||CUARENTA Y NUEVE||

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|49|El pecado de las luciérnagas: juntos hasta donde lleguemos (parte 1)

Camilo reía y Mirabel estaba a punto de golpearlo. ¿La razón? Sencilla, su esposa rompió fuente hace dos horas y la partera la obligo a caminar por el pasillo del segundo piso de la casa hasta que este lo suficientemente dilatada para hacer el labor de parto, pero su reina no quería caminar tenía hambre, demasiada. Apenas darían las tres de la tarde y ambos no habían comido nada. Pepa y Julieta estaban de un lado a otro organizando todo para la habitación de la guardería para que estén listos.

–¿Aurora?

Ella negó moviendo su cabeza, respiro hondo ante las fuertes contracciones. Camilo le decía la lista de nombres para distraerla en lo que recorrían de un lado a otro el lugar. Mirabel agradecía que él no mostrara el pánico que también sufría. Sabía que él no quería alterarla, ambos se necesitaban mutuamente en ese momento tan especial.

–¿Inés?

Negó.

–¿Magda?

Negó con fuerza mirándolo con una ceja arqueada.

–¿En serio elegimos ese nombre?

–Estaba en la lista –respondió encogiéndose de hombros.

–¿Qué tal Oriana?

–Me suena a orina.

Ella lo miro molesta y él no mostro arrepentimiento a sus palabras. Otro quejido salió de los labios de su esposa, paro un momento sus pasos al tratarse de una contracción más fuerte que las anteriores. Él la ayudo a que no cayera al suelo, sosteniéndola de la parte inferior de su espalda. Animándola a que siguieran hablando y caminando. Mirabel cerro con fuerza sus ojos intentando mantener el control, Camilo ofreció su brazo para que desquitara todo su dolor; grave error. Ahora él quería gritar al sentir tanta fuerza por parte de ella.

–De acuerdo, sigue –exclamo adolorida y haciendo un ademan con su mano para restarle importancia.

–¡Ah! –empezaba a perder el control al olvidar por unos momentos la lista–, ¿Irene?

–No, así se llama una señora que me odia, siguiente.

–¿Lucero?

–No –soltó un fuerte gruñido, aferrándose al brazo de su esposo–. ¡Vamos Camilo! –exclamo desesperada al ver que él se quedaba callado tratando de recordar.

–¡Yo que sé! –exclamo alterado y adolorido ante la fuerza en la que ella lo agarraba–¡¿Dalia?! ¡¿Hortensia?! ¡¿Camila?!

–¡Espera! Repítelo –lo detuvo mirándolo un poco más calmada.

Camilo también comenzó a calmarse y la miro con duda. Ella empezó a tranquilizarse aguantándose el horrible dolor que estaba pasando. Él la sostenía mirándola pensativo.

–¿Camila? Dijiste que no desde un principio –murmuro.

–No, ese no –negó moviendo suavemente su cabeza–, el primero.

–¿Dalia?

–Sí –cerro sus ojos analizando cada letra del nombre y al abrirlos devuelta le sonrió aun adolorida a su esposo–. Dalia Madrigal, me gusta –susurro.

Él abrió los ojos con cierta sorpresa, lo pensó detalladamente para después devolverle la sonrisa a su mujer.

–Es perfecto.

La sonrisa de la doncella se agrando complacida de hallar justo a tiempo el nombre indicado para su pequeña luciérnaga. Al menos si algo pasara sabría el nombre de su hija. Respiro hondo y acaricio su vientre como una forma de despedida. Camilo lo noto y coloco su mano sobre la de ella. En menos de un día tendrían a su pequeña, no sabían cómo surgiría el parto, era lo que más le aterraba a Mirabel. Por más que lo estuvieron hablando en las largas noches de los tres meses faltantes, el miedo ahí seguía. Dejo caer su cabeza en el pecho de su amado, logrando escuchar los intranquilos latidos de su corazón. Estaba igual de asustado que ella. Nunca le pidieron a su tío una visión sobre lo que pasaría, tal vez el terror que sus temores fueran ciertos los desgarraría y podía lastimar al bebé. Así que fue su secreto.

Su esposa había perdido líquido en la placenta, lo cual la ha llevado a tal grado de estar en cama todo el día, ya ni siquiera podía ir al comedor. El embarazo no fue fácil, los últimos meses las complicaciones la mantenían aislada de casi todos. Camilo nunca la dejo sola, trabajaba todo el día junto a su lado y cuando tenía que salir le pedía a Isabela mantenerla bajo observación. Por petición de un muy preocupado y serio Bruno le prohibió a su madre no estar en Casita durante los meses faltantes, solo dejaron que Pepa y Julieta estar presentes para este momento.

Camilo beso su cabello, seguía igual de desordenado como siempre. Ambos estaban destrozados, pero se mantenían fuertes por su hija. Esa fue su promesa.

–Sea lo que sea que pase –sus ojos estaban cristalinos y un nudo en su garganta lo torturaba–, quiero decirte; que eres el amor de mi vida.

Mirabel lo miro ya con lágrimas recorriendo sus mejillas color canela. Si era honesta estaba aterrada, pero prefería mil veces perder su vida que la de su hija. Podría irse en paz sabiendo que él la amo y que su pequeña Dalia estará en buenas manos. Aun así ella le dedico las más bellas de sus sonrisas y acaricio su mejilla con amor.

–Y tu siempre serás el mío, en esta vida y en la siguiente –musito poniéndose de puntillas para dejarle un pequeño beso en sus labios.

Juntaron sus frentes sin dejar de mantener sus manos en el vientre. Y en un doloroso, hilo de voz se dijeron: "Te amo".

–Muchachos, ya es hora –escucharon a lo lejos la voz de la anciana partera.

Camilo y Mirabel se separaron lentamente, compartiendo una última sonrisa. La anciana se adentró al cuarto junto con las madres de ambos. Mirabel volvió a respirar hondo y miro a su esposo con una sonrisa rota que lo destrozo más. Camilo no lo pensó dos veces y se acercó a ella para besarla en los labios, un beso dulce, pero igual de salado por las lágrimas que los traicionaron. Era el momento, tenían que ser fuertes. Tenían que ser...

–Recuerda, somos un equipo...–murmuro ella con la sonrisa más encantadora–...juntos hasta donde lleguemos.

El pecado de las luciérnagas || CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora