||VEINTISIETE||

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|27|Paz antes de la tormenta (parte 1)

Sentado en la cama de su vieja habitación con una mano sosteniendo unos documentos que su hermana le mando a revisar y con la otra dentro del camisón de su novia que se encontraba dormida; para ser más específico tocando su pecho como si fuera una pelota anti estrés. Soltó un enorme bostezo dejando los papeles en sus piernas un momento. Había dejado que Mirabel durmiera mientras él se hacía cargo de los deberes que vinieron hacer allí. Fue su culpa que ella se desvelara, aunque había valido toda la pena, teniéndola ahora como su novia y devuelta en sus brazos. Levanto la mirada hacia la puerta al escuchar unos leves golpeteos, saco su mano del camisón de Mirabel y diciendo "pase" en lo que se levantaba en dejar las hojas por un momento en su escritorio.

La puerta se abrió, Camilo al girar para ver al intruso se sorprendió al encontrarse con Mariano algo nervioso. Frunció el ceño en lo que acomodaba los papeles.

–Si Dolores te mando por los documentos dile que apenas estoy terminando el tratado de los agricultores –exclamo, seguía extrañado de verlo.

Su cuñado suspiro miro a todos lados antes de cerrar la puerta y se acercó al escritorio y tomo una hoja blanca y un lápiz para escribir:

"Dolores nos está escuchando, quiere que tengamos una conversación de lo que paso entre tú y Ana Laura"

Camilo suspiro, tallo su rostro frustrado. ¿Por qué ella no podía venir y hablarlo de lugar de mandar a su pobre esposo? Dejo lo que hacía, miro a su cuñado sin mucho interés.

–¿Podemos hablar?

–De acuerdo, pero no aquí no quiero más problemas con Mirabel –dijo mirándola con melancolía–. Al fin hago las cosas bien con ella y no quiero joderlo de nuevo.

Mariano asintió y junto con Camilo salió de la habitación. Mirabel quien despertó al escuchar la voz de Mariano –creyendo que era alguien que los regañaría por dormirse mientras estaba ahí por trabajo–, sonrió levemente al escuchar a Camilo.

[...]

Rasco su nuca en lo que encaminaba devuelta a su habitación, exhausto al caer en la trampa que le pusieron. Estaba harto de escuchar los regaños de su madre, lo cual ocasiono que empapara un poco su ropa y casi termine electrocutado. Dolores no se quedó atrás le regaño y amenazo que no quería que volviera a ver a esa mujer. Se quejó frustrado, tuvo suerte que ellas tuvieran que salir a trabajar si no estaría acabado.

Abrió la puerta de su cuarto sorprendiéndose al ver a Mirabel aun en camisón sentada en la cama, rodeada de varios documentos. Estaba finalizando los últimos detalles, que tardó en darse cuenta de la presencia de su novio. Camilo esbozo una pequeña risa llamando su atención, ella le sonrió con dulzura.

–Hola, amor –susurro Mirabel para volver prestarle atención a sus papeles.

Se acercó a ella abrazándola por la espalda hundiendo su nariz en su cabellera.

–¿No deberías estar durmiendo? –murmuro cansado sin despegar su rostro de su cabello.

Ella rio levemente moviendo su cabeza a un lado para poder verlo de frente. Una sonrisa se formuló en sus labios carnosos, con sus manos –que siempre estaban heladas– tomo las mejillas pecosas de su novio y lo acerco para besarlo cariñosamente.

Sus labios se encontraban con tanta facilidad; parecían dos piezas que encajaban a la perfección. Camilo torpemente tomo asiento en la orilla de su cama, sujeto la cintura de su doncella y la guio lentamente para sentarla sobre sus piernas –como ya era de costumbre–. Mirabel no se opuso, era la causante de que él le gustara tenerla así. Ella coloco sus brazos sobre su cuello lo atrajo, profundizando más el beso. 

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora