando raro estos días, amor. Te he dado tu espacio, pero no quiero dejarte sola con tus problemas –intento sonreírle y fallo ante su angustia–. Soy tu esposo ahora, y tus problemas son míos también.

Ella suspiro derrotada y agacho la mirada. Lo cual provoco que él se separara y la bajara cuidadosamente al suelo. Podían dejar sus encuentros para otro momento. Camilo tomo asiento en el suelo y la invito a sentarse en sus piernas. No lo pensó dos veces y obedeció, aun con la falda levantada para mayor comodidad, las manos de él se posaron en su vientre acariciándolo con cariño, lo más probable que su pequeña luciérnaga estaba dormida ante los calmados movimientos que hacía.

–¿Has estado triste estos últimos días? ¿Te arrepientes de algo?

–De ti, nada me he arrepentido, solo...–suspiro de nuevo dejando caer su rostro en el hombro de él–. Quiero hablar de la visión que escondes en el escritorio, la de nuestra bebé.

Camilo la miro sorprendido hasta recordó que ella no había visto ninguna visión. Aun creía que ella estaba enterada de todo. No le iba mentir y mucho menos recién casados; así que respiro hondo y le prestó atención.

–¿Qué es lo que ocurre con nuestra pequeña?

–No, no es ella, ella es perfecta –una sonrisa pequeña se formó por unos segundos al recordar su rostro dormido; pero rápidamente todos esos pensamientos se esfumaron–, es la vela lo que me preocupa.

–¿La vela? –pregunto extrañado.

–Amor, ¿Recuerdas lo que originó la primera vela?

Él nunca había prestado atención a la vela, realmente no tenía idea como esta surgiría cuando naciera su hija. Estaba más perdido en la belleza de su bebé que pensar en la vela nunca paso por su cabeza. Analizo su pregunta un buen rato, recordando que la primera vela surgió con el sacrificio de su abuelo Pedro. Dejo se acariciar su piel quedándose perdido en lo que eso significaba. Levanto la mirada hacia ella y ella solo desvió su vista. Ahora entendía porque estaba tan preocupada. La visión mostraba a su hija con la vela, pero ninguno de los dos estaba presente. Lo que le hizo sospechar en un inicio que ese bebé no podía tratarse de su hijo, pero ahora...el embarazo de Mirabel era delicado.

Mirabel abrazo a su esposo, temía lo que fuera a pasar. No quería decirle a su tío y que las malas lenguas comenzaran a atacarlo como en el pasado, tampoco se atrevió a decirle a su familia para no preocuparlos y volverlos paranoicos. Estaba aterrada que no dudo en llorar en su hombro. Camilo no correspondió a su abrazo, estaba procesando toda información con cuidado. Entendía las preocupaciones de su amada. Ambos se quedaron un buen rato ahí. Ocultos de todos. Sin atreverse a decir algo. Solamente se hacían compañía mutuamente.

[...]

El atardecer llenaba de colores cálidos toda la plaza. Gente celebraba con emoción, niños bien vestidos corrían de un lado a otro con baritas de bengala, parejas bailaban emocionadas y la música inundaba todo el pueblo, era tanta la alegría y festividad en el pueblo que nadie noto la ausencia de los novios. Realmente solo tres personas lo notaron y dos de ellas no estaban contentas; Alma tenía un tic en su ojo ante las ocurrencias de la joven pareja al dejar su propia fiesta, Isabella creía que el único culpable era Camilo que se llevó a su hermanita para una prueba de lo que sería su noche de bodas, por otro lado Bruno les decía a ambas mujeres que los dejaran en paz. Ahora ellos eran ya un matrimonio y los líderes del pueblo.

No fue hasta que ambos novios aparecieron por unos de los callejones que el enojo de la consejera disminuyo al ver a Camilo llevando con cuidado a su esposa a la mesa principal. Mirabel se mantenía calmada y reía levemente ante las ocurrencias de su hombre; quien intentaba hacerla reír un rato para olvidar los pesares. No volvieron a tocar el tema y prefirieron volver con los demás para festejar su unión.

–¿Dónde demonios se metieron? –pregunto seria Isabella a Camilo.

–Mirabel me pidió ayuda para ir al baño, por su panza y vestido se le complico –mintió con tanta facilidad, mostrando indiferencia en lo que dejaba a su esposa en una de las sillas. Además que estaba utilizando la misma escusa que utilizo el día que Catalina deshizo el nudo.

Isabella no le creyó, pero lo dejo pasar. Camilo se sentó a lado de ella y miro con aburrimiento a su hermana bailar con Mariano al igual que Luisa con Arturo. El pueblo estaba vivo en su máximo resplandor, pronto los faroles se iluminaran y el cielo nocturno se llenara de colores para brindar por ellos.

–¿Por qué no vas a bailar con alguien? –Propuso en un tono calmado Mirabel, sacándolo de sus pensamientos–. Yo no tengo problemas que saques a otra, no quiero que te aburras.

Él esbozo una sonrisa, movió uno de los mechones de pelo de ella, dejándolo detrás de su oreja y con una voz tranquila respondió:

–Prefiero estar aquí contigo, ya habrá más momentos para bailar y me gustaría hacerlo con mi esposa.

Mirabel se sonrojo aun así sonrió enamorada, recargo su cabeza en su hombro y admiro con cariño ambos anillos de oro que los unía ahora.

–Escucha –murmuro él mirando como sus manos se entrelazaban–. Sé que tienes miedo –suspiro, cerrando sus ojos por unos instantes–, yo también lo tengo –al abrirlos devuelta la miro con una diminuta sonrisa rompiendo el agarre de sus manos–. No nos dejemos llevar por esto. Sea lo que sea que pase, quiero disfrutar cada momento contigo. Intentemos ser fuertes no por nosotros –coloco su mano en su vientre acariciándola con suavidad–, sino por ella.

Ella asintió abrazándolo con cariño, las hormonas se mezclaban con sus miedos y la volvían débil. Pero teniendo a Camilo a su lado, intentaría con todo su corazón ser fuerte por su pequeña luciérnaga. Él acaricio su espalda, no mentía que tenía cierto miedo, no sabría cómo actuar si algo malo llegara a pasar. Se separó un poco para tomarla del mentó y besarla con suavidad. No se dejaría llevar por el miedo o lo que podría pasar, sencillamente se dedicara a disfrutar cada momento con su adorada esposa.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora